El Evangelio de hoy,
quinto domingo del tiempo pascual, comienza con la imagen de la viña. «Jesús
dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”»
(Jn 15, 1). A menudo, en la Biblia, a Israel se le compara con la viña fecunda cuando
es fiel a Dios; pero, si se aleja de él, se vuelve estéril, incapaz de producir
el «vino que alegra el corazón del hombre», como canta el Salmo 104 (v. 15). La
verdadera viña de Dios, la vid verdadera, es Jesús, quien con su sacrificio de
amor nos da la salvación, nos abre el camino para ser parte de esta viña. Y
como Cristo permanece en el amor de Dios Padre, así los discípulos, sabiamente
podados por la palabra del Maestro (cf. Jn 15, 2-4), si están profundamente
unidos a él, se convierten en sarmientos fecundos que producen una cosecha
abundante. San Francisco de Sales escribe: «La rama unida y articulada al
tronco da fruto no por su propia virtud, sino en virtud de la cepa: nosotros
estamos unidos por la caridad a nuestro Redentor, como los miembros a la
cabeza; por eso las buenas obras, tomando de él su valor, merecen la vida
eterna» (Trattato dell’amore di Dio, XI, 6, Roma 2011, 601).
En el día de nuestro
Bautismo, la Iglesia nos injerta como sarmientos en el Misterio pascual de
Jesús, en su propia Persona. De esta raíz recibimos la preciosa savia para
participar en la vida divina. Como discípulos, también nosotros, con la ayuda
de los pastores de la Iglesia, crecemos en la viña del Señor unidos por su
amor. «Si el fruto que debemos producir es el amor, una condición previa es
precisamente este “permanecer”, que tiene que ver profundamente con esa fe que
no se aparta del Señor» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 310). Es
indispensable permanecer siempre unidos a Jesús, depender de él, porque sin él no
podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5). En una carta escrita a Juan el Profeta, que
vivió en el desierto de Gaza en el siglo V, un creyente hace la siguiente
pregunta: ¿Cómo es posible conjugar la libertad del hombre y el no poder hacer
nada sin Dios? Y el monje responde: Si el hombre inclina su corazón hacia el
bien y pide ayuda de Dios, recibe la fuerza necesaria para llevar a cabo su
obra. Por eso la libertad humana y el poder de Dios van juntos. Esto es posible
porque el bien viene del Señor, pero se realiza gracias a sus fieles (cf. Ep
763: SC 468, París 2002, 206). El verdadero «permanecer» en Cristo garantiza la
eficacia de la oración, como dice el beato cisterciense Guerrico d’Igny: «Oh
Señor Jesús..., sin ti no podemos hacer nada, porque tú eres el verdadero
jardinero, creador, cultivador y custodio de tu jardín, que plantas con tu
palabra, riegas con tu espíritu y haces crecer con tu fuerza» (Sermo ad
excitandam devotionem in psalmodia: SC 202, 1973, 522).
Queridos amigos, cada
uno de nosotros es como un sarmiento, que sólo vive si hace crecer cada día con
la oración, con la participación en los sacramentos y con la caridad, su unión
con el Señor. Y quien ama a Jesús, la vid verdadera, produce frutos de fe para
una abundante cosecha espiritual. Supliquemos a la Madre de Dios que
permanezcamos firmemente injertados en Jesús y que toda nuestra acción tenga en
él su principio y su realización.
BENEDICTO XVI
Domingo 6 de mayo de
2012
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