1. "En la liturgia terrena
pregustamos y participamos en la liturgia celeste" (Sacrosanctum
Concilium, 8; cf. Gaudium et spes, 38). Estas palabras tan claras y esenciales
del concilio Vaticano II nos presentan una dimensión fundamental de la
Eucaristía: es "futurae gloriae pignus", prenda de la gloria futura,
según una hermosa expresión de la tradición cristiana (cf. Sacrosanctum
Concilium, 47). "Este sacramento -afirma santo Tomás de Aquino- no nos
introduce inmediatamente en la gloria, pero nos da la fuerza para llegar a la
gloria y por eso se le llama "viático"" (Summa Theol., III, 79,
2, ad 1). La comunión con Cristo que vivimos ahora mientras somos peregrinos y
caminantes por las sendas de la historia anticipa el encuentro supremo del día
en que "seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es" (1 Jn
3, 2). Elías, que, caminando por el desierto, se sienta sin fuerzas bajo una
retama y es fortalecido por un pan misterioso hasta llegar a la cumbre del
encuentro con Dios (cf. 1 R 19, 1-8) es un símbolo tradicional del itinerario
de los fieles, que en el pan eucarístico encuentran la fuerza para caminar
hacia la meta luminosa de la ciudad santa.
2. También este es el sentido
profundo del maná dado por Dios en las estepas del Sinaí, "pan de los
ángeles", que podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los
gustos, manifestación de la dulzura de Dios para con sus hijos (cf. Sb 16,
20-21). Cristo mismo pondrá de relieve este significado espiritual del evento
del Éxodo. Es él quien nos hace gustar en la Eucaristía el doble sabor de pan
del peregrino y de alimento de la plenitud mesiánica en la eternidad (cf. Is
25, 6). Utilizando una expresión dedicada a la liturgia sabática judía, la
Eucaristía es "gustar la eternidad en el tiempo" (A. J. Heschel).
Como Cristo vivió en la carne permaneciendo en la gloria de Hijo de Dios, así
la Eucaristía es presencia divina y trascendente, comunión con lo eterno, signo
de la "compenetración de la ciudad terrena y la ciudad celeste"
(Gaudium et spes, 40). Por su naturaleza, la Eucaristía, memorial de la Pascua
de Cristo, introduce lo eterno y lo infinito en la historia humana.
3. Las palabras que Jesús
pronuncia sobre el cáliz del vino en la última Cena (cf. Lc 22, 20; 1 Co 11,
25) ilustran este aspecto que abre la Eucaristía al futuro de Dios, aun
dejándola anclada en la realidad presente. San Marcos y san Mateo evocan en
esas mismas palabras la alianza en la sangre de los sacrificios del Sinaí (cf.
Mc 14, 24; Mt 26, 28; Ex 24, 8). San Lucas y san Pablo, por el contrario,
revelan el cumplimiento de la "nueva alianza" anunciada por el
profeta Jeremías: "He aquí que vienen días -oráculo de Yahveh- en que yo
pactaré con la casa de Israel, y con la casa de Judá, una nueva alianza; no
como la alianza que pacté con sus padres" (Jr 31, 31-32). En efecto, Jesús
declara. "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre".
"Nuevo", en lengua bíblico, indica generalmente progreso, perfección
definitiva.
Son también san Lucas y san Pablo
quienes subrayan que la Eucaristía es anticipación del horizonte de luz
gloriosa propia del reino de Dios. Antes de la última Cena, Jesús declara:
"Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer;
porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el
reino de Dios. Y, tomando el cáliz, dadas las gracias, dijo: Tomad esto y
repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no
beberé del producto de la vid hasta que llegue el reino de Dios" (Lc 22,
15-18). También san Pablo recuerda explícitamente que la cena eucarística está
orientada hacia la última venida del Señor: "Cada vez que coméis este pan
y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga" (1 Co
11, 26).
4. El cuarto evangelista, san
Juan, destaca esta orientación de la Eucaristía hacia la plenitud del reino de
Dios dentro del célebre discurso sobre el "pan de vida" que Jesús
pronuncia en la sinagoga de Cafarnaúm. El símbolo que utiliza como punto de
referencia bíblico es, como ya hemos mencionado, el del maná dado por Dios a
Israel peregrino en el desierto. A propósito de la Eucaristía Jesús afirma
solemnemente: "Si uno come de este pan, vivirá para siempre (...). El que
come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último
día (...). Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros
padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre" (Jn 6, 51.
54. 58). La "vida eterna", en el lenguaje del cuarto evangelio, es la
misma vida divina que rebasa las fronteras del tiempo. La Eucaristía, al ser
comunión con Cristo, es también participación en la vida de Dios, que es eterna
y vence la muerte. Por eso Jesús declara: "Esta es la voluntad del que me
ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el
último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo
y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día" (Jn 6,
39-40).
5. Desde esta perspectiva, como
decía sugestivamente un teólogo ruso, Sergej Bulgakov, "la liturgia es el
cielo en la tierra". Por eso, en la carta apostólica Dies Domini,
recogiendo palabras de Pablo VI, exhorté a los cristianos a no abandonar
"este encuentro, este banquete que Cristo nos prepara con su amor. ¡Qué la
participación sea muy digna y festiva a la vez! Cristo, crucificado y
glorificado, viene en medio de sus discípulos para conducirlos juntos a la
renovación de su resurrección. Es la cumbre, aquí abajo, de la alianza de amor
entre Dios y su pueblo: signo y fuente de alegría cristiana, preparación para
la fiesta eterna" (n. 58; cf. Gaudete in Domino, conclusión).
San Juan Pablo II,
Audiencia General,
25 de octubre, 2000
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