Una vida cristiana sana hace
posible la castidad en todas las edades del cristiano, niño y adolescente,
adulto y anciano. También en los novios. El concilio de Trento, haciendo suya
una frase de San Agustín, enseña que «Dios no manda cosas imposibles, sino que
el mandar avisa que hagas lo que puedas y pidas lo que no puedas, y ayuda para
que puedas: “sus mandamientos no son pesados” (1Jn 5,3), y “su yugo es suave y
su carga ligera” (Mt 11,30)» (1547: Denz 1536). La experiencia de muchos
cristianos, que están viviendo con fidelidad la vida cristiana nos muestra que
la estabilidad en la vida de la gracia es posible en todas las edades y
circunstancias, aunque puedan producirse caídas esporádicas. Valga el ejemplo,
aunque sea un tanto prosaico: es perfectamente posible conducir un coche sin
producir accidentes, atropellos, choques. Éstos pueden darse en algún momento,
pero un conductor atento y cuidadoso puede pasar años sin fallo alguno
considerable. No es preciso ningún milagro para eso.
Cuando decae la vida cristiana
esta convicción vacila, apoyándose en las experiencias negativas. Los
bautizados, los novios concretamente, que se consideran autorizados a vivir
según los criterios y costumbres del mundo, que incluso lo consideran un deber en
virtud de una espiritualidad de «encarnación» (!); que no viven la oración, la
misa dominical, la lectura de las Escrituras y libros espirituales, la
comunidad parroquial o de otros grupos cristianos; aquellos que no guardan el
pudor en el vestido, las conversaciones, los espectáculos, las lecturas, las
miradas; quienes asimilan las costumbres del mundo, novios, por ejemplo, que
pasan juntos semidesnudos en la playa horas y horas; que hacen solos un viaje
de vacaciones; que no se privan de películas obscenas…,
podrán afirmar, con graves fundamentos experimentales, que es imposible la
castidad en los novios. La castidad y cualquier otra virtud.
Pero la experiencia positiva de
los novios verdaderamente cristianos es un testimonio elocuente en favor de la
castidad. De facto ad posse valet illatio (es válida la ilación que del hecho
mismo concluye su posibilidad). Los novios cristianos que viven de «la fe
operante por la caridad» (Gal 5,6), piden al Señor la castidad, la procuran
auxiliados por su gracia y la viven. Y la misma castidad les hace distinguir
perfectamente entre las muestras físicas de cariño que son puras, de aquellas
otras pecaminosas en las que se busca el placer netamente sexual, excitando una
sensualidad específica que estaba latente.
Ellos son conscientes de ser
miembros del Cuerpo de Cristo, templos de la Santísima Trinidad, herederos del
cielo, destinados no a la perdición, sino a la vida eterna. Saben amar al
prójimo en caridad, no en amor egoísta, culpable y destructivo, sino en amor
santo y santificante. Se levantan de sus caídas por el arrepentimiento y el
sacramento de la penitencia. Guardan cuidadosamente el pudor, procurando
«abstenerse hasta de la apariencia del mal» (1Tes 5,22). Viven en la presencia
de Dios, procurando ser dóciles a su gracia, para serle gratos en todo. Saben,
intuyen al menos, aunque no hayan leído la Familiaris consortio (57), que «la
Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano». Frecuentan, pues, la
santa Misa, participan del sacrificio de la cruz –muriendo al hombre carnal–, y
participan por tanto de la resurrección de Cristo –viviendo el hombre
espiritual–. Rezan juntos al Señor y se encomiendan al amparo de la Santísima
Virgen. Éstos, los novios verdaderamente cristianos, viven así «al amparo del
Altísimo» (Sal 90).
«Él te librará de la red del
cazador, de la peste funesta. Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te
refugiarás, su brazo es escudo y armadura. No temerás el espanto nocturno, ni
la flecha que vuela de día. Caerán a tu izquierda mil, diez mil a tu derecha: a
ti no te alcanzará, porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo
por defensa. No se te acercará la desgracia, porque a sus ángeles ha dado
órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en sus palmas, para que
tu pie no tropiece en la piedra. Lo defenderé, lo glorificaré, lo saciaré de
largos días, y le haré ver mi salvación».
Con la Eucaristía, hacemos posible el camino la castidad.
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