El nombre Tarsicio
-según algunos autores- deriva de la palabra griega tharsos, que significa
valor, audacia, confianza. Su fortaleza es una prueba más de que -desde los
comienzos- la Iglesia entendía las palabras de Jesucristo: esto es mi cuerpo,
ésta es mi sangre, de un modo real, no metafórico.
¿Quién se hubiera
dejado lapidar por un símbolo? San Justino afirmaba que la Eucaristía es
"la carne y la sangre de aquel Jesús que se encarnó", y San Ireneo
añadía que el Cuerpo resucitado de Cristo vivifica nuestra carne: al comulgar
"nuestros cuerpos no son corruptibles sino que poseen el don de la
resurrección para siempre".
San Tarsicio es el
primero en proclamar su fe en el misterio eucarístico hasta el extremo de
consignar su vida, por eso se le conoce como el protomártir de la Eucaristía:
Esteban confesó que Jesús era el Mesías, pronunciando un discurso que le llevó
a la lapidación; Tarsicio defendió en silencio a su Dios presente en la Hostia
Santa, correspondiendo a la entrega del Amigo que se ofrecía por su vida, y por
la de todos, en la Eucaristía.
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