GUÍA PARA HACER NOCHE HEROICA FRENTE AL SANTÍSIMO SACRAMENTO
“Después de haber predicado a las turbas, curado los enfermos, dado vista a los ciegos, resucitado a los muertos..., después de haber vivido tres años en medio de mis apóstoles para instruirlos y confiarles mi doctrina..., les había enseñado, por mi ejemplo, a soportarse mutuamente, lavándoles los pies y haciéndome su alimento”
Meditemos en silencio...
Se acercaba la hora para la que el Hijo de Dios se había hecho hombre... y Redentor del género humano, iba a derramar su Sangre y dar su vida por el mundo...
“En esa hora quise ponerme en oración y entregarme a la Voluntad de mi Padre”.
“¡Almas queridas! Aprended de vuestro Modelo que la única cosa necesaria, aunque la naturaleza se rebele, es someterse con humildad y entregarse para cumplir la Voluntad de Dios. También quise enseñar a las almas que toda acción importante debe ir prevenida y vivificada por la oración, porque en la oración se fortifica el alma para lo mas difícil y Dios se comunica a ella, y la aconseja e inspira, aun cuando el alma no lo sienta.
Me retiré al Huerto con tres de mis discípulos para enseñaros, almas queridas de mi Corazón, que las tres potencias de vuestra alma deben acompañaros y ayudaros en la oración. Recordad con la memoria los beneficios divinos, las perfecciones de Dios: su Bondad, su poder, su misericordia, el amor que os tiene. Buscad después con el entendimiento cómo podréis corresponder a las maravillas que ha hecho por vosotros... Dejad que se mueva vuestra voluntad a hacer por Dios lo más y lo mejor, a consagraros a la salvación de las almas, ya sea por medio de vuestros trabajos apostólicos, ya por vuestra vida humilde y oculta, o en vuestro retiro y silencio por medio de la oración.
Postraos humildemente como criaturas en presencia de su Creador y adorad sus designios sobre vosotros, sean cuales fueren, sometiendo vuestra voluntad a la divina”.
“Así me ofrecí Yo para realizar la obra de la Redención del mundo”.
Yo Te adoro, Jesús, porque estás presente aquí en esta Hostia Sagrada. Te amo, porque fue el amor lo que Te inspiró a quedarte aquí con nosotros. Yo creo en Ti, Jesús, porque Tu palabra es todopoderosa.
Quiero acompañarte en estos momentos de agonía, quiero estar a tu lado para compartir tus sufrimientos, tu soledad... Dame la gracia de penetrar en tu misterio.
Yo deseo estar Contigo, Jesús. Quiero revivir Contigo los momentos de la primera Eucaristía. Quiero recostar mi cabeza sobre Tu pecho, como san Juan, Tu discípulo amado. Escuchar el latido de Tu Corazón, un Corazón que ardió con un amor infinito cuando llegó el momento de entregarte por nosotros.
EL DON DEL AMOR...
“Habiendo amado a los suyos... al fin los amó hasta el extremo” (Jn. 13)
Fue en las últimas horas de intimidad que Jesús pasó entre los suyos cuando quiso darles la última prenda de su amor. Fueron las horas de dulce intimidad y, al mismo tiempo, de amarguísima angustia; Judas ya se había puesto de acuerdo sobre el precio de la infame venta, Pedro le va a negar, todos dentro de breves instantes le abandonarían... En este ambiente la Institución de la Eucaristía aparece como respuesta de Jesús a la traición de los hombres, como el don más grande de su amor infinito a cambio de la mas grave ingratitud. Él, el buen Jesús, casi agotando la capacidad de su amor, se entrega al hombre no sólo como Redentor, que morirá por él sobre la Cruz, sino como alimento, para nutrirlo con su Carne y con su Sangre. La Eucaristía perpetuará su presencia viva y real en el mundo.
En la última Cena, Jesús nos deja, junto con el Sacramento del Amor, el testamento de su caridad. El testamento vivo y concreto del ejemplo admirable de su humildad y de su caridad en el lavatorio de los pies, y el testamento oral que anuncia su “mandamiento nuevo”. El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús lavando los pies a los Apóstoles y termina con estas palabras:
“Os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como Yo he hecho”.
LA AGONÍA DE JESÚS EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ
“Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: “Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar”. Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: “Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo”. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: “Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la Tuya”.
Después, volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: “¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el Espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”. Se alejó por segunda vez y suplicó: “Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga Tu Voluntad”.
Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: “Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar”. ( Mt. 26, 36-46)
Meditamos...
Jesús, aquí estoy Contigo. Cuando pediste a los Apóstoles que velaran y oraran Contigo para que no cayeran en tentación, también me lo estabas pidiendo a mi. Gracias Señor, porque con Tu Espíritu has despertado en mí el deseo de acompañarte y glorificar el amor con el que Tú ardías por entregarte a nosotros. Aparta de mí todo lo que me impide estar contigo. Libérame de todo cansancio a fin de que pueda velar Contigo.
Jesús, los Apóstoles oyeron Tu llamado en el Huerto de Getsemaní, pero estaban físicamente exhaustos y se dejaron vencer por el sueño.
“¿No han podido velar conmigo ni una hora? Velen y oren, para no caer en la tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. (Mt. 26, 40-41)
Jesús, cuánto Te habrá lastimado ver que Tus apóstoles se quedaban dormidos y que no se dieran cuenta de Tu agonía, permitiendo que el sueño los venciera mientras Tú orabas de rodillas y experimentabas un miedo mortal. Tú los reprendiste y los invitaste una vez más a orar, pero no los juzgaste. El espíritu estaba pronto, pero la carne era débil.
- ¡Jesús, haz que mi espíritu esté dispuesto y libérame de la debilidad de la carne, entonces podré estar Contigo!
Todo es silencio profundo, y Jesús me mira y me dice:
...“Los había traído para que me ayudasen, compartiendo mi angustia... para que hiciesen oración conmigo... para descansar en ellos... pero ¿cómo decir lo que experimentó mi Corazón cuando fui a buscarlos y los encontré dormidos?... ¡Cuán triste es verse solo sin poder confiarse a los suyos!...
¡Cuántas veces sufre mi Corazón... y queriendo hallar alivio en mis almas, voy a ellas y las encuentro dormidas!...
Más de una vez, cuando quiero despertarlas y sacarlas de sí mismas, de su preocupación, me contestan sino con palabras con obras: “Ahora no puedo, estoy demasiado cansada, tengo mucho que hacer...”.
Insisto y digo suavísimamente a esa alma: “No temas; si dejas por Mí ese descanso, Yo te recompensaré. Ven a orar Conmigo tan sólo una hora. Mira que en este momento es cuando te necesito... ¡Pero, cuántas veces oigo la misma respuesta!
¡Pobre alma! ¡No has podido velar una hora Conmigo! Dentro de poco vendré y no Me oirás, porque estarás dormida... Querré darte tal gracia, pero como duermes no podrás recibirla... ¿Y quién te asegura que tendrás después fuerza para despertar?... Es fácil que, privada de alimento, se debilite tu alma y no pueda salir...
¡Almas queridas!, deseo enseñaros también cuán inútil y vano es querer buscar alivio en las criaturas. ¡Cuántas veces están dormidas y en vez de encontrar el alivio que vamos a buscar en ellas salimos con amargura, porque no corresponden a nuestros deseos, ni a nuestro amor”.
“Volviendo enseguida a la oración, Me prosterné de nuevo, adoré al Padre y le pedí ayuda, diciéndole: Padre mío... Cuando vuestro corazón sufre más, debéis decir “Padre mío” y pedirle alivio, exponedle vuestros sufrimientos, vuestros temores y con gemidos recordadle que sois sus hijos; decidle que vuestra alma no puede más... que suda sangre, que vuestro corazón se ve tan oprimido, que parece a punto de perder la vida..., que vuestro cuerpo sufre tanto que ya no tiene fuerza para más... Pedid con confianza de hijos y esperad que vuestro Padre os aliviará y os dará la fuerza necesaria... Él sabe los que necesitamos.”
“Mi alma triste y desamparada padecía angustias de muerte... Me sentí agobiado con el peso de las más negras ingratitudes.
La sangre que brotaba de todos los poros de mi cuerpo y que dentro de poco saldría de todas mis heridas.
El Padre lo pensó todo para enseñarnos, para no creer que los sufrimientos son inútiles, si no veis el resultado que siempre lograréis. Someted vuestro juicio y dejad que la Voluntad divina se cumpla en vosotros.
Yo no retrocedí, al contrario, sabiendo que era en el Huerto donde habían de prenderme, permanecí allí..., no quise huir de mis enemigos...”
... “¡Ah!, ¡qué momento aquel en el que sentí venir sobre Mí todos los tormentos que había de sufrir en mi Pasión: las calumnias, los insultos, los azotes, la corona de espinas, la sed, la Cruz!... ¡todo se agolpó ante mis ojos y dentro de mi Corazón! Al mismo tiempo vi las ofensas, los pecados y las abominaciones que se cometerían en el transcurso de los siglos; y no solamente los vi, sino que Me sentí revestido de todos esos horrores y así Me presenté a mi Padre Celestial para implorar Misericordia.
Me ofrecí como fiador para calmar su cólera y aplacar su ira.
Pero viendo tanto pecado y tantos crímenes, mi naturaleza humana experimentó terrible angustia y mortal agonía, hasta tal punto, que sudé sangre.
¡Oh! ¡almas que Me hacéis sufrir de esta manera! ¿Será esta Sangre salud y vida para vosotros?... ¿Será posible que esta angustia, esta agonía y esta sangre sean inúties para tantas y tantas almas?...
Aquí nos quedaremos hoy... Permanece a mi lado en Getsemaní y deja que mi Sangre riegue y fortifique la raíz de tu pequeñez”.
Jesús, en el Huerto de los Olivos, baja hasta el último fondo posible de la angustia humana (Mt 26,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,40-46) suda sangre... desamparo de los tres amigos más íntimos, que se duermen; consuelo de un ángel; refugio absoluto en la oración.
El Señor se encarna y entra en la raza humana precisamente para morir por nosotros y darnos vida. Desea ardientemente ser inmolado, como Cordero pascual, que salva a los hombres, amándolos con amor extremo. «¡Para esto he venido yo a esta hora!» (Jn 12,27).
«Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»
El «cáliz» que abruma a Jesús es el conocimiento de los pecados, con sus terribles consecuencias, que a pesar del Evangelio y de la Cruz, van a darse en el mundo: ese océano de mentiras y maldades en el que tantos hombres van a ahogarse. La pasión del Salvador es causada principalmente por el pecado de los malos cristianos y le lleva a una tristeza de muerte... Y eso es lo que, con lágrimas y sudor de sangre, Cristo suplica al Padre insistentemente: “ que pase lejos de mi este cáliz...”
Jesús ha dado a nuestros sufrimientos el nombre de cruz, porque cruz significa instrumento de salvación, y Él quiere que nuestro dolor no sea una cosa vana, sino una cruz, es decir, un medio de salvación, de santificación. De hecho, cualquier sufrimiento se transforma en cruz desde el momento que la aceptamos como recibida de las manos del Señor, conformándonos con su Voluntad, que quiere servirse de ella para nuestro provecho espiritual. Si esto es verdad tratándose de sufrimientos extraordinarios, no lo es menos en cuanto se refiere a los ordinarios: todos fueron previstos por Dios en su plano divino, todos, aun los más insignificantes, fueron predestinados desde la eternidad para nuestra santificación.
Para llevar la cruz no basta comprender su valor; es necesaria la fuerza. Si nos ponemos en las manos de Jesús, Él nos dará ciertamente esta energía; y a través de las luchas y los sufrimientos que se nos ofrecen todos los días, nos llevará por el camino que Él ha elegido, a aquel grado de santidad que Él definió desde la eternidad para cada uno de nosotros. Pero es necesaria una confianza ilimitada, hay que caminar con los ojos cerrados completamente abandonados en Él; hay que aceptar la cruz que el Señor nos ofrece y llevarla con amor.
Jesús, deseo ahora quedarme callado y repetir en mi corazón tus palabras: “Padre, hágase tu voluntad”.
Viéndote en Getsemaní, agonizando en oración hasta sudar sangre, se acercó un ángel y te fortalecía, cuando como carga pesada nuestros pecados pesaron sobre Ti. Habiendo levantado al caído Adán sobre tus hombros, lo presentaste al Padre, arrodillándote y suplicando.
Jesús me mira y me dice:
“Hijo mío, debes saber que en tres horas de amarguísima agonía he reunido en mí todas las vidas de las criaturas y he sufrido todas sus penas y hasta sus mismas muertes, dándoles a cada una mi misma vida. Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y mi muerte se cambiarán por ellas en fuentes de dulzura y de vida”...
LA TRAICIÓN DE JUDAS
¡Jesús, esta noche es extraña! Tú te abandonas al Padre. Tus discípulos te abandonan a Ti por cansancio. Tú sufres y oras, sudas sangre y Te ofreces al Padre. El único que vela y no se ha dejado vencer por el sueño es Judas, el traidor. Él no duerme. Prepara su traición y llega con unos hombres para llevarte, mientras Tú estabas inmerso en la oración. ¡Aún cuando al ver esto un dolor punzante atravesó Tu Corazón, Tú seguiste amándolo!
“No me dejéis solo... Despertad y venid..., porque ya llegan mis enemigos...”Mt. 26, :
“Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les habia dado esta señal: “Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo”. Inmediatamente se acerco a Jesús, diciéndole: “Salud, Maestro”, y lo besó. Jesús le dijo: “Amigo, ¡cumple tu cometido!”. Entonces se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron”.
Permanece en silencio meditando...
Jesús, aunque me sorprende el comportamiento de Tu traidor, ¡Tu reacción me maravilla!
En ese momento de traición, cuando esas palabras de saludo fueron usadas para entregarte, ¡Tú encuentras la fuerza interior para dirigirte a Judas como “amigo”!
Pero eso era realmente lo que sentiste al encontrarte con él cara a cara. Mi corazón está embelesado Contigo, Jesús, mi alma se maravilla ante un amor así que es capaz de vencer cualquier tentación de actuar negativamente, un amor que nos se deja turbar ni influenciar por nuestras actitudes.
Jesús mío, ¿cómo puede ser posible no amarte? La ternura de tu amor es tanta, que todo corazón debería sentirse obligado a amarte, más sin embargo, no eres amado. Pero en este beso de Judas tú reparas todas las traiciones, los fingimientos, los engaños bajo aspecto de amistad y de santidad; además, con tu beso confirmabas que jamás le habrías rehusado el perdón a ningún pecador, con tal de que humillado volviera a ti.
Te adoro, Señor Jesús, esta noche, junto con todos aquellos que en el mundo entero han salido de sus casas para ir a orar, para hacer adoración y te ofrecen su amor y su gratitud. Te doy gracias Señor con todos aquellos que pagan Tu amor con amor y se inspiran en él, y son todos los que oran solos, en los grupos de oración y en las comunidades que hacen largas vigilias Contigo. Haz que se llenen de amor y paz, y se unan profundamente a Ti y a María, Tu Madre. Que muchos corazones sean inspirados y reparen por todos los que duermen, por los que Te traicionan, por los que, esclavizados de este mundo, pasan la noche y día inmersos en el mal y el pecado, en el alcohol y las drogas, traicionando por tanto a sus familias, a sus padres y madres, a sus esposos y esposas. Oro por todos los que hacen mal a otros.
¡Jesús, haz que su espíritu sea más fuerte que la fragilidad de la carne y libéralos de todo mal! (repite esta invocación calladamente en tu interior)
JESÚS ES ATRAPADO Y PRESENTADO ANTE EL SANEDRÍN
Jesús, esta noche muchos están solos en medio de su dolor, abandonados por sus seres queridos, viviendo sus propios `getsemanís´ y no hay nadie que los consuele. Muchos serán llamados esta noche a dejar este mundo, sin haberse reconciliado con los demás ni con su Padre Celestial. Gracias por el don de poder orar por ellos para que sientan Tu cercanía y para que Tú les envíes a Tus ángeles a consolarlos.
(Presento a Jesús por nombre a aquellos que sé que están sufriendo y a quienes están o debieran estar con ellos).
¡Jesús mío, aquí estoy frente a Ti!, bendíceme, bendice a mi familia, a mis amigos, a mis enemigos, a todos aquellos por los que Tú sufriste y haz que tu amor nos una, nos calme y nos proteja. Que glorifiquemos continuamente Tu amor. Toma todas nuestras luchas personales y diferencias, y ofrécelas al Padre unidas a la sangre que Tú sudaste por la salvación del mundo en el huerto de Getsemaní. Que todos los que aún no han dicho: “Hágase Tu voluntad y no la mía”, reciban esta noche la fortaleza para hacerlo.
¡Señor, con que dulzura penetra en mi corazón esa palabra que le dirigiste a Judas: “Amigo, ¿a qué has venido?”. Y me parece que tambien a mí me diriges esas mismas palabras, pero no llamándome amigo, sino diciéndome dulcemente: “Hijo, ¿a qué has venido?” ; para que así tu puedas escuchar mi respuesta: “Jesús mío, he venido para amarte”.
Y mientras sales al encuentro de tus enemigos, oigo de nuevo tu voz llena de ternura que les dice: “A quién buscan?” Y ellos respondieron: “A Jesús Nazareno”. Y tú, sin vacilar un segundo, les dices: “Soy Yo”. Con esta sola palabra tú dices todo y te das a conocer por lo que eres, tanto que tus enemigos caen por tierra como si estuvieran muertos. Y tú, Amor sin par, diciendo de nuevo: “Soy Yo”, los llamas a vida y entregas tu mismo en manos de tus enemigos.
“Entonces todos los discípulos, abandonándole, huyeron”... Jesús está solo.
Jesús en este momento nos mira y nos dice:
“Cuando se acercaron a Mí los soldados para prenderme, les dije: “Yo Soy”. Esta misma palabra repito a l alma que está próxima a ceder en la tentación: “Yo Soy... Sí, Yo Soy; aún es tiempo, y si quieres te perdonaré, y en vez de atarme tú con las cuerdas del pecado, soy Yo el que te ataré a ti con las ligaduras del Amor.
¡Ven! Yo soy el que te ama y el que tiene tanta compasión de tu debilidad, que está esperándote con ansia para recibirte en sus brazos.
¡Ah!, ¡cuán triste es para Mí, cuando después de decir esto a las almas, hay aún algunas que Me atan y Me llevan a la muerte!...
JESÚS ANTE CAIFÁS
“Más... era llegada mi hora en la que había de consumar el sacrificio, y dando libertad a los soldados, Me entregué con la docilidad de un cordero... En seguida me condujeron a a casa de Caifás, donde Me recibieron con burlas e insultos y en donde uno de los criados Me dio la primera abofetada...”
¡Oh Jesús mío!, tus enemigos ríen a carcajadas, silban y aplauden un acto tan injusto, mientras que tú, tambaleándote, no tienes a nadie en donde apoyarte.
Señor, como Sumo Sacerdote eterno, estabas ante Caifás, el sumo sacerdote transgresor, Tú que eres Dueño y Señor de todo, que recibiste suplicio de tus siervos, recibe de nosotros estar preces: Jesús, inapreciable, comprado por un precio, poséeme en tu eterna heredad; Jesús, apetecido de todos, de Pedro rechazado por miedo, no me rechaces a mí pecador; Jesús, Cordero Inocente, golpeado a crueles azotes, rescátame de mis enemigos; Jesús Sumo Sacerdote, purifícame de las manchas carnales...
Jesús, abrazándonos aún más fuerte nos dice:
“Hijo mío, no he hecho nada malo y al mismo tiempo he hecho todo: mi delito es el amor; el amor, que contiene todos los sacrificios; el amor, que tiene un precio inconmensurable. Sin embargo, estamos todavía al inicio; tú sigue quedándote conmigo, dentro de mi Corazón, observa todo y acompáñame, ámame, calla y aprende. Éste será el modo en que podrás defenderme como a mí más me gusta, seme fiel... Confío en ti”.
Jesús, que gran dolor y soledad habrás sentido en esos momentos... Y Tú te muestras lleno de mansedumbre, de modestia y humildad... Tanta es tu dulzura y tu paciencia, que tus enemigos mismos quedan aterrorizados. Pero todos te acusan como si fueras el hombre mas culpable a punto de ser condenado... y te golpean... y Tú callas, con un gran sufrimiento en tu alma.
LAS NEGACIONES DE PEDRO
“Mis apóstoles me habían abandonado... ¿Dónde estáis vosotros, Apóstoles y discípulos que habéis sido testigos de mi vida, de mi doctrina, de mis milagros?... de todos aquellos de quienes esperaba una prueba de amor, no queda ninguno para defenderme...
M e encuentro solo y rodeado de soldados, que como lobos quieren devorarme... Mirad como me maltratan: uno descarga sobre mi rostro una abofetada, otro Me arroja su inmunda saliva; otro Me tuerce el rostro en son de burla...
Mientras que mi Corazón se ofrece a sufrir todos estos suplicios, Pedro, a quien había constituido Jefe y Cabeza de la Iglesia y que alguna horas antes había prometido seguirme hasta la muerte... a una simple pregunta que le hacen, ¡Me niega!... Y como el temor se apodera más y más de él y la pregunta se reitera, jura que jamás Me ha conocido ni ha sido mi discípulo...” Jn. 18, 15-27.
“Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera. El otro discípulo, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tu también uno de los discípulos de ese hombre?”. El le respondió: “No lo soy”.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?”. El lo negó y dijo: “No lo soy”. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, insistió: “¿Acaso no te vi con él en la huerta?”. Pedro, lleno de miedo, volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo”.
Meditemos en silencio...
“Oigo la voz de Pedro que dice que no me conoce, y luego ha llegado a jurarlo y hasta por tercera vez, ha maldecido y perjurado que no me conoce... y me hace morir de dolor.
¿Sabéis cuán grande es la tristeza y la amargura de mi corazón? ¿No te acuerdas ya de las pruebas de amor que te he dado?... ¿Olvidas los lazos que te ligan a Mí?... ¿Olvidas que muchas veces me has prometido serme fiel y defenderme?...
No confiéis solo en ti mismo, porque entonces estáis perdido y caeréis como Pedro; pero si recurres a Mí con humildad y firme confianza, nada temas... aquí estoy, esperándote”.
Cuando los soldados Te conducían a la prisión, al pasar por uno de los patios buscas con la mirada a Pedro; y él, al ver tu mirada llena de profundo amor, se lleno de lágrimas y lloró amargamente su pecado... Pero Tú te calmas, porque ya lo has puesto a salvo.
Cuántas veces me miras así Señor, y yo no te miro a Ti, o quedo ciego ante Ti. Tú me llamas por mi propio nombre y no recibes respuesta alguna, insistes continuamente, pero no quiero despertar... Perdóname Señor...
Pero tus enemigos siguen acusándote y Caifás, viendo que no respondes a tus acusaciones te pregunta: “¿Eres tú verdaderamente el Hijo de Dios?”
Y Tú, con la simple palabra de la verdad, respondes:
“Tu lo has dicho, Yo soy el verdadero Hijo de Dios y un día descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las naciones”.
JESÚS EN LA PRISIÓN
“Contémplame en la prisión donde pasé gran parte de la noche. Los soldados venían a insultarme con palabras y con obras, empujándome, dándome golpes...
Al fin de la noche, hartos de Mí me dejaron solo, atado en una habitación obscura, húmeda, dándome por asiento una piedra... y mi cuerpo dolorido quedó pronto aterido de frío...”.
Meditemos en silencio...
Jesús sufre toda clase de abusos de parte de los soldados Él, en cambio, los mira con tanto amor que parece como que los invita a que lo hagan sufrir aún más.
...Y nosotros, cuando sufrimos, ¿somos constantes o más bien nos lamentamos, nos fastidiamos, perdemos la paz, esa paz del corazón que se necesita para que Jesús pueda hallar en nosotros su feliz morada?
Jesús miraba con amor a quienes lo maltrataban... y nosotros, ¿miramos con ese mismo amor a quienes nos ofenden? ¿El amor que les mostramos es tanto que llega a ser una potente voz para sus corazones y que hace que se conviertan y que vuelvan a Jesús?
“Que feliz me hace que estés aquí Hijo mío... ¡Cuántos días espero que tu alma venga a visitarme... a recibirme en su corazón porque he pasado la noche solo, y pensaba en ti para apagar mi sed! Cuántas veces siento hambre de mis almas, de su fidelidad, de su generosidad... ¿Sabrás decirme cuando tengas que pasar por algún sufrimiento?... Esto servirá para aliviar vuestra tristeza, para acompañaros en vuestra soledad. Unido a mí lo soportarás todo con paz y saldrás fortalecido, en tanto que consolarás Mi Corazón.
En la prisión sentí vergüenza al oír las horribles palabras que se decían contra Mí, cuando descargaban sobre Mí golpes y bofetadas, cuando me hacían levantar a empujones, falto de fuerza, y a causa de las cadenas que Me sujetaban, caía en tierra... y vi cómo tantas almas atándome con las cadenas de su ingratitud, Me dejarían caer sobre la piedra, renovando mi vergüenza y prolongando mi soledad...”
Piadoso Jesús mío, beso tus oídos para reparar los insultos que has recibido durante esta noche. Te pido perdón... perdón Señor por todas las veces que me has llamado y que me he hecho el sordo fingiendo que no te escuchaba.
Enamorado Jesús mío, beso tu rostro santísimo... y te pido perdón.
Sediento Jesús mío, quiero hacer de todas las voces una sola voz tuya, para hacer que cuando estén a punto de ofenderte, tu voz, circulando por las voces de los hombres, transforme esas voces de pecado en voces de alabanzas y de amor.
Te suplico Señor amado mío, antes de que salgas de la prisión, en mi dolor, me bendigas para poder tener la fuerza de seguirte en todo lo que falta de tu pasión.
JESÚS ANTE PILATO y luego ENVIADO A HERODES
“Al amanecer del día siguiente, Caifás ordenó que Me condujeran a Pilatos para que pronunciara la sentencia de muerte.
Éste me interrogó con gran sagacidad, deseoso de hallar causa de condenación; pero al mismo tiempo su conciencia le inquietaba y sentía gran temor ante la injusticia que contra Mí iba a cometer... “Yo no encuentro culpa alguna en este hombre”.
“Pero Pilatos, viendo la rabia de mis enemigos, encontró un medio para desentenderse de Mí y mandó que Me condujeran a Herodes”.
Herodes se llena de orgullo al tenerte a Ti, mi amado Jesús, frente a él. Te hace muchas preguntas, pero Tú no las respondes, manteniendo tu mirada al suelo. Herodes comenzó a sentir humillación por Tu prolongado silencio, y declara públicamente la orden de tu maltrato... entregándote con vestiduras blancas a los soldados, para despreciarte aún más.
“Entretanto, mi Corazón estaba íntimamente unido a mi Padre Celestial. Me consumía en deseos de dar por las almas hasta la última gota de Sangre, y deseaba correr al suplicio de la cruz. Dejé que Me trataran como loco y Me cubrieran con una vestidura blanca en señal de burla de irrisión...
Miradme almas tan amadas de mi Corazón, dejándome conducir con la mansedumbre de un cordero al terrible y afrentoso suplicio de la flagelación...
Sobre mi cuerpo ya cubierto de golpes y agobiado de cansancio, los verdugos descargan cruelmente con cuerdas embreadas y con varas, terribles azotes. Y es tanta la violencia con que Me hieren, que no quedó en Mí un solo hueso que no fuese quebrantado por el más terrible dolor... La fuerza de los golpes prodújome innumerables heridas...
¡Oh Jesús mío, que impresión me causa el verte orar y reparar en medio de tanto dolor y sufrimiento!
Ahora deja que me ponga a tu lado, que tome parte en tus penas y que te consuele con mi amor; y alejando de Ti a tus enemigos, te tomo entre mis brazos para darte fuerzas y darte un beso en la frente en señal de mi amor. Y Tú Señor, fortifícame con tu bendición y así te seguiré hasta el fin.
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