MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II A LOS OBISPOS,
SACERDOTES, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS,
Y LAICOS DE AMÉRICA LATINA CON
MOTIVO DEL V CENTENARIO DE LA
PRIMERA MISA CELEBRADA EN EL NUEVO CONTINENTE
Queridos Hermanos en
el Episcopado, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles.
Es para mí motivo de gran gozo dirigiros un cordial saludo y
unirme espiritualmente a la celebración eucarística que — en la
solemnidad de la Epifanía, manifestación de Cristo a todos los pueblos— os
congrega en La Isabela, para conmemorar los 500 años de la primera Misa que selló el comienzo
propiamente dicho de la Evangelización del Nuevo Mundo.
Es justo que tan
significativo acontecimiento sea recordado en este día y por eso, junto con
tantos fieles latinoamericanos que participan a través de los medios de
comunicación social, me siento particularmente cerca de vosotros para dar gracias al Señor por los abundantes dones
recibidos durante estos cinco siglos, así como por los copiosos
frutos de vida cristiana que El ha ido suscitando en las diversas Comunidades
eclesiales de la República Dominicana y de toda América Latina.
En su primer viaje
Cristóbal Colón plantó la Cruz de Cristo, el 12 de octubre de 1492, como primordial signo espiritual de su llegada a las nuevas tierras y del encuentro con sus
pobladores. Pero fue sólo en el segundo viaje cuando, en la gran expedición «
pobladora », doce misioneros con el Vicario Apostólico Fray Bernardo Boyl llegaron
a La Española, hoy Santo Domingo, el 22 de noviembre de 1493.
La empresa
evangelizadora fue alentada por la Corona española. En efecto, en la Instrucción Real se ordenaba al Almirante que « trabajase por atraer a
los moradores de aquellas islas a la fe católica y que para dar impulso eficaz
a la evangelización enviaba con él
al Docto Fray Bernardo Boyl, ermitaño de Monserrat, que habría de efectuar la
instrucción religiosa a los nativos » (29-V-1493). Al inaugurar hoy el
hermoso templo erigido como recuerdo perenne del solemne inicio de la
Evangelización de América, es justo resaltar que, ya desde entonces, los
misioneros fomentaron los tres grandes amores que han caracterizado la fe católica de vuestros
pueblos: amor a la Eucaristía, amor a la Madre
del Salvador y amor a la Iglesia en la persona del Sucesor de Pedro.
En estos tres grandes amores encontraréis la luz, fuerza e inspiración necesarias para llevar a cabo la ingente labor de la Nueva Evangelización que os aguarda. Para ello os serán también de gran ayuda las Conclusiones emanadas en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada hace un año en Santo Domingo.
Siguiendo la
orientación de aquella importante asamblea eclesial habéis centrado la nueva
acción evangelizadora en Cristo, en el cual se encuentra la plenitud de la verdad, para iluminar desde ella, según la sabiduría divina,
los problemas perennes del ser humano y los retos que plantea hoy la sociedad
actual.
La presente
conmemoración, que tiene como acto principal la Santa Misa, es un nuevo llamado
del Señor a participar debidamente preparados en su ..banquete (cf. Lc 14,
15ss), al que todos estamos invitados. Igualmente, sabemos que no se puede
tomar parte dignamente en la celebración de la Eucaristía si no se satisfacen
plenamente las exigencias de la verdadera justicia, fruto de la caridad
fraterna que debe reinar en cada comunidad eclesial.
La Eucaristía, vínculo de la caridad que fortalece la vida cristiana en el cumplimiento del
amor a Dios y al prójimo, tiene su raíz en el Amor divino. En efecto, cada vez
que participamos en el sacrificio eucarístico « se abre en nuestra alma una
dimensión real de aquel amor inescrutable que encierra en sí todo lo que Dios ha hecho por nosotros los hombres y
que hace continuamente »(Carta a todos los Obispos de la Iglesia sobre el misterio y
el culto de la Eucaristía, 1980, n. 5).
La devoción profunda a
la Santísima Virgen María se remonta también a la época
de los primeros misioneros. El anuncio del Evangelio ha estado acompañado
siempre por la presencia amorosa de Nuestra Señora, la cual constituye « el
gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de
Cristo con quienes Ella nos invita a entrar en comunión »(Documento de
Puebla, 282).
En el documento
inspirador de vuestra acción pastoral habéis subrayado que el sujeto de la Nueva
Evangelización es una Iglesia «comunión-participación» y, a la
vez, santa. Precisamente en esa santidad veis la clave del ardor
renovado que requiere la predicación del Evangelio. Pues bien, para lograr
ambos objetivos nada mejor que el testimonio de la propia vida cristiana
sólidamente fundamentada en la Eucaristía y en la devoción a la Virgen María,
dando también prueba de amor a la Iglesia en fidelidad al Sucesor de Pedro y a
su Magisterio.
Esta es la clave para
entender aquella Misa del 6 de enero de 1494, presidida por la imagen de la Madre del Salvador, y que impulsó a
los primeros misioneros a arrostrar todas las dificultades en la proclamación
de Cristo y de su Buena Nueva a través, sobre todo, de un proceso catequizador.
¡Qué páginas tan gloriosas
escribieron los evangelizadores de América en la historia de la catequesis de
la Iglesia, con catecismos escritos en numerosas lenguas autóctonas!.
Al mismo tiempo,
inculturaron la fe fomentando la creatividad artística por medio de la
arquitectura, pintura, música y dramaturgia, no dudando en integrar en esa
labor a innumerables laicos catequistas. Precisamente uno de los asistentes a
la primera Misa en La Isabela, el jerónimo Fray Ramón Pané, estudiaría las costumbres
y creencias de aquellos pobladores y escribiría una relación que representa un
apreciable tratado de antropología.
6. En continuidad con
la labor catequética de aquellos pioneros, y como válido instrumento de la
Nueva Evangelización, se cuenta hoy con el Catecismo
de la Iglesia Católica, en el
que están contenidas, de manera íntegra
y orgánica, todas las verdades de nuestra fe así como las exigencias de la vocación cristiana, sin
reduccionismos. Sed, pues, enardecidos catequistas como lo fueron los agentes
de la primera Evangelización, sensibles a la cultura que os rodea y receptivos
ante los problemas y angustias de quienes conviven con vosotros. Consolidad
como ellos los genuinos valores morales y sed constructores de una nueva y
auténtica cultura cristiana.
Antes de terminar,
deseo alentaros a mantener siempre vivo el
patrimonio espiritual que, como
don precioso, habéis recibido de vuestros antepasados y de los primeros
evangelizadores. Vuestras Comunidades eclesiales están llamadas a descubrir el
« kairós », la gracia del momento presente. Buscad lo esencial y dedicad a ello
las mejores energías en profunda
unidad de espíritu, para que el
mundo crea (cf. Jn 17,21): unidad entre Pastores y fieles; unidad entre las
diversas Iglesias particulares; unidad en la comunión jerárquica. De ese modo
el Espíritu Santo os animará e
iluminará en esta nueva etapa de
renovación cristiana que estáis emprendiendo.
Con estos fervientes
deseos invoco sobre todos y cada uno de vosotros la constante protección de Nuestra Señora de la Altagracia, para que os ayude a ser fieles seguidores de Cristo, y
para que estéis siempre unídos por el vínculo de la caridad, mientras os
imparto con todo afecto la Bendición Apostólica.
Vaticano, 12 de
diciembre, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, del año 1993.
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