Síntesis del libro de
Ennio Antonelli
Además de los
divorciados vueltos a casar, la posición pastoral vigente hasta ahora da
indicaciones análogas sobre los convivientes que no tienen ningún vínculo
institucional y los católicos casados sólo por lo civil.
El trato que se les
reserva es prácticamente el mismo: no admisión a los sacramentos de la
penitencia y la eucaristía, acogimiento en la vida eclesial, cercanía
respetuosa y personalizada para conocer concretamente a cada persona,
orientarla y acompañarla hacia una posible regularización de su estado.
Ahora bien, algunos
plantean la hipótesis de admitir a la eucaristía sólo a los divorciados que se
han vuelto a casar, excluyendo a los convivientes, a las parejas de hecho, a
las parejas homosexuales.
Personalmente considero
que esta última limitación es poco realista, porque las personas que conviven
son mucho más numerosas que los divorciados que se han vuelto a casar. Por la
presión social y la lógica interna de las cosas acabarán prevaleciendo, sin
duda alguna, las opiniones orientadas hacia un permisivismo más amplio.
LA EUCARISTÍA REDUCIDA
A UN GESTO DE CORTESÍA
Es verdad que la
eucaristía es necesaria para la salvación, pero esto no significa que de hecho
se salven sólo aquellos que reciben este sacramento. Un cristiano no católico o
incluso un creyente de otra religión no bautizado podría estar espiritualmente
más unido a Dios que un católico practicante y, sin embargo, no puede ser
admitido a la comunión eucarística porque no está en plena comunión visible con
la Iglesia.
La eucaristía es vértice
y fuente de la comunión espiritual y visible. También la visibilidad es
esencial, pues la Iglesia es el sacramento general de la salvación y signo
público de Cristo Salvador en el mundo. Sin embargo, desgraciadamente, los
divorciados que se han vuelto a casar y los convivientes irregulares se
encuentran en una situación objetiva y pública de grave contraste con el
Evangelio y la doctrina de la Iglesia.
En el actual contexto
cultural de relativismo se corre el riesgo de banalizar la eucaristía y de reducirla
a un rito de socialización. Ya ha sucedido que personas que ni siquiera están
bautizadas se hayan acercado al altar, pensando que hacían un gesto de
cortesía, o que personas no creyentes hayan reclamado el derecho a comulgar en
ocasión de bodas y funerales, simplemente como signo de solidaridad con sus
amigos.
PEOR QUE EN LAS
IGLESIAS DE ORIENTE
Se desearía conceder la
eucaristía a los divorciados vueltos a casar afirmando la indisolubilidad del
primer matrimonio y sin reconocer la segunda unión como un verdadero y propio
matrimonio, para así evitar la bigamia.
Esta postura es
distinta a la de las Iglesias Orientales que conceden a los divorciados vueltos
a casar por lo civil un segundo (y tercer) matrimonio canónico, aunque con una
connotación en sentido penitencial. Al contrario, en ciertos aspectos parece
más peligrosa pues conduce, lógicamente, a la admisión del lícito ejercicio de
la sexualidad genital fuera del matrimonio, también porque los convivientes son
más numerosos que los divorciados que se han vuelto a casar.
Los más pesimistas
prevén que se acabarán considerando éticamente lícitas las convivencias
prematrimoniales, las convivencias de hecho y no registradas, las relaciones
sexuales ocasiones y tal vez las convivencias homosexuales e incluso el
poliamor y la polifamilia.
ENTRE EL BIEN Y EL MAL
NO HAY GRADUALIDAD
Sin duda es deseable
que en la pastoral se asuma una actitud constructiva, intentando «consiste en
identificar los elementos positivos presentes en los matrimonios civiles y,
salvadas las debidas diferencias, en las convivencias» (Relatio Synodi, n. 41).
Ciertamente, también
las uniones ilegítimas contienen auténticos valores humanos (por ejemplo, el
afecto, la ayuda recíproca, el compromiso compartido hacia los hijos), porque
el mal siempre está mezclado con el bien y no existe nunca en estado puro. Sin
embargo, es necesario evitar presentar dichas uniones como valores imperfectos
en sí mismas, pues se trata de desórdenes graves.
La ley de la
gradualidad concierne sólo a la responsabilidad subjetiva de las personas y no
debe transformarse en gradualidad de la ley, presentando el mal como bien
imperfecto. Entre verdadero y falso, entre bien y mal no hay gradualidad. La
Iglesia, si bien se abstiene de juzgar las conciencias, - que sólo Dios ve -, y
acompaña con respeto y paciencia los pasos hacia el bien posible, no debe dejar
de enseñar la verdad objetiva del bien y del mal.
La ley de la
gradualidad sirve para discernir las conciencias, no para clasificar como más o
menos buenas las acciones que hay que llevar a cabo y menos aún para elevar el
mal a la dignidad de bien imperfecto.
En lo que concierne a
los divorciados que se han vuelto a casar y a los convivientes, lejos de
favorecer las propuestas innovadoras, dicha ley sirve, en definitiva, para
confirmar la praxis pastoral tradicional.
NADA DE PERDÓN SIN
CONVERSIÓN
La admisión de los
divorciados vueltos a casar y de los convivientes a la eucaristía comporta una
separación entre misericordia y conversión que no parece en sintonía con el
Evangelio.
Este sería el único
caso de perdón sin conversión. Dios concede siempre el perdón, pero lo recibe
sólo quien es humilde, se reconoce pecador y se compromete a cambiar de vida.
En cambio, el clima de
relativismo y subjetivismo ético-religioso que hoy se respira favore la
autojustificación, particularmente en ámbito afectivo y sexual. Se tiende a
disminuir la propia responsabilidad, atribuyendo los eventuales fracasos a los
condicionamientos sociales. Es fácil, además, atribuir la culpa del fracaso al
otro cónyuge y proclamar la propia inocencia.
Sin embargo, no se debe
callar el hecho de que si la culpa del fracaso puede ser alguna vez de uno
solo, al menos la responsabilidad de la nueva unión (ilegítima) es de ambas
personas que conviven y es ésta sobre todo la que, hasta que perdure, impide el
acceso a la eucaristía.
No tiene base teológica
la tendencia a considerar positivamente la segunda unión y a circunscribir el
pecado sólo a la precedente separación. No basta hacer penitencia sólo por ésta.
Es necesario cambiar de vida.
INDISOLUBILIDAD, ADIÓS
Normalmente, los
defensores de la comunión eucarística de los divorciados que se han vuelto a
casar y de los convivientes afirman que la indisolubilidad del matrimonio no se
pone en discusión.
Pero, más allá de sus
intenciones, a causa de la incoherencia doctrinal entre la admisión de estas
personas a la eucaristía y la indisolubilidad del matrimonio, se acabará
negando en la praxis concreta lo que se seguirá afirmando teóricamente en línea
de principio, corriendo el riesgo de reducir el matrimonio indisoluble a un
ideal, tal vez bello, pero que sólo unos pocos afortunados pueden realizar.
A este respecto es
instructiva la praxis pastoral que se desarrolló en las Iglesias orientales
ortodoxas.
Éstas, en la doctrina,
afirman la indisolubilidad del matrimonio cristiano. Sin embargo, en su praxis
se multiplicaron progresivamente los motivos de disolución del precedente
matrimonio y de concesión de un segundo (o tercer) matrimonio. Además, los solicitantes
son numerosísimos. Ahora, cualquiera que presente un documento de divorcio
civil obtiene también por parte de la autoridad eclesiástica la autorización al
nuevo matrimonio, sin ni siquiera tener que pasar a través de una investigación
y valoración canónica de la causa.
Es previsible que
también la comunión eucarística de los divorciados que se han vuelto a casar y
de los convivientes se convierta rápidamente en un hecho generalizado. Entonces
ya no tendrá mucho sentido hablar de indisolubilidad del matrimonio y perderá
relevancia práctica la celebración misma del sacramento del matrimonio.
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