DIOS TE SALVE,
MARÍA
Te saludo, oh
amada Madre mía María, y te traigo la noticia de que en breve comulgaré… Iré a
Jesús… Él descenderá a mi corazón… ¿Estás contenta tú, oh María, de que Jesús
descienda a mi corazón por un instante? No temas, oh María, no temas; la
Confesión ha purificado mi alma y la Gracia ha preparado un nuevo pesebre para
tu Hijo en mi corazón, adonde Él vendrá a descansar y tú lo verás contento.
¡Dios te salve,
María! ¿Te acuerdas, oh María, de aquel tiempo en que Gabriel te saludó con
esas palabras? ¿Recuerdas cuánta fue la felicidad de tu corazón cuando comenzó
a vivir en ti Jesús? Aquella felicidad está a punto de ser mía; aquel Cuerpo
que le diste, Él va a dármelo ya. Y por ello te saludo con toda dulzura y ternura
filial, y con este saludo preparo mi corazón a recibir de ti a Jesús; condúceme
tú hasta Él, prepara tú mi corazón para darle una acogida aceptable, habla tú
por mí y dile lo que sepas que más le place.
LLENA ERES DE
GRACIA
Mira, oh María,
a este tu hijo. ¡Qué diferencia hay entre mi alma y la tuya! Tú siempre has
estado llena de Gracia y yo tantas veces estoy repleto de pecados; tú eres
hermosa como la luna, elegida como el sol, y yo… de tan vil, quedo hecho mi propia
vergüenza. ¡Ojalá, como tú, tuviera yo a Jesús en todos mis pensamientos y afectos!
¡Ojalá pudiera transformarme en Él! ¡Pero qué lejos estoy! Oh María, ten piedad
de mí. Ayúdame a ser todo de Jesús; tú eres la Madre de la Gracia; dame algo de
Gracia a mí también. Pero algo no basta, ¡quiero toda la Gracia de Jesús!
Te toca a ti,
Madre mía, rogarle por mí, mover su corazón, urgirlo por venir a mí y llenarme
todo de su amor. Tú sabes que si te amo como Madre mía y te ruego y te rindo
culto, es para llegar a Jesús con máxima facilidad; y si amo y ruego a Jesús, también
es para que tú me ames. Entonces, oh María, obtenme la gracia más grande que deseo: ser uno con Jesús.
EL SEÑOR ES
CONTIGO
Yo deseo, busco
y quiero a Jesús, ¿pero dónde lo hallaré si no lo busco en ti? Jesús es
contigo, siempre contigo… Contigo en el Cielo, contigo en el Sagrario…
Conque tú puedes
darme a Jesús: dámelo, pues… ¿No es verdad, oh María, que en pocos momentos me
darás a Jesús?
Yo soy una
criatura pobre y miserable, y por eso mismo estoy buscando a Jesús, que está
contigo. Con los pastores voy a tu encuentro en la gruta de Belén y te
pido que me des a Jesús… ¡Ah, dámelo por un instante, déjame estrecharlo contra
mi corazón, besarlo y esconderlo en mi vivo adentro!
Voy a tu
encuentro, oh María, en Caná de Galilea, donde por tu oración Jesús mudó
el agua en vino… Dile también una palabra por mí para que me mude mi helado
corazón en uno de amor encendido… ¡A ti no sabe decirte «no», porque tú eres la
dueña de su corazón! María, habla, manda a Jesús, y santa comunión será la mía.
Voy a tu
encuentro en el Cenáculo, implorándote, ¡oh María! que me dejes acercarme
a Jesús, que le digas una palabra por mí, que le pidas que me dé su Cuerpo y su
Sangre y le ofrezcas la acogida que le hacías tú en tus comuniones.
Voy a tu
encuentro, oh María, en el Calvario, donde más vivamente puedo sentir el
hambre y la sed de Jesús… Madre mía dolorida, torna tu mirada de Jesús a mí; dámelo,
déjame abrazarlo, sea mi corazón su sepulcro, que le he preparado de bálsamo y
perfume la contrición y el amor. Oh María, dile que lo estoy esperando aquí,
que procure venir a mi corazón y quedarse conmigo siempre, como siempre ha
estado contigo.
BENDITA TÚ ERES
ENTRE TODAS LAS MUJERES
Bendita tú eres,
oh María, bienaventurada eres tú, pues en ti misma preparaste a Jesús un
Sagrario de inocencia y santidad. Tú eres bendita, porque diste al mundo el Pan
celestial, el Pan de la Vida. Bendita tú eres y mil veces lo eres si este Pan me
lo das también a mí. ¡Bendita y bienaventurada eres tú! Bendita tú eres, porque
espero que, cuando Jesús esté en mí, tú me acompañes y le hables en mi lugar; bendita
tú eres, porque con tu ayuda sé conversar con Jesús; bendita tú eres, porque tu
amor y adoración hacen placentera a Jesús su venida a mi alma.
Oh María, amada
Madre mía, yo estoy deseoso de recibir a Jesús, porque por medio de Él espero
poder conocer mejor tu amor a Él y a mí, poder hacerme más bueno, humilde y
puro; podré imitar más tus virtudes y hacerme digno de llamarte Madre mía, como
con mis palabras, así también con mi conducta.
BENDITO ES EL
FRUTO DE TU VIENTRE, JESÚS
Dentro de poco
se abrirá el copón, el sacerdote descenderá hasta mí, primero alzará la Hostia
en sus manos, luego me hará con ella la señal de la Cruz, y después… ¡oh María,
tu Jesús será todo mío! Ya no te será preciso, oh María, buscarlo en el pesebre,
en el templo, o en la Cruz… Lo encontrarás en mi corazón… Y también yo me
llamaré bienaventurado.
¡Oh! Bendito es
el dulcísimo Jesús, bendito es Él. ¡Cómo anhelo concentrar todo mi amor en esta
palabra «bendito» y enviársela para que la acoja y Él venga a mí! Bendito
es Jesús, que pensó en mí desde la eternidad y con eterno amor me amó y proveyó
los medios para unirse con mi alma. Bendito es el que tomó cuerpo y alma humana
que le permitieran padecer por mí y esconderse como Dios y como hombre en la
Hostia en busca de su unión conmigo.
Bendito es
Jesús, que no se cansa jamás de perdonarme mis pecados, y siempre me acoge en
sus brazos y con la Comunión confirma la paz entre nosotros que me había dado
con el perdón.
Bendito es
Jesús, que ahora está en la Hostia ofreciendo su visita a mi corazón y prometiéndome
tesoros de gracias mayores de lo que yo pueda desear y pedir.
Bendito es
Jesús, que está por darme en la Comunión su Cuerpo que murió por mí, su Sangre
derramada por mi redención, su Alma que tanto padeció por mi bien, su Divinidad
que me llena de gracias, me enriquece y me da derecho a la gloria celestial.
¡Bendito es
Jesús! ¡Y cuán contento está mi corazón, oh María, de que este Jesús sea el
fruto de tus purísimas entrañas! Jesús… Pero su Cuerpo es del tuyo… De tu sangre,
la suya… Su Alma fue creada en tu purísimo seno… ¡Su Divinidad habitó en ti
como en el templo más santo después de los brazos de su Padre!… Oh gran Dios…
Oh Virgen Santa… Tú me das a Jesús de tu propia substancia… ¡Oh, dame también
tu corazón para amarlo!… Dame tu lengua para bendecirlo y alabarlo…
Oh Jesús, Dios
mío, bendito eres. ¡Bendita eres, oh María! Oh Jesús, oh Hijo del Eterno Padre,
oh Jesús, fruto del límpido seno de María, ven… Ven, que te espero… Por ti
suspiro… Ven, pues te amo.
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