14 de junio de 2014

Homilía sobre la Eucaristía en vísperas de la solemnidad de la Santísima Trinidad



1. "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados" (Ef 4, 4).
¡Un solo cuerpo! En estas palabras del apóstol san Pablo se concentra esta tarde de modo particular nuestra atención, durante estas Vísperas solemnes, con las que inauguramos el Congreso eucarístico internacional. Un solo cuerpo: nuestro pensamiento va, ante todo, al Cuerpo de Cristo, ¡Pan de vida!
Jesús, que nació hace dos mil años de María Virgen, quiso dejarnos durante la última Cena su cuerpo y su sangre, inmolados por toda la humanidad. En torno a la Eucaristía, sacramento de su amor a nosotros, se reúne la Iglesia, su Cuerpo místico. Cristo y la Iglesia, un solo cuerpo, un único y gran misterio. Mysterium fidei!


2. Ave, verum corpus, natum de Maria Virgine! ¡Salve, verdadero cuerpo de Cristo, nacido de María Virgen! Nacido en la plenitud de los tiempos, nacido de mujer, nacido bajo la ley (cf. Ga 4, 4).
En el corazón del gran jubileo y al comienzo de esta semana dedicada al Congreso eucarístico, volvemos a aquel acontecimiento histórico que marcó el pleno cumplimiento de nuestra salvación. Nos arrodillamos como los pastores ante la cuna de Belén; como los magos que llegaron de Oriente, adoramos a Cristo, Salvador del mundo. Como el anciano Simeón, lo estrechamos entre los brazos, bendiciendo a Dios porque nuestros ojos han visto la salvación que ha preparado ante todos los pueblos:  luz para iluminar a los gentiles y gloria del pueblo de Israel (cf. Lc 2, 30-32).
Recorremos las etapas de su existencia terrena hasta el Calvario, hasta la gloria de su resurrección. Durante los próximos días, iremos espiritualmente sobre todo al Cenáculo para volver a meditar en cuanto Jesucristo hizo y sufrió por nosotros.

3. "In supremae nocte cenae... se dat suis manibus". Durante la última cena, celebrando la Pascua con sus discípulos, Cristo se entregó a sí mismo por nosotros. Sí, la Iglesia, convocada para el Congreso eucarístico internacional, vuelve durante estos días al Cenáculo y permanece allí en adoración. Revive el gran misterio de la Encarnación, fijando su mirada en el sacramento en que Cristo nos dejó el memorial de su pasión:  "Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros. (...) Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lc 22, 19-20).

Ave, verum corpus... vere passum, immolatum!
Te adoramos, verdadero Cuerpo de Cristo, presente en el Sacramento de la nueva y eterna Alianza, memorial vivo del sacrificio redentor. ¡Tú, Señor, eres el Pan vivo bajado del cielo, que da vida al hombre! En la cruz diste tu carne para la vida del mundo (cf. Jn 6, 51):  in cruce pro homine!
Ante un misterio tan sublime la mente humana queda desconcertada. Pero, confortada por la gracia divina, se atreve a repetir con fe: Adoro te devote, latens Deitas, quae sub his figuris vere latitas. Te adoro, oh Dios escondido, que bajo las sagradas especies te ocultas realmente.

4. "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados" (Ef 4, 4).
En estas palabras, que acabamos de escuchar, el apóstol san Pablo habla de la Iglesia, comunidad de los creyentes congregados en la unidad de un solo cuerpo, animados por el mismo Espíritu y sostenidos por la participación en la misma esperanza. San Pablo piensa en la realidad del Cuerpo místico de Cristo, que en su Cuerpo eucarístico encuentra el propio centro vital, del que fluye la energía de la gracia hacia cada uno de sus miembros.
El Apóstol afirma: "El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque, aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo" (1 Co 10, 16-17). Así, todos los bautizados nos convertimos en miembros de ese cuerpo y, por consiguiente, en miembros unos de otros (cf. 1 Co 12, 27; Rm 12, 5). Con íntimo reconocimiento, demos gracias a Dios, que ha hecho de la Eucaristía el sacramento de nuestra plena comunión con él y con nuestros hermanos.

5. Esta tarde, con las Vísperas solemnes de la Santísima Trinidad, comenzamos una semana singularmente densa, durante la cual se reunirán en torno a la Eucaristía obispos y sacerdotes, religiosos y laicos de todas partes del mundo. Será una extraordinaria experiencia de fe y un testimonio elocuente de comunión eclesial.
Os saludo a vosotros, queridos hermanos y hermanas que participáis en este acontecimiento jubilar, que se puede considerar el corazón de todo el Año santo. Mi saludo se dirige, en particular, a los fieles de la diócesis de Roma, nuestra diócesis, que, bajo la guía del señor cardenal vicario y de los obispos auxiliares, y con la colaboración del clero, de los religiosos y las religiosas, así como de tantos laicos generosos, ha preparado en sus diversos aspectos este Congreso eucarístico. La diócesis de Roma se dispone a asegurar su desarrollo ordenado en los próximos días, consciente del honor que tiene al acoger este acontecimiento central del gran jubileo.
También deseo dirigir un saludo especial a las numerosas Hermandades, reunidas en Roma para un significativo "camino de fraternidad". Su presencia, más sugestiva aún por sus artísticas cruces y notables imágenes sagradas transportadas hasta aquí en majestuosas andas, es un marco digno de la celebración eucarística para la que nos hemos congregado aquí.
En esta plaza confluyen la mente y el corazón de numerosos fieles del mundo entero. Invito a los creyentes y a las comunidades eclesiales de todos los rincones de la tierra a compartir con nosotros estos momentos de profunda espiritualidad eucarística. Pido especialmente a los niños y a los enfermos, así como a las comunidades contemplativas, que ofrezcan su oración por la feliz y fructuosa realización de este encuentro eucarístico mundial.

6. El Congreso eucarístico nos invita a renovar nuestra fe en la presencia real de Cristo en el sacramento del altar: Ave, verum corpus!
Al mismo tiempo, nos dirige una apremiante exhortación a la reconciliación y a la unidad de todos los creyentes: "Un solo cuerpo... una sola fe... un solo bautismo". Por desgracia, divisiones y contrastes desgarran aún el cuerpo de Cristo e impiden a los cristianos de diversas confesiones compartir el único Pan eucarístico. Por eso, invoquemos unidos la fuerza sanante de la misericordia divina, sobreabundante en este año jubilar.
Y tú, oh Cristo, única Cabeza y Salvador, atrae hacia ti a todos tus miembros. Únelos y transfórmalos con tu amor, para que la Iglesia resplandezca con la belleza sobrenatural que brilla en los santos de todas las épocas y naciones, en los mártires, en los confesores, en las vírgenes y en los innumerables testigos del Evangelio.

O Iesu dulcis, o Iesu pie, o Iesu, fili Mariae!

Amén.


HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

En la

APERTURA DEL XLVII CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL
VÍSPERAS SOLEMNES DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Domingo 18 de junio de 2000 



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