Ejemplo para toda la
Iglesia en el ejercicio del culto divino, María es también, evidentemente,
maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos. Bien pronto los
fieles comenzaron a fijarse en María para, como Ella, hacer de la propia vida
un culto a Dios, y de su culto un compromiso de vida. Ya en el siglo IV, S.
Ambrosio, hablando a los fieles, hacía votos para que en cada uno de ellos
estuviese el alma de María para glorificar a Dios: "Que el alma de María
está en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu está en cada uno para
que se alegre en Dios". Pero María es, sobre todo, modelo de aquel culto
que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios: doctrina antigua,
perenne, que cada uno puede volver a escuchar poniendo atención en la enseñanza
de la Iglesia, pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando
Ella, anticipando en sí misma la estupenda petición de la oración dominical
"Hágase tu voluntad" (Mt 6, 10), respondió al mensajero de Dios:
"He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,
38). Y el "sí" de María es para todos los cristianos una lección y un
ejemplo para convertir la obediencia a la voluntad del Padre, en camino y en
medio de santificación propia.
Por otra parte, es
importante observar cómo traduce la Iglesia las múltiples relaciones que la
unen a María en distintas y eficaces actitudes cultuales: en veneración
profunda, cuando reflexiona sobre la singular dignidad de la Virgen,
convertida, por obra del Espíritu Santo, en Madre del Verbo Encarnado; en amor
ardiente, cuando considera la Maternidad espiritual de María para con todos los
miembros del Cuerpo místico; en confiada invocación, cuando experimenta la
intercesión de su Abogada y Auxiliadora; en servicio de amor, cuando descubre
en la humilde sierva del Señor a la Reina de misericordia y a la Madre de la
gracia; en operosa imitación, cuando contempla la santidad y las virtudes de la
"llena de gracia" (Lc 1, 28); en conmovido estupor, cuando contempla
en Ella, "como en una imagen purísima, todo lo que ella desea y espera
ser"; en atento estudio, cuando reconoce en la Cooperadora del Redentor,
ya plenamente partícipe de los frutos del Misterio Pascual, el cumplimiento
profético de su mismo futuro, hasta el día en que, purificada de toda arruga y
toda mancha (cf. Ef 5, 27), se convertirá en una esposa ataviada para el Esposo
Jesucristo (cf. Ap 21, 2).
Considerando, pues,
venerable hermanos, la veneración que la tradición litúrgica de la Iglesia
universal y el renovado Rito romano manifiestan hacia la santa Madre de Dios;
recordando que la Liturgia, por su preeminente valor cultual, constituye una
norma de oro para la piedad cristiana; observando, finalmente, cómo la Iglesia,
cuando celebra los sagrados misterios, adopta una actitud de fe y de amor
semejantes a los de la Virgen, comprendemos cuán justa es la exhortación del
Concilio Vaticano II a todos los hijos de la Iglesia "para que promuevan
generosamente el culto, especialmente litúrgico, a la bienaventurada
Virgen"; exhortación que desearíamos ver acogida sin reservas en
todas partes y puesta en práctica celosamente.
EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA MARIALIS CULTUS DE SU SANTIDAD PABLO VI (21-23)
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