1. "Alégrate,
María, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28).
Con estas palabras del
arcángel Gabriel, nos dirigimos a la Virgen María muchas veces al día. Las
repetimos hoy con ferviente alegría, en la solemnidad de la Inmaculada
Concepción, recordando el 8 de diciembre de 1854, cuando el beato Pío IX
proclamó este admirable dogma de la fe católica precisamente en esta basílica
vaticana.
Saludo cordialmente a
cuantos han venido hoy aquí, en particular a los representantes de las
Sociedades mariológicas nacionales, que han participado en el Congreso
mariológico y mariano internacional, organizado por la Academia mariana
pontificia.
Amadísimos hermanos y
hermanas, os saludo también a todos vosotros aquí presentes, que habéis venido
a rendir homenaje filial a la Virgen Inmaculada. De modo especial, saludo al
señor cardenal Camillo Ruini, al que renuevo mi más cordial felicitación por su
jubileo sacerdotal, expresándole toda mi gratitud por el servicio que, con
generosa entrega, ha prestado y sigue prestando a la Iglesia como mi vicario
general para la diócesis de Roma y como presidente de la Conferencia episcopal
italiana.
2. ¡Cuán grande es el
misterio de la Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy!
Un misterio que no cesa
de atraer la contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los teólogos.
El tema del Congreso que acabo de recordar -"María de Nazaret acoge al
Hijo de Dios en la historia"- ha favorecido una profundización de la
doctrina de la concepción inmaculada de María como presupuesto para la acogida
en su seno virginal del Verbo de Dios encarnado, Salvador del género humano.
"Llena de
gracia",
"κεχαριτωµευη": con
este apelativo, según el original griego del evangelio de san Lucas, el ángel
se dirige a María. Este es el nombre con el que Dios, a través de su mensajero,
quiso calificar a la Virgen. De este modo la pensó y vio desde siempre, ab
aeterno.
3. En el himno de la
carta a los Efesios, que se acaba de proclamar, el Apóstol alaba a Dios Padre
porque "nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y
celestiales" (Ef 1, 3).
¡Con qué especialísima
bendición Dios se ha dirigido a María desde el inicio de los tiempos!
¡Verdaderamente bendita, María, entre todas las mujeres! (cf. Lc, 1, 42).
El Padre la eligió en
Cristo antes de la creación del mundo, para que fuera santa e inmaculada ante
él por el amor, predestinándola como primicia a la adopción filial por obra de
Jesucristo (cf. Ef 1, 4-5).
4. La predestinación de
María, como la de cada uno de nosotros, está relacionada con la predestinación
del Hijo. Cristo es la "estirpe" que "pisaría la cabeza" de
la antigua serpiente, según el libro del Génesis (cf. Gn 3, 15); es el Cordero
"sin mancha" (cf. Ex 12, 5; 1 P 1, 19), inmolado para redimir a la
humanidad del pecado.
En previsión de la
muerte salvífica de él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y
de todo otro pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva
Eva, madre de los redimidos. Así, la Inmaculada es signo de esperanza para
todos los vivientes, que han vencido a Satanás en virtud de la sangre del
Cordero (cf. Ap 12, 11).
5. Contemplamos hoy a
la humilde joven de Nazaret, santa e inmaculada ante Dios por el amor (cf. Ef
1, 4), el "amor" que, en su fuente originaria, es Dios mismo, uno y
trino.
¡La Inmaculada Concepción
de la Madre del Redentor es obra sublime de la santísima Trinidad! Pío IX, en
la bula Ineffabilis Deus, recuerda que el Omnipotente estableció "con el
mismo decreto el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría"
(Pii IX Pontificis Maximi Acta, Pars prima, p. 559).
El "sí" de la
Virgen al anuncio del ángel se sitúa en lo concreto de nuestra condición
terrena, como humilde obsequio a la voluntad divina de salvar a la humanidad,
no de la historia, sino en la historia.
En efecto, preservada inmune de toda
mancha de pecado original, la "nueva Eva" se benefició de modo
singular de la obra de Cristo como perfectísimo Mediador y Redentor. Ella, la
primera redimida por su Hijo, partícipe en plenitud de su santidad, ya es lo
que toda la Iglesia desea y espera ser. Es el icono escatológico de la Iglesia.
6. Por eso la
Inmaculada, que es "comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo,
llena de juventud y de limpia hermosura" (Prefacio), precede siempre al
pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos (cf.
Lumen gentium, 58; Redemptoris Mater, 2).
En la concepción
inmaculada de María la Iglesia ve proyectarse, anticipada en su miembro más
noble, la gracia salvadora de la Pascua.
En el acontecimiento de
la Encarnación encuentra indisolublemente unidos al Hijo y a la Madre: "Al
que es su Señor y su Cabeza y a la que, pronunciando el primer "fiat"
de la nueva alianza, prefigura su condición de esposa y madre"
(Redemptoris Mater, 1).
7. A ti, Virgen
inmaculada, predestinada por Dios sobre toda otra criatura como abogada de
gracia y modelo de santidad para su pueblo, te renuevo hoy, de modo especial,
la consagración de toda la Iglesia.
Guía tú a sus hijos en
la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la
palabra de Dios.
Acompaña tú a todos los
cristianos por el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra
el pecado y en la búsqueda de la verdadera belleza, que es siempre huella y
reflejo de la Belleza divina.
Obtén tú, una vez más,
paz y salvación para todas las gentes. El Padre eterno, que te escogió para ser
la Madre inmaculada del Redentor, renueve también en nuestro tiempo, por medio
de ti, las maravillas de su amor misericordioso. Amén.
SANTA MISA CON OCASIÓN
DEL 150° ANIVERSARIO
DE LA PROCLAMACIÓN DEL
DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
HOMILÍA DE JUAN PABLO
II
Miércoles 8 de
diciembre de 2004
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