Exposición del Santísimo y canto de adoración
“Digno es el Cordero degollada de recibir el poder, la riqueza, la
sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap. 5,12).
“La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven” (Hb. 11,1)
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,
y al que Tú has enviado” (Jn. 17,3).
“Creo, ayuda a mi poca fe” (Mc. 9,24).
Para recibir el regalo de la fe
lo único que hay que hacer es pedirlo:
“Yo os digo: Pedid y se so dará; buscad y hallaréis; llamad y se os
abrirá” (Lc. 11,9).
Supliquémosle humildemente como
lo hicieron los apóstoles:
“Auméntanos la fe” (Lc. 17,5), y como Pedro, preguntémosle:
“Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tiene palabras de vida eterna, y
nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn. 6, 68-69)
Cuando Jesús se apareció a los apóstoles
le dijo a Tomás:
“Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han
creído” (Jn. 20,29).
Con estas palabras Jesús te llama
a ti dichoso por tu fe en la
Eucaristía. ¡Esta es la gloria de la fe! Creemos en Su
presencia real, creemos en la transubstanciación, no porque lo vemos o entendemos
cómo ocurre, sino por nuestra FE EN JESÚS, quien
“Mientras estaban comiendo, tomó pan y lo bendijo, lo partió y
dándoselo a Sus discípulos dijo: Tomad, comed, ÉSTE ES MI CUERPO” (Mt. 26, 26)
“¿Qué tenemos que hacer para obrar las obras de Dios? Él respondió: “La
obra de Dios es QUE CREÁIS EN QUEN ÉL HA ENVIADO” (Jn. 6,28-29).
Si pudiésemos ver a Jesús, todo
el mundo querría estar con Él, pero oculta su gloria y su belleza en el
Santísimo Sacramento porque quiere que vengamos a Él por la fe PARA QUE LO
AMEMOS POR SÍ MISMO.
Jesús recompensa la fe de todos
los que vienen a Él y hace brillar sobre cada persona Su gloria oculta bañando
a cada uno con Su belleza; para que en cada momento pasado ante Su presencia
eucarística en la tierra, cada alma sea más gloriosa y más bella para el cielo.
“Llenaré de gloria esta Casa... grande será la gloria de esta Casa... y
en este lugar daré yo paz” (Ag. 2,7-9)
Aquí encontramos a Jesús como Sus
discípulos lo encontraron en el camino de Emaús, y Él nos habla a nuestro
corazón:
“La paz con vosotros” (Jn. 20,19). “Ánimo, que soy yo, no temáis” (Mt.
14, 27).
Juan Bautista dio testimonio de Jesús en el Jordán y proclamó “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1, 29).
Nosotros también damos testimonio
de nuestra fe con cada hora santa que hacemos y proclamamos a todo el mundo:
“He ahí el Cordero de Dios” (Jn. 1, 29).
“Digno es el Cordero... de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap. 5,12)
Aquí está Jesús, el Cordero Pascual digno e infinitamente merecedor de nuestra adoración incesante, porque Él es
Como el Cordero de Apocalipsis,
Jesús da vida al mundo a través de este Santísimo Sacramento. “En el banquete
pascual Cristo es consumido, la mente se llena de gracia, y se nos da una
prenda de la gloria futura”
En este misterio Eucarístico
Jesús exclama:
“Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11, 25).
Con nuestra adoración eucarística
damos testimonio de Su resurrección y le decimos al mundo entero: “Es verdad. El Señor ha resucitado” (Lc. 24,
34). “He aquí a Dios mi Salvador... Yahveh es mi fuerza y mi canción” (Is. 12,
2).
Oración final
Jesús, aumenta nuestra fe en Tu
presencia real en el Santísimo Sacramento que es el misterio de nuestra fe;
para que, como los discípulos que te reconocieron “en la fracción del pan” (Lc.
24, 35) lleguemos a conocerte en la Eucaristía de manera íntima y personal.
Danos una fe viva y profunda, que
crezca hasta ser para nosotros “la
garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven” (Hb.
11,1), y nos hagas capaces de conocer la dulzura de tu amor, “que excede a todo conocimiento” (Ef. 3, 19).
Te rogamos, por medio del Corazón
Inmaculado de María, que ayudes a nuestra parroquia, y a todas las demás
parroquias del mundo a ser comunidades de fe para que respondan a Tu deseo de
ser amado día y noche en el Santísimo Sacramento, donde Tú nos llamas a orar “constantemente” (1 Ts. 5, 17), porque
aquí es donde vives Tú, Nuestro Salvador resucitado, ayudándonos con el poder
de Tu resurrección a tener parte en Tus sufrimientos, para que podamos
compartir la gloria de Tu resurrección. Con cada ‘Avemaría’ de este misterio profundiza nuestra unión
contigo, hasta que nuestra oración sincera sea: “LO ÚNICO QUE QUIERO ES CONOCER
A CRISTO JESÚS” (Flp. 3, 10).
SEGUNDO MISTERIO GLORIOSO
“Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los
guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima
de sus ojos” (Ap. 7, 17).
“A los que esperan en Yahveh Él les renovará el vigor, y subirán con
alas como águilas” (Is. 40, 31).
“No os dejaré huérfanos, volveré
a vosotros” (Jn. 14, 18).
“Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo” (Mt. 28, 20).
La prueba absoluta de Su amor
infinito e inalterable por nosotros, es la presencia real, verdadera y
sustancial de nuestro Señor en la sagrada Eucaristía. Su amor eucarístico es
personal, infinito, y total.
“Recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva” (Is. 40, 11).
Jesús en el Santísimo Sacramento
es el Buen Pastor que nos reúne y nos acerca a Su Corazón como lo hizo con san
Juan en la última cena. Digámosle
“Ponme cual sellos sobre Tu Corazón” (Ct. 8,6)
“A sus ovejas las llama una por una por su nombre” (Jn. 10, 3), y dice “nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10, 28).
También nos dice: “Yo soy la puerta: si uno entra por mi
estará a salvo; entrará y saldrá, y encontrará pasto” (Jn 10, 9).
Durante la hora santa que pasamos
ante Su presencia eucarística, Jesús “nos
guía a los manantiales de las aguas de la vida” (Ap. 7, 17) de Su gracia y
Su paz. Aquí Él nos fortalece, aumenta nuestras virtudes, nos conforta en
nuestras aflicciones y nos alienta en todos nuestros contratiempos.
“Yahveh es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me
apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta me alma” (Sal. 23,
1-3).
Jesús está siempre con nosotros,
para ayudarnos constantemente en nuestras necesidades.
“Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni
a Su propio Hijo.... ¿cómo no nos dará con Él graciosamente todas las cosas?”
(Rm. 8, 31-31).
“Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado” (Ct. 2, 16).
Nuestra gloriosa esperanza es que
fuimos creados para estar con Jesús eternamente. Jesús es el deseo de todos los
corazones humanos.
“Todo fue creado por Él y para Él” (Col. 1, 16)
La felicidad viene de la paz que
encontramos al llenarnos completamente de Dios
“Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo” (Jn.
14, 27).
Nuestra felicidad no consiste en
poseer cosas, sino en poseer a Dios sólo.
“Tú eres mi Señor; mi bien, nada hay fuera de ti” (Sal. 16, 2).
La esperanza es la luz que hace
que toda nuestra atención y nuestros deseos estén centrados en POSEER A DIOS
POR TODA LA ETERNIDAD.
San Agustín dijo: “nuestros corazones fueron hechos para
Dios, y estarán inquietos hasta que descansen en Él”.
“En Dios sólo el descanso de mi alma, de Él viene mi salvación” (Sal.
62, 2).
Recuerda que Jesús te busca con
mucho más interés que el que tú tienes por Él.
“Ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá
separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm.
8, 39).
¡Dios es más bueno de lo que
puede decirse con palabras! “El romance más grande que puede haber es
enamorarse de Dios, buscarlo es la aventura más grandiosa y encontrarlo es la
ganancia más extraordinaria que un ser humano puede alcanzar” (S. Agustín). “Dios es amor” (1 Jn. 4, 8) y “Él nos amó primero” (1 Jn. 4, 19).
Él da mil pasos hacia nosotros
por cada uno que damos hacia Él.
“Quién inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día
de Cristo Jesús” (Flp. 1, 6).
Jesús reveló Su Corazón
eucarístico más resplandeciente que un millón de soles. Durante nuestra hora
santa recibimos energía divina del Hijo de Dios, empapándonos con los rayos de
Su amor eucarístico, y “renovamos el
espíritu de nuestra mente” (Ef. 4, 23), aprendiendo a pensar, no con
pensamientos de hombres, sino con pensamientos de Dios.
En este tiempo precioso que
pasamos con Él en el silencio adquirimos una espiritualidad duradera que nos
hace crecer a la luz de Su amor eucarístico, durante cada minuto que estamos en
Su divina presencia.
“Aquel tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente
mejor de lo que podemos pedir o pensar” (Ef. 3, 20).
“Amo, Yahveh la belleza de tu Casa, el lugar de asiento de Tu gloria”
(Sal. 26, 8).
Todo lo que Jesús tiene y es, nos
lo da en la Eucaristía.
“Ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia” (Ef. 1,
8).
Al darse a nosotros, Jesús nos DA
ESPERANZA FIRME REAFIRMANDO QUE NOS AMARÁ SIEMPRE POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.
Su amor eterno y Su benevolencia constante hacia nosotros no cambiarán nunca,
no importa lo que pensemos, digamos o hagamos.
“CIMENTADO ESTÁ EL AMOR POR
SIEMPRE” (Sal. 89, 3).
Jesús, haz que nuestra esperanza
crezca y esté centrada en Tu amor eucarístico.
Te suplicamos, por medio de
María, que des esperanza a toda la humanidad.
En este misterio TE OFRECEMOS LAS
MUCHAS HORAS QUE MARÍA PASÓ EN TU PRESENCIA EUCARÍSTICA, DURANTE SU VIDA EN LA TIERRA , PARA QUE PODAMOS
DARTE, EN NUESTRA HORA SANTA, TODA A GLORIA QUE ELLA TE DIO. Nos unimos a la
perfecta adoración de María que encontró su descanso, su paz, su alegría y su
realización en Tu presencia eucarística que es nuestro cielo en la tierra.
TERCER MISTERIO GLORIOSO
“Ven, te voy a enseñar a la
Novia , a la
Esposa del Cordero” (Ap. 21, 9).
“He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya
estuviera encendido!” (Lc. 12, 49).
Cuando el Espíritu Santo
descendió como lenguas de fuego sobre los apóstoles, ellos estaban reunidos en
oración alrededor de María, tal como nosotros estamos ahora. Era el mismo fuego
de amor divino que inflama el Corazón de Jesús en la Eucaristía , “donde el amor de Dios se ha derramado en
nuestros corazones” (Rm. 5,5). La Sagrada Eucaristía
es ‘la nueva y eterna Alianza’, ‘el sacramento de unidad’, ‘el lazo de amor’
entre Dios y el hombre.
Tal como el sol es fuente de toda
energía, luz y calor, el Corazón eucarístico de Jesús es LA FUENTE DE TODO AMOR. En la Eucaristía , Jesús nos
hace capaces de ‘amarnos los unos a los
otros como Él nos ha amado’ (cf. Jn. 13,
34).
En nuestra relación con Dios, Él
nos da la gracia divina y la fuerza para amar, no según la carne sino según el
Espíritu, llenando nuestro corazón de caridad divina que nos impulsa a actuar
sin egoísmo, y a amar a nuestros hermanos motivados por el mismo amor y
‘Caritas’ de Dios. Nos amamos unos a otros por amor a Dios. El gran mandamiento
nos enseña a amar a Dios con todo nuestro corazón y ponerlo a Él sobre todas
las cosas.
Jesús vive en nosotros cuando
nuestro corazón está lleno de Su amor, de las virtudes de Su Corazón
eucarístico y las irradiamos a los demás.
“En esto conocerán todos que sois discípulos míos; si os tenéis amor
los unos a los otros” (Jn. 13, 35).
Cada acto de bondad que hacemos o
recibimos es realmente Jesús amándonos a través de otras personas, o Jesús
amando a otras personas por medio de nosotros. Lo que hagamos por uno de nuestros
hermanos, Jesús lo cuenta como si lo hubiéramos hecho por Él.
“El amor perfecto expulsa el temor” (1 Jn. 4, 18).
“Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo”
(Ez. 36, 26).
Él cambia nuestro “corazón de piedra” (Ez. 11, 19), por el
Suyo propio ‘de carne’, para que podamos amar a Dios en todas las cosas y sobre
todas las cosas. A través de Su amor eucarístico Jesús nos transforma en Sí
mismo.
“Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga. 2, 20).
Jesús reveló que Su corazón es
como un ‘océano infinito’ (Sta. Margarita
María) de amor y misericordia. En la Eucaristía bebemos del agua viva de Su Espíritu
Santo. Jesús clama: “Si alguno tiene sed,
venga a Mí” (Jn. 7, 37).
La parábola del Hijo Pródigo ilustra
el divino entusiasmo y la sed que Jesús tiene de ti, no sólo en el sacramento
de la reconciliación, sino también en la Eucaristía. Jesús
te espera con el mismo divino entusiasmo que hizo que el padre abrazara a su
hijo pródigo con alegría. El profundo amor que te tiene en la Eucaristía hace que se
quede aquí para siempre COMO PRUEBA VIVA DE QUE ERES INFINITAMENTE IMPORTANTE
PARA ÉL.
“Yahveh tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Él exulta de
gozo por ti, te renueva por Su amor” (So. 3, 17).
Déjame entregarte todo lo impuro
y malo que hay en mí y dame a cambio Tu pureza y Tu hermosura.
¡Oh Jesús! hazme santo. Haz mi
corazón tan semejante al tuyo para que Tu amor brille a través de mí, como la
luz a través de un cristal y mis hermanos puedan verte en mí. Que yo sea como
una Custodia para mostrarte al mundo. Por medio de María, la esposa del
Espíritu Santo, hoy te pedimos un nuevo Pentecostés para que envíes Tu Espíritu
a todo el mundo. Que el fuego de Tu amor divino, como los rayos del sol que
brillan sobre todos, toque, bendiga, ayude y cure al mundo entero. Que el
Espíritu Santo que fluye de Tu Corazón eucarístico VENGA A CADA UNO DE NOSOTROS
Y RENUEVE LA FAZ DE
LA TIERRA para
que haya “un solo rebaño y un solo
pastor” (Jn. 10, 16.)
CUARTO MISTERIO GLORIOSO
“Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap. 19, 9).
“Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos
también sean uno en nosotros” (Jn. 17, 21).
Jesús, nuestro Señor eucarístico,
es llamado ‘Cordero’, porque en el sacrificio eucarístico se inmola por amor a
nosotros. Todos estamos llamados a esta unión transformante e invitados a un
matrimonio espiritual con el Señor.
La felicidad es nuestra cuando
aceptamos la invitación a tener una profunda unión y una divina intimidad con
Jesús en el Santísimo Sacramento.
“Vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo,
vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con Él” (Col. 3,
3-4).
“Él transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso
como el Suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas”
(Flp. 3, 21).
“Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en
un espejo la gloria del señor, nos vamos transformando en esa misma imagen,
cada vez más gloriosos” (2 Co. 3, 18.
“Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó,
lo que Dios preparó pata los que le aman” (1 Co. 2, 9).
Jesús en el Santísimo Sacramento
es la promesa de la fiesta pascual del paraíso, en la que Dios “enjugará toda lágrima de nuestros ojos...
porque el mundo viejo ha pasado” (Ap. 21, 4), y sólo permanecerá Su amor,
Su paz, y Su alegría para siempre.
Él se queda con nosotros día y
noche, porque nos prometió:
“No se dirá de ti jamás ‘Abandonada’... ni ‘Desolada’, sino que a ti se
te llamará ‘Mi Complacencia’, y... ‘Desposada’. Porque Yahveh se complacerá en
ti y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella, se
casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por
ti tu Dios” (Is. 62, 4-5).
Jesús se queda siempre con
nosotros en la Eucaristía
como señal de que Su amor es eterno, de que no se acabará nunca. Él instituyó la Sagrada Eucaristía
por Su infinito anhelo de ser uno con nosotros por toda la eternidad.
Si supiéramos cuánto deleite le
causa nuestra hora santa, no querríamos irnos nunca de Su presencia
eucarística.
“Una sola he pedido a Yahveh, una cola cosa estoy buscando: morar en la Casa de Yahveh, todos los
días de mi vida, para gustar la dulzura de Yahveh y cuidar de Su Templo” (Sal.
27, 4).
Jesús te está tan agradecido por
tu visita, que por tu hora santa cada persona del mundo es bendecida con un
nuevo efecto de Su bondad, Su gracia y Su misericordia. Tú conmueves Su Corazón
por tu fe al hacer que todo el mundo se acerque a Dios, porque la Eucaristía es el
sacramento del amor y de la unidad y una persona que está ante la presencia de
Jesús está representando a todo el mundo.
En la adoración perpetua la tierra se une con el cielo, y estamos en presencia de Dios “dándole culto día y noche” al “Cordero que está en medio del trono” (Ap. 7, 15-17).
Aquí Jesús nos acerca a Él y nos
separa de las cosas de la tierra para que podamos anhelar las cosas del cielo,
donde estaremos todos unidos en el seno de la Santísima Trinidad ,
y seremos hechos uno solo para siempre en los Sagrados Corazones de Jesús y
María.
Jesús, con cada ‘Avemaría’ de
este misterio te ofrecemos el amor de María, para compensar lo que les falta a
nuestros corazones y poder amarte en el Santísimo Sacramento con el amor
perfecto de su Inmaculado Corazón.
ASÍ ES COMO EMPIEZA NUESTRO CIELO
EN LA TIERRA :
AMÁNDOTE CON EL CORAZÓN DE MARÍA. Por medio de María puedo decir:
‘Jesús, te amo con todo mi
corazón’; y hacer una comunión espiritual sabiendo que Tú dijiste:
“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos
a él, y haremos morada en él” (Jn. 14, 23).
Señor Jesús, haz que cada
‘Avemaría’ de este misterio profundice nuestra relación personal contigo.
Ayúdanos a que seamos constantes con esta comunión en la tierra, para que sea
el anticipo de nuestra comunión contigo por siempre en el cielo. Jesús, te
pedimos por los infinitos méritos de Tu Sagrado Corazón y por los méritos del
Inmaculado Corazón de María, que todos seamos UNO contigo en el Santísimo Sacramento.
QUINTO MISTERIO GLORIOSO
“Harán la guerra al Cordero, pero el Cordero, como es Señor de Señores y Rey de Reyes, los vencerá”
(Ap. 17,14).
“Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y
crea en Él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día” (Jn. 6, 40).
“Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille será
ensalzado” (Mt. 23, 12).
El quinto misterio glorioso nos
da la seguridad de la victoria final de Jesús, María y la Iglesia. Puesto
que la Iglesia
es imagen de Jesús y María, lo que pase con Jesús y María pasará con toda la Iglesia.
María es Reina del cielo y de la
tierra.
“Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol, con la
luna a sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap. 12,1).
Ella aplastará la cabeza de la
serpiente con su talón, es decir, sus hijos humildes que obedecen la voluntad
de Dios para que Jesús, Su Hijo, reine en todos los corazones.
“Ellos vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de
testimonio que dieron” (Ap. 12, 11).
¡Esta es la gloria de la humildad
y de la victoria final!
Estas dos victorias de Jesús y
María deben ir juntas porque son una y la misma.
“Es preciso que Él crezca y que yo disminuya” (Jn. 3, 30).
“Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en
él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn. 15,
5).
Cada hora santa profundiza nuestra
unión con Él, y nos hace capaces de dar mucho fruto.
“Como cuando en el Santuario te veía, al contemplar Tu poder y Tu
gloria; pues Tu amor es mejor que la vida” (Sal. 63, 3-4).
“Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva , en el
mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho, para memoria suya”
(Mc. 14,9)
Tu hora santa de hoy significa
aún más para Él, y será recordad en el cielo, para gloria de Dios, a través de
toda la eternidad.
Ser llamados a estar aquí hoy,
acompañando a Jesús, es un privilegio tan grande como el que tuvieron Pedro,
Juan y Santiago cuando Jesús los llamó a estar con Él en el monte Tabor. Ellos
fueron testigos de la gloria de Su transfiguración; nosotros somos testigos de
Su divino amor y Su humildad, cuando nos llama a vivir en la gracia del momento
presente. Nuestro Señor llama a toda Su Iglesia a la oración y a la
contemplación: “Marta, Marta, te
preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de
una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.” (Lc. 10,
41-42).
“Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra” (Col, 3, 2).
“Que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la
del futuro” (Hb. 13,14). “Pero nosotros somos ciudadanos del cielo” (Flp. 3,
20).
A Su sierva santa Margarita María
le dijo: “Reinaré a través del amor
omnipotente de mi Sagrado Corazón”.
“Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre
ellos” (Ap. 21,3).
“Los ríos baten palmas, a una los montes gritan de alegría, ante el
rostro de Yahveh, pues viene a juzgar la tierra” (Sal 98, 8-9).
“Bajo sus pies sometió todas las cosas” (Ef. 1, 22).
“Si nos mantenemos firmes, también reinaremos con Él” (2 Tm. 2, 12).
Jesús en el Santísimo Sacramento
es el Cordero Victorioso, el ‘Alfa y la Omega ’, el ‘Señor de señores’ y ‘Rey de reyes’.
“¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará Tu nombre? Porque sólo Tú
eres Santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti” (Ap. 15, 4).
“La Salvación
es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero” (Ap. 7,10).
Este es el mismo Jesús a quien “toda la gente procuraba tocarle, porque
salía de Él una fuerza que sanaba a todos” (Lc. 6, 19). “Bien me sé los
pensamientos que pienso sobre vosotros, oráculo de Yahveh, pensamientos de paz,
y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza” (Jr.29, 11). “El río de
agua de Vida,... brotaba del trono de Dios y del Cordero... a una y otra margen
del río hay árboles de vida... y sus hojas SIRVEN DE MEDICINA PARA LOS
GENTILES” (Ap. 22, 1-2).
Al venir a nosotros en la Eucaristía , Jesús nos
da la seguridad del cumplimiento de Su promesa de la victoria final: “MIRA QUE HAGO UN MUNDO NUEVO” (Ap. 21,5).
Oración final
Señor Jesús, por medio de María
te entregamos con humildad nuestros corazones para que nos ayudes a vivir todo
el evangelio, en toda nuestra vida, correspondiendo al don de la Eucaristía en la que
nos das Tu Corazón.
Este sacramento contiene todo lo
que eres y todo lo que tienes, “la entera
riqueza espiritual de la
Iglesia ” (Vaticano II), “una medida buena, apretada, remecida
y rebosante”. Durante este misterio te pedimos con confianza por EL TRIUNFO
DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA Y EL REINO DE TU SAGRADO CORAZÓN en cada
corazón humano para que “DIOS SEA TODO EN
TODO” (1 Co. 15, 28).
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