“Había salido del
trabajo corriendo, cansado, con miles de preocupaciones en la cabeza. Era
viernes y, sinceramente, aunque flaqueaban las fuerzas, prefería acabar lo que
me quedaba del trabajo que entregar mi tiempo e ir al colegio a recoger a los
hijos.
Cuando fui a por ellos,
poco a poco me di cuenta que había valido la pena. La familia es mucho más
importante. Pero lo mejor estaba por venir. Me acerqué con mi hija de tres años
a despedirme de Jesús que estaba en el Sagrario. Yo le dije que íbamos a ir a
verlo. Cuando estábamos a punto de marcharnos, me dijo: Papá, si nos vamos, el
Niño Jesús se quedará solo. Reconozco que en ese momento me quedé petrificado.
El Espíritu Santo había hablado a través de ella. Dios nos espera siempre en el
Sagrario. Mi pequeña hija me había demostrado la verdadera sensibilidad para lo
bueno, la finura de una persona que no quiere dejar sola a otra, la Fe de quien
sabe que Dios está ahí. Qué delicadeza, qué capacidad para pensar en Dios y no
en uno mismo. En ese momento puede ver lo tonto, la estrechez de mi mente y la
lección de verdadera madurez que me había dado una niña de 3 años. Tuve
entonces que esperar varios minutos hasta que llegó la siguiente persona para
despedirse del Niño Jesús y nos marchamos a casa. Aún hoy, le pido al Niño
Jesús no dejarle solo”.
Puedo decirles que con
historias como éstas, lo único que se me ocurre es pedirle a Dios que yo sea
como un niño, que tenga la piedad que ellos tienen. Con esta historia, sin
lugar a dudas, entiendo mejor aquella frase del Evangelio: “de los que son como
niños es el Reino de los Cielos”.
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