28 de diciembre de 2012

Adoremos a Cristo que por nosotros nació en la plenitud de los tiempos



En el arte, también hay alegorías personales del misterio de la fe

“El burro que lleva a Dios” es una obra de William Kurelek (1927-1977), un artista canadiense que se convirtió al catolicismo. Su estilo es naif y también expresionista, y con sus pinturas muestra su fe.

La ilustración con la figura del borrico portando un tabernáculo con el Sacramento se publicó a fines de los años '60 como una tarjeta de felicitación navideña con la siguiente cita de la sierva de Dios Catherine Doherty:

"En mi pensamiento, el burro que lleva a la Virgen de Belén tomó otra forma: Era un animal mudo que portaba a la Palabra y al llevar a la Virgen -que porta en su seno virginal a Dios- también el animal se hizo “anuncio de Dios”. Sus campanillas fueron las primeras campanas de la iglesia, y María fue la primera iglesia, el primer tabernáculo de Cristo."

La fe, que es luz, nos hace penetrar y captar todo luminosamente. Todos los seres, todas las criaturas que sirven al Señor y participan en/de su Misterio, todas le alaban, todas cooperan con la obra de salvación del Redentor.

Es también un anuncio de aquel momento en que Jesucristo, camino a su Pasión, entra en la ciudad de Jerusalén montado en un asno, y es proclamado Rey entre las aclamaciones de los Hosannas.

En la ilustración de Kurelek aparecen las estrellas del firmamento sobre el cielo oscuro, la tierra pedregosa y árida, la sombra del asno proyectada sobre un retazo de suelo nevado. El animal camina al paso, despacio, humilde y manso, con una especie de grave consciencia de ser el portador del Misterio, a cuya contemplación y adoración son convocados todos los seres, terrenales y celestiales.

Pero en la estampa no aparecen seres inteligentes, ni hombres ni ángeles, que no se ven, o que no están. Tampoco el Misterio es evidente: Es Sacramento, el Sacramento del Enmanuel/Dios-con-nosotros, llevado a lomos de un borriquillo, pasando por en medio del mundo, al encuentro del caminante que sepa encontrarlo y adorarlo.

¡Adoremos a Cristo, que por nosotros nació en la plenitud de los tiempos, que nos espera escondido y silencioso en cada Sagrario, y que se nos ofrece como alimento de vida eterna en su Cuerpo sacrosanto, la Eucaristía!.

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