EL ALMA: Jesús… Tú me conoces bien, ¿no es así? Sabes mi
nombre… lees mi interior… conoces mi pesadumbre… te apiadas de mí… sabes que
quiero amarte…
¡Amarte sin restricciones! Ah, poco importará si fuere de
todos olvidado… relegado… maltratado… con tal de ser conocido, asociado y amado
por mi Jesús…
JESÚS: He oído tu voz, alma amada… Acércate a mi altar, nada
temas… Con la misma confianza del niño que se acerca al regazo de su amada
Madre, acércate a mí… Tal vez te atemorice mi presencia… Háblame… pídeme
gracias… porque eres pecador… ¡me ofendiste!… Eso indica que todavía no me
conoces bastante.
¿Pero no te atraje yo infundiéndote el ansia de venir ante
mí? ¿Y no es por ti que me oculto en el Sagrario, prisionero del amor, para
poder llenarte de gracias?
Acércate, pues, a mí. Olvida mi grandeza infinita. Recuerda
solamente el amor que te tengo, especialmente en este Santísimo Sacramento.
Dime cuánto me amas y qué deseas de mí.
EL ALMA: Jesús, ¡cuán amable eres!… Tú eres mi Vida… el Alma
de mi alma… el Corazón de mi corazón… Jesús, ¿quieres saber cuánto te amo?… Me
confundo…
Yo soy un alma que peca… ¡Tantas veces, Jesús mío, te fui
ingrato!… Pero tú me compadecías, me llamabas, me abrazabas; y ahora,
teniéndome ante tu presencia real, me preguntas cuánto te amo… Te abriré mi
pecho, oh Encanto mío, y te manifestaré la muchedumbre de mi amor por ti.
Oh Jesús, si al pichón tembloroso de frío le place tomar amparo
entre las cálidas alas de su madre, más me place a mí tomarlo en tu Corazón…
Oh Jesús, si la paloma en la tormenta ama su nido, yo amo
más tu Sagrario…
Oh Jesús, si el exiliado ama su país, y el navegante el
puerto, y el prisionero la libertad, mucho más te amo yo… Te amo como la madre
a su hijo unigénito…
¡No, incomparablemente más, porque eres mi Dios!…
Jesús, con el amor que no sé expresar pero que tú puedes
leer en mi interior, beso tus sagrados pies, y no como Judas… sino como tu
Madre María, con un ósculo amoroso… Y si me preguntares como a Judas: «¿A qué
has venido?», te respondería: «He venido a amarte»…
Y aquí entiendo —¡oh mi Salvador y mi Bien!— que amar es
padecer. ¡Buen sabedor eres de ello, tú que por mí tanto sufriste!… ¿Qué son
mis penas al lado de los tuyas? ¡Nada! Tú fuiste traicionado, arrestado, atado,
encarcelado, insultado, flagelado, tenido por fatuo, coronado de espinas, condenado
a muerte, cargado con la Cruz, enclavado en ella, reducido a una agonía de tres
horas, convidado con vinagre, desamparado, llevado a expirar entre tormentos…
Sí, Jesús mío, bien me aconsejas:
Si quieres segar paciencia para sufrir por mí, has de
sembrar la ciencia de qué sufrí por ti
Tu agonía en el Huerto, tu tedio, tu conmoción, tu
desfallecimiento mortal, tu sudor de sangre… ¡Qué escuela de sufrimiento!… ¡Qué
lección de amor!…
JESÚS: Querido hijo, tus amorosas palabras me roban el
corazón. ¡Bendita sea la hora en que instituí este Sacramento de Amor! Pídeme
lo que desees, que cuanto pidas seré pronto y liberal para concedértelo.
Pídeme por tus amigos, por tus hermanos, por los tuyos, dime
sus nombres y sus deseos.
Pídeme por los pobres, por los enfermos, por los huérfanos,
por los moribundos, por las benditas ánimas del Purgatorio.
Ruégame por los inocentes.
Ruégame por los pecadores, por esos desdichados esclavos
bajo las garras de su enemigo; ruégame por ellos con insistencia; recuerda que
alguna vez fuiste de su número y me apiadé de ti…
Y para ti pídeme cuanto pidan los deseos de tu corazón y los
beneficios de tu alma, que te lo daré. Confiésame claramente todas tus faltas…
los pensamientos, deseos, palabras, obras y omisiones con las cuales me
ofendiste. Yo recibo al alma que confiesa sus culpas. Pobre hijo mío, no sufras
vergüenza… En el Cielo hay muchos Santos que tuvieron tus pecados; alzaron a mí
sus voces, yo los perdoné y cambiaron por completo. ¡Si supieras el gran deseo
que tengo de enriquecerte con mis gracias!…
EL ALMA: Mi amado Jesús, yo te suplico encarecidamente todo
aquello que me has mencionado. Tú conoces bien mis desazones y temores. Conoces
los peligros de mi alma. Conoces mi debilidad, y sabes cuán olvidadizo soy de
mis promesas.
Estate conmigo con tu Gracia…
Antes de partir de tu presencia, una sola cosa te pido, mi
amado Jesús: que me des un amor tierno y fuerte a tu Sagrado Corazón,
hospedando en él mi alma. Allí aprenderé a retribuir amor al que me lo ha
tenido tan grande en el tiempo y en la eternidad…
JESÚS: Hijo mío, cúmplase tu deseo; en mi Corazón serás rico
ahora y siempre. Te bendigo. Recuerda con frecuencia que la razón de mi
presencia en este lugar eres tú. Espero que vuelvas. Recibe mi bendición y la
de María, Madre tuya y mía…
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