En esta Exhortación
Apostólica no intentamos considerar todo el contenido del nuevo Misal Romano,
sino que, en orden a la obra de valoración que nos hemos prefijado realizar en
relación a los libros restaurados del Rito Romano, deseamos poner de
relieve algunos aspectos y temas. Y queremos, sobre todo, destacar cómo las
preces eucarísticas del Misal, en admirable convergencia con las liturgias
orientales, contienen una significativa memoria de la Santísima Virgen.
Así lo hace el antiguo Canon Romano, que conmemora la Madre del Señor en densos
términos de doctrina y de inspiración cultual: "En comunión con toda la
Iglesia, veneramos la memoria, ante todo, de la glorioso siempre Virgen María,
Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor"; así también el reciente Canon
III, que expresa con intenso anhelo el deseo de los orantes de compartir con la
Madre la herencia de hijos: "Qué Él nos transforme en ofrenda permanente,
para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la
Virgen". Dicha memoria cotidiana por su colocación en el centro del Santo
Sacrificio debe ser tenida como una forma particularmente expresiva del culto
que la Iglesia rinde a la "Bendita del Altísimo" (cf. Lc 1,28).
Recorriendo después
los textos del Misal restaurado, vemos cómo los grandes temas marianos de la
eucología romana —el tema de la Inmaculada Concepción y de la plenitud de
gracia, de la Maternidad divina, de la integérrima y fecunda virginidad, del
"templo del Espíritu Santo", de la cooperación a la obra del Hijo, de
la santidad ejemplar, de la intercesión misericordiosa, de la Asunción al
cielo, de la realeza maternal y algunos más— han sido recogidos en perfecta
continuidad con el pasado, y cómo otros temas, nuevos en un cierto sentido, han
sido introducidos en perfecta adherencia con el desarrollo teológico de nuestro
tiempo. Así, por ejemplo, el tema María-Iglesia ha sido introducido en los
textos del Misal con variedad de aspectos como variadas y múltiples son las
relaciones que median entre la Madre de Cristo y la Iglesia. En efecto, dichos
textos, en la Concepción sin mancha de la Virgen, reconocen el exordio de la
Iglesia, Esposa sin mancilla de Cristo; en la Asunción reconocen el
principio ya cumplida y la imagen de aquello que para toda la Iglesia, debe
todavía cumplirse; en el misterio de la Maternidad la proclaman Madre de
la Cabeza y de los miembros: Santa Madre de Dios, pues, y próvida Madre de la
Iglesia.
Finalmente, cuando la
Liturgia dirige su mirada a la Iglesia primitiva y a la contemporánea,
encuentra puntualmente a María: allí, como presencia orante junto a los
Apóstoles; aquí como presencia operante junto a la cual la Iglesia quiere
vivir el misterio de Cristo: "... haz que tu santa Iglesia, asociada con
ella (María) a la pasión de Cristo, partícipe en la gloria de la
resurrección"; y como voz de alabanza junto a la cual quiere
glorificar a Dios: "...para engrandecer con ella (María) tu santo nombre", y, puesto que la Liturgia es culto que requiere una conducta coherente de
vida, ella pide traducir el culto a la Virgen en un concreto y sufrido amor por
la Iglesia, como propone admirablemente la oración de después de la comunión
del 15 de setiembre: "...para que recordando a la Santísima Virgen
Dolorosa, completemos en nosotros, por el bien de la santa Iglesia, lo que
falta a la pasión de Cristo".
EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA MARIALIS CULTUS DE SU SANTIDAD PABLO VI (10-11)
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