«La Liturgia de las
Horas extiende (PO 5) a los distintos momentos del día la alabanza y la acción
de gracias… que se nos ofrecen en el Misterio eucarístico, “centro y cumbre de
toda la vida de la comunidad cristiana” (CD 30)» (OGLH 12). Jesucristo manifiesta
máximamente su amor al Padre precisamente en la ofrenda total de la Eucaristía,
es decir, de la Cruz: «conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre, y
que, según el mandato que me dio el Padre, así hago» (Jn 14,31). Y una vez
resucitado y ascendido a los cielos junto al Padre, «vive siempre para interceder
por nosotros» (Heb 7,25).
La Iglesia se une,
pues, a Cristo muy especialmente en la Eucaristía y en el rezo de las Horas, y
así se entrega siempre con El en ofrenda de alabanza y expiación, para que el
mundo conozca su amor al Padre, y que también ella con Cristo resucitado vive
siempre para interceder ante el Padre por los hombres. De este modo, la oración
común y permanente de la Iglesia extiende la Eucaristía a todas las horas del
día, asociándola al sacerdocio de Jesucristo, cuya «función sacerdotal se
prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por
la salvación de todo el mundo no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de
otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino» (SC 83).
No hay comentarios:
Publicar un comentario