“Comunidad orante, fraterna y
misionera”
Exposición del Santísimo Sacramento y canto inicial
Dejémonos guiar entonces a la luz
de la Palabra de Dios y de la exhortación Apostólica de nuestro Papa Francisco:
Seamos Comunidad
Del evangelio según San Juan:
“Que todos sean uno: como tú, Padre,
estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el
mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú
me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí–
para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que
yo los amé cómo tú me amaste.
Padre, quiero que los que tú me diste estén
conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya
me amabas antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha
conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.”
Del Papa Francisco:
Hoy, que las redes y los
instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos,
sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de
mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de
participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera
experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación.
De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más
posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos. Si pudiéramos seguir
ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador, tan liberador, tan
esperanzador! Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien. Encerrarse en sí
mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá
perdiendo con cada opción egoísta que hagamos.
El ideal cristiano siempre
invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser
invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual. Muchos
tratan de escapar de los demás hacia la privacidad cómoda o hacia el reducido círculo
de los más íntimos, y renuncian al realismo de la dimensión social del
Evangelio. Porque, así como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual,
sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales sólo
mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan
encender y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio nos invita siempre a
correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física
que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un
constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es
inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de
la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación,
nos invitó a la revolución de la ternura.
Canción
Una comunidad en Oración.
Del Evangelio según San Juan:
“Jesús le respondió: «Si
conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma
se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». «Señor, le dijo ella, no tienes nada para
sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso
más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió,
lo mismo que sus hijos y sus animales?».
Jesús le respondió: «El que beba
de esta agua tendrá nuevamente sed, pero
el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que
yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».”
Del Papa Francisco:
La primera motivación para
evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser
salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que
no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo
conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos
en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar
cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra
vida tibia y superficial. Puestos ante Él con el corazón abierto, dejando que
Él nos contemple, reconocemos esa mirada de amor que descubrió Natanael el día
que Jesús se hizo presente y le dijo: «Cuando estabas debajo de la higuera, te
vi» (Jn 1,48). ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante
del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que
Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva!
Entonces, lo que ocurre es que, en definitiva, «lo que hemos visto y oído es lo
que anunciamos» (1 Jn 1,3). La mejor motivación para decidirse a comunicar el
Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el
corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos
una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos
permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza,
que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los
demás.
Canción
Una comunidad fraterna
Del Evangelio Según San Juan:
“Les doy un mandamiento nuevo:
ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes
los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos:
en el amor que se tengan los unos a los otros».”
Del Santo Padre:
Dentro del Pueblo de Dios y en
las distintas comunidades, ¡cuántas guerras! En el barrio, en el puesto de
trabajo, ¡cuántas guerras por envidias y celos, también entre cristianos! La
mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros
cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o
seguridad económica. Además, algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a
la Iglesia por alimentar un espíritu de «internas». Más que pertenecer a la
Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se
siente diferente o especial.
El mundo está lacerado por las
guerras y la violencia, o herido por un difuso individualismo que divide a los
seres humanos y los enfrenta unos contra otros en pos del propio bienestar. En
diversos países resurgen enfrentamientos y viejas divisiones que se creían en
parte superadas. A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero
pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva
atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a
otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis: «En esto
reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros»
(Jn 13,35). Es lo que con tantos deseos pedía Jesús al Padre: «Que sean uno en
nosotros […] para que el mundo crea» (Jn 17,21). ¡Atención a la tentación de la
envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto! Pidamos la
gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.
. Pidamos al Señor que nos haga
entender la ley del amor. ¡Qué bueno es tener esta ley! ¡Cuánto bien nos hace
amarnos los unos a los otros en contra de todo! Sí, ¡en contra de todo! A cada
uno de nosotros se dirige la exhortación paulina: «No te dejes vencer por el
mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rm 12,21). Y también: «¡No nos
cansemos de hacer el bien!» (Ga 6,9). Todos tenemos simpatías y antipatías, y
quizás ahora mismo estamos enojados con alguno. Al menos digamos al Señor:
«Señor, yo estoy enojado con éste, con aquélla. Yo te pido por él y por ella».
Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso en el amor, y
es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el ideal del
amor fraterno!
Canción
Una Parroquia Misionera
Del Evangelio de Mateo:
“acercándose, Jesús les dijo: «Yo
he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, y hagan que todos los
pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y
yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».”
De Nuestro Papa Francisco:
El bien siempre tiende a
comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí
misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación
adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo,
el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y
plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No
deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de
Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!» (1
Co 9,16).
La propuesta es vivir en un nivel
superior, pero no con menor intensidad: «La vida se acrecienta dándola y se
debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de
la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión
de comunicar vida a los demás». Cuando la Iglesia convoca a la tarea
evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo
de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad:
que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los
otros. Eso es en definitiva la misión». Por consiguiente, un evangelizador no
debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el
fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que
sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con
angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través
de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a
través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han
recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo».
Canción
Bendición
Canción
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