El sacerdote, extendiendo las
manos, saluda al pueblo diciendo: El
Señor esté con vosotros; a lo que el pueblo responde: Y
con tu espíritu.
Y como al principio de la Misa , el signo de la cruz, y
el nombre de la
Santísima Trinidad.
«En seguida el sacerdote añade: “la bendición de Dios todopoderoso –haciendo aquí
la señal + de la bendición–, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre
vosotros”. Y todos responden Amén».
Cristo,
por medio del sacerdote, con la eficacia y certeza de la liturgia, concede
finalmente a su pueblo una bendición. Así
como el Señor, en el momento de la
Ascensión , al despedirse de sus discípulos, «alzó sus manos y
los bendijo; y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al
cielo» (Lc 24,50-51), así ahora, por medio del sacerdote que le re-presenta, el
Señor bendice al pueblo
cristiano, que se ha congregado en la eucaristía para celebrar el memorial de
«su pasión salvadora, y de su admirable resurrección y ascensión
al cielo, mientras espera su venida gloriosa» (Pleg.
euc. III).
El sacerdote priva al pueblo arbitrariamente de esta bendición de Cristo cuando se limita a pedir que la bendición de Dios descienda «sobre nosotros». Quizá ignora el valor santificante de los sacramentales, y concretamente de las bendiciones. Una bendición no es simplemente una oración de súplica.
–Despedida y misión
La palabra misa,
que procede de missio (misión,
envío, despedida), ya desde el siglo IV viene siendo uno de los nombres de la
eucaristía. En efecto, la celebración de la eucaristía termina con el
envío de los cristianos al mundo. Y no se trata aquí tampoco de una simple
exhortación, «vayamos en paz», apenas significativa, sino de algo más
importante y eficaz. En efecto, así como Cristo envía a sus discípulos antes de ascender a
los cielos –«id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura» (Mc 16,15)–, ahora el mismo Cristo, al concluir la eucaristía, por
medio del sacerdote que actúa en su nombre y le visibiliza,envía a
todos los fieles, para que vuelvan a su vida ordinaria, y en ella anuncien
siempre la Buena Noticia
con palabras y más aún con obras.
–«Podéis ir en paz».–«Demos
gracias a Dios».
Entonces el sacerdote, como al
principio de la misa, venera el altar con un beso y
una profunda reverencia, y se retira. La misa ha terminado.
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