V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
Jesús es condenado por los suyos,
por aquellos mismos a quienes ha colmado de favores. Condénasele cual si fuera
un sedicioso, a Él, que es la bondad misma; como blasfemo, siendo así que es la
misma santidad; como ambicioso, cuando se hizo el último de todos fuera el
último de los esclavos, es condenado a la muerte de cruz.
Como vino a este mundo para
sufrir y morir y para enseñarnos a hacer ambas cosas,
Jesús acepta con amor la inicua
sentencia de muerte.
También en la Eucaristía es Jesús
condenado a muerte. Condenado en sus gracias, que no se quieren; en su amor,
que se desconoce; en su estado sacramental, en que es negado por el incrédulo y
profanado por horribles sacrilegios. Por una comunión indigna vende a
Jesucristo un mal cristiano al demonio, entrégalo a las pasiones, lo pone a los
pies de Satanás, rey de su corazón; le crucifica en su cuerpo de pecado.
Los malos cristianos maltratan a
Jesús más que los mismos judíos, por cuanto en Jerusalén fue condenado una sola
vez, en tanto que en el Santísimo Sacramento es condenado todos los días y en
infinidad de lugares y por un número espantoso de inicuos jueces.
Y a pesar de todo, Jesús se deja
insultar, despreciar, condenar; y sigue viviendo en el Sacramento, para
demostrarnos que su amor hacia nosotros es sin condiciones ni reservas y excede
a nuestra ingratitud.
¡Perdón, oh Jesús, y mil veces
perdón, por todos los sacrilegios! Si me acontece cometer uno sólo, he de pasar
toda la vida reparándolo. Quiero amaros y honraros por todos los que os
desprecian. Dadme la gracia de morir con Vos.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
2º Estación: Jesús con la Cruz a cuestas
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
En Jerusalén, los judíos imponen
a Jesús una pesada e ignominiosa cruz, que era considerada entonces como el
instrumento de suplicio propio del último de los hombres. Jesús recibe con gozo
esta cruz abrumadora; apresúrase a recibirla, la abraza con amor y la lleva con
dulzura.
Así nos quiere suavizarla,
aliviarla y edificarla en Su Sangre.
En el Santísimo Sacramento del
altar los malos cristianos imponen a Jesús una cruz mucho más pesada e
ignominiosa para su Corazón. Constitúyenla las irreverencias de tantos en el
santo lugar; su espíritu, tan poco recogido; su corazón, tan frío en la presencia
del Señor, y su tan tibia devoción. ¡Qué cruz más humillante para Jesús tener hijos
tan poco respetuosos y discípulos tan miserables!
Aun ahora Jesús lleva mis cruces
en su Sacramento, pónelas en su Corazón para santificarlas y las cubre con su
amor y besos, para que me sean amables; mas quiere que las lleve también yo por
Él y se las ofrezca; se allana a recibir los desahogos de mi dolor y sufre que
yo llore mis cruces y le pida consuelo y auxilio.
¡Cuán ligera se vuelve la cruz
que pasa por la Eucaristía !
¡Cuán bella y radiante sale del
Corazón de Jesús! ¡Da gusto
recibirla de sus manos y besarla tras Él! A la Eucaristía iré, por
tanto, para refugiarme en las penas, para consolarme y fortalecerme. En la Eucaristía aprenderé a
sufrir y a morir.
¡Perdón, Señor, perdón por todos
los que os tratan con irreverencia en vuestro sacramento de amor! ¡Perdón por
mis indiferencias y olvidos en vuestra presencia! ¡Quiero amaros; os amo con
todo mi corazón!
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
3º Estación: Jesús cae por primera
vez
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
Tan agotado de sangre se vio
Jesús después de tres horas de agonía y de los golpes de la flagelación, tan
debilitado por la terrible noche que pasó bajo la guardia de sus enemigos, que,
tras algunos momentos de marcha, cae abrumado bajo el peso de la cruz.
¡Cuántas veces cae Jesús
sacramentado por tierra en las santas partículas sin que nadie se dé cuenta!
Mas lo que le hace caer de dolor
es la vista del primer pecado mortal que mancilló mi alma.
¡Cuánto más dolorosa no es la
caída de Jesús en el corazón de un joven que le recibe indignamente en el día
de su primera Comunión!
Cae en un corazón helado, que el
fuego de su amor no puede derretir; en un espíritu orgulloso y fingido, sin
poder conmoverlo; en un cuerpo que no es más que sepulcro lleno de podredumbre.
¿Así por ventura hemos de tratar a Jesús la primera vez que se nos viene tan
lleno de amor? ¡Oh Dios! ¡Tan joven y ya tan culpable! ¡Comenzar tan pronto a
ser un judas! ¡Cuán sensible es al Corazón de Jesús una primera Comunión sacrílega!
¡Gracias, oh Jesús mío, por el
amor que me mostrasteis en mi Primera Comunión! Nunca lo he de olvidar. Vuestro
soy, del mismo modo que Vos sois mío; haced de mí lo que os plazca.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
4º Estación: Jesús encuentra a Su
Santísima Madre
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
María acompaña a Jesús en el
camino del Calvario sufriendo un verdadero martirio en su alma; porque cuando
se ama se quiere compadecer.
Hoy en el Corazón Eucarístico de
Jesús encuentra en el camino de sus dolores, entre sus enemigos, hijos de su
amor, esposas de su Corazón, ministros de sus gracias, que, lejos de consolarle
como María, se juntan a sus verdugos para humillarle y blasfemar y renegar de
Él. ¡Cuántos renegados y apóstatas abandonan el servicio y el amor de la Eucaristía tan pronto
como este servicio requiere un sacrificio o un acto de fe práctica!
¡Oh Jesús mío, quiero seguiros
con María, mi madre, por más que os vea humillado, insultado y maltratado, y
deseo desagraviaros con mi amor!
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
5º Estación: El Cirineo ayuda a Jesús
a llevar la Cruz
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
Jesús aparecía cada vez más
rendido bajo su peso. Los judíos, que querían que muriese en la cruz, para
poner el colmo a sus humillaciones, pidieron a Simón el Cirineo que tomase el
madero. Negóse él, y menester fue obligarle para que tomara este instrumento
que tan ignominioso le parecía. Mas aceptó al fin y mereció que Jesús le tocara
el corazón y lo convirtiera.
En su Sacramento Jesús llama a
los hombres y casi nadie acude a sus invitaciones. Convídales al banquete
eucarístico y se echa mano de pretextos mil para desoír su llamamiento. El alma
ingrata e infiel se niega a la gracia de Jesucristo, el don más excelente de su
amor; y Jesús se queda solo, abandonado, con las manos llenas de gracias que no
se quieren: ¡Se tiene miedo a su amor!
En lugar del respeto que le es
debido, Jesús no recibe, las más de las veces, más que irreverencias..
Ruborizase uno de encontrarlo en las calles y se huye de Él así que se le divisa.
No se atreve uno a darle señales exteriores de la propia fe.
¿Será posible, divino Salvador
mío? Demasiado cierto es, no puedo menos de sentir los reproches que me dirige
mi conciencia. Sí, he desoído muchas veces vuestro amoroso llamamiento,
aferrado como estaba a lo que me agradaba; me he negado cuando tanto me
honrabais invitándome a vuestra mesa, movido por vuestro amor. Pésame de lo más
hondo de mi corazón. Comprendo que vale mucho más dejarlo todo que omitir por
mi culpa una comunión, que es la mayor y más amable de vuestras gracias.
Olvidad, buen Salvador mío, mi pasado y acoged y guardad vos mismo mis
resoluciones para el porvenir.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
6º Estación: Verónica enjuga el Rostro
de Jesús
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
El Salvador ya no tiene rostro
humano; los verdugos se lo han cubierto de sangre, de lodo y de esputos. El
esplendor de Dios se encuentra en tal estado, por lo cubierto de manchas, que
no se le puede reconocer. La piadosa Verónica afronta los soldados; bajo las
salivas ha reconocido a su salvador y Dios, y movida de compasión enjuga su
augusta faz. Jesús la recompensa imprimiendo sus facciones en el lienzo con que
ella enjuga su cara adorable.
Divino Jesús mío, bien ultrajado,
insultado y profanado sois en vuestro adorable Sacramento. Y ¿dónde están las
verónicas compasivas que reparen esas abominaciones? ¡Ah! ¡Es para
entristecerse y aterrarse que con tanta facilidad se cometan tantos sacrilegios
contra el augusto Sacramento! ¡Diríase que Jesucristo no es entre nosotros sino
un extranjero que a nadie interesa y hasta merece desprecio!
Verdad es que oculta su rostro
bajo la nube de especies bien débiles y humildes; pero es para que nuestro amor
descubra en ellas por la fe sus divinas facciones. Señor, creo que sois el
Cristo, Hijo de Dios vivo, y adoro bajo el velo eucarístico vuestra faz
adorable, llena de gloria y de majestad; dignaos, Señor, imprimir vuestras facciones
en mi corazón, para que a todas partes lleve conmigo a Jesús, y a Jesús sacramentado.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
7º Estación: Jesús cae por segunda
vez
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
A pesar de la ayuda de Simón,
Jesús sucumbe por segunda vez a causa de su debilidad, y esto le depara una
ocasión para nuevos sufrimientos. Sus rodillas y manos son desgarradas por
estas caídas en camino tan difícil, y los verdugos redoblan de rabia sus malos
tratos.
¡Oh, cuán nulo es el socorro del
hombre sin el de Jesucristo! ¡Cuántas caídas se prepara el que se apoya en los
hombres!
¡Cuántas veces cae por la Comunión hoy el Dios de la Eucaristía , en
corazones cobardes y tibios, que le reciben sin preparación, le guardan sin
piedad y le dejan marcharse sin un acto de amor y de agradecimiento! Por
nuestra tibieza es Jesús estéril en nosotros.
¿Quién se atrevería a recibir a
un grande de la tierra con tan poco cuidado como se recibe todos los días al
Rey del Cielo?
Divino Salvador mío, ofrezcos un
acto de desagravio por todas las comuniones hechas con tibieza y sin devoción.
¡Cuántas veces habéis venido a mi pecho! ¡Gracias por ello! ¡Quiero seros fiel
en adelante! ¡Dadme vuestro amor, que él me basta!
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
8º Estación: Jesús consuela a las
mujeres de Jerusalén
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
Consolar a los afligidos y
perseguidos era la misión del Salvador en los días de su vida mortal, misión a
la que quiere ser fiel en el momento mismo de sus mayores sufrimientos.
Olvidándose de sí, enjuga las lágrimas de las piadosas mujeres que lloraban por
sus dolores y por su Pasión, ¡Qué bondad!
En su Santísimo Sacramento, Jesús
no cuenta con casi nadie que le consuele del abandono de los suyos, de los
crímenes de que es objeto. Día y noche se encuentra solo. ¡Ah, si pudieran
llorar sus ojos, cuántas lágrimas no derramarían por la ingratitud y el
abandono de los suyos! Si su Corazón pudiera sufrir, ¡qué tormentos padecería
al verse desdeñado hasta por sus mismos amigos!
Y aun siendo esto así, tan pronto
como venimos hacia Él, nos acoge con bondad, escucha nuestras quejas y el
relato con frecuencia bien largo y harto egoísta de nuestras miserias, y
olvidándose de sí nos consuela y reanima. ¿Por qué habré yo, Divino Salvador
mío, recurrido a los hombres para hallar consuelo, en lugar de dirigirme a Vos?
Ya veo que esto hiere a vuestro corazón, celoso del mío. Eres en la Eucaristía mi único
consuelo, mi único confidente: con una palabra, con una mirada de vuestra
bondad me basta. ¡Ameos yo de todo corazón y haced lo que os plazca!
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
9º Estación: Jesús cae por tercera
vez
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz redimiste
al mundo.
¡Cuántos sufrimientos en esta
tercera caída! Jesús cae abrumado bajo el peso de la cruz y apenas si a fuerza
de malos tratos logran los verdugos levantarle.
Jesús cae por tercera vez antes
de ser levantado en cruz como para atestiguar que le pesa el no poder dar la
vuelta al mundo cargado con su cruz.
Jesús vendrá a mí por última vez
en viático antes de que salga también yo de este valle de destierro. ¡Ah,
Señor, concededme esta gracia, la más preciosa de todas y complemento de
cuantas he recibido en mi vida!
¡Pero que reciba bien esta última
comunión, tan llena de amor!
¡Qué caída más espantosa la de
Jesús, que entra por última vez en el corazón de un moribundo, que a todos sus
pecados pasados añade el crimen de sacrilegio y recibe indignamente al mismo
que ha de juzgarle, profanando así el viático de su salvación!
¡En qué estado más doloroso no se
ha de ver Jesús en un corazón que le detesta, en un espíritu que le desprecia,
en un cuerpo de pecado entregado al demonio! ¡Es el infierno de Jesús en
tierra!
¿Y cuál será el juicio de esos
desdichados? Sólo pensarlo causa temblor. ¡Perdón, Señor, perdón por ellos! Os
ruego por todos los moribundos. Concededles la gracia de morir en vuestros
brazos después de haberos recibido bien en viático.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
10º Estación: Jesús es despojado de
sus vestiduras
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
¡Cuánto no debió sufrir en este
cruel e inhumano despojamiento!
¡Arráncasele los vestidos pegados
a las llagas, las cuales vuelven a abrirse y desgarrarse!
¡Cuánto no debió sufrir en su
modestia viéndose tratado como se tendría vergüenza de tratar a un miserable y
a un esclavo, que al menos muere en el sudario en el que ha de ser sepultado!
Jesús es despojado aún hoy de sus
vestiduras en el estado sacramental. No contentándose con verle despojado, por
amor hacia nosotros, de la gloria de su divinidad y de la hermosura de su
humanidad, sus enemigos le despojan del honor del culto, saquean sus iglesias,
profanan los vasos sagrados y los sagrarios, le echan por tierra. Es puesto a
merced del sacrilegio, Él, rey y Salvador de los hombres, como en el día de la
crucifixión.
Lo que Jesús se propone al
dejarse despojar en la
Eucaristía es reducirnos a nosotros al estado de pobres
voluntarios, que no tienen apego a nada, y así revestirnos de su vida y
virtudes. ¡Oh Jesús sacramentado, sed mi único bien!
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
11º Estación: Jesús es clavado en
la Cruz
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
¡Qué tormentos los que sufrió
Jesús cuando le crucificaron! Sin un milagro de su poder no le hubiera sido
posible soportarlos sin morir.
Con todo, en el calvario Jesús es
clavado a un madero inocente y puro, mientras que en una comunión indigna el
pecador crucifica a Jesús en su cuerpo de pecado, cual si se atara un cuerpo
vivo a un cadáver en descomposición.
En el calvario fue crucificado
por enemigos declarados, mientras que aquí son sus propios hijos los que le
crucifican con la hipocresía de su falsa devoción.
En el calvario solo una vez fue
crucificado, mientras aquí lo es todos los días y por millares de cristianos.
¡Oh divino Salvador mío, os pido
perdón por la inmortificación de mis sentidos, que ha costado expiación tan
cruel!
Por vuestra Eucaristía, queréis
crucificar mi naturaleza e inmolar al hombre viejo, uniéndome a vuestra vida
crucificada y resucitada. Haced, Señor, que me entregue a vos del todo, sin
condición ni reserva.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
12º Estación: Jesús muere en la Cruz
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
Jesús muere para rescatarnos; la
última gracia es el perdón concedido a los verdugos; el último don de su amor,
su divina Madre; la sed de sufrir, su último deseo; y el abandono de su alma y
de su vida en manos de su Padre, el último acto.
En la Sagrada Eucaristía
continúa el amor que nos mostró Jesús al morir; todas las mañanas se inmola en
el santo sacrificio y va los que le reciben a perder su existencia sacramental.
Muere en el corazón del pecador para su condenación.
Desde la Sagrada Hostia me
ofrece las gracias de mi redención y el precio de mi salvación. Pero para
poderlas recibir, muera yo junto a Él y para Él, según es su voluntad.
Dadme, Dios mío, la gracia de
morir al pecado y a mí mismo, gracia de no vivir más que para amaros en vuestra
Eucaristía.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
13º Estación: Jesús es bajado de la Cruz y puesto en los brazos
de Su Santísima Madre
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
Jesús es bajado de la cruz y
entregado a su divina Madre, quien le recibe entre sus brazos y contra su
corazón, ofreciéndolo a Dios como víctima de nuestra salvación.
A nosotros nos toca ahora ofrecer
a Jesús como víctima en el altar y en nuestros corazones para nosotros y para
los nuestros. Nuestro es, pues Dios Padre nos le ha dado y El mismo se nos da
también para que hagamos uso de Él.
¡Qué desdicha el que este precio
infinito quede infructuoso entre nuestras manos, a causa de nuestra
indiferencia!
Ofrezcámoslo en unión con María y
pidamos a esta buena Madre que lo ofrezca por nosotros.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
14º Estación: Jesús es colocado en
el sepulcro
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te
bendecimos.
R. Que por Tu Santa Cruz
redimiste al mundo.
Jesús quiere sufrir la
humillación del sepulcro; es abandonado a la guarda de sus enemigos, haciéndose
prisionero suyo.
Más en la Eucaristía aparece
Jesús sepultado con toda verdad, y, en lugar de tres días, queda siempre,
invitándonos a nosotros a que le hagamos guardia; es nuestro prisionero de
amor.
Los corporales le envuelven como
un sudario; arde la lámpara delante de su altar lo mismo que delante de las
tumbas; en torno suyo, reina silencio de muerte.
Al venir a nuestro corazón por la
comunión, Jesús quiere sepultarse en nosotros; preparémosle un sepulcro
honroso, nuevo, blanco, que no esté ocupado por afectos terrenales;
embalsamémosle con el perfume de nuestras virtudes.
Vengamos, por todos los que no vienen,
a honrarle, adorarle en su sagrario, consolarle en su prisión, y pidámosle la
gracia del recogimiento y de la muerte al mundo, para llevar una vida oculta en
la Eucaristía.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
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