* Exposición del Santísimo Sacramento del Altar
* Canto de adoración
* Meditación: ‘LA
PALABRA SE HIZO CARNE Y
PUSO SU MORADA ENTRE NOSOTROS’ (Jn.
1,14):
Siempre fue duro y
trabajoso arar la tierra, pero el campesino sabe que es necesario para poder
sembrar. ‘Se siembra entre lágrimas y se cosecha entre cantares’ (Salmo). Nada
más silencioso y disponible que la tierra cuando al caer la tarde, ella está allí
a merced del sembrador dispuesta a acoger y dar vida; después de todo ella es
madre... No menos duro es silenciar un corazón, ayudarlo a recuperar la
confianza, silenciarlo para que sea capaz de acoger a otro. ‘La Palabra se hizo
carne y puso su morada entre nosotros’. Fueron necesarios siglos y un toque de
gracia para que el corazón de una joven pueda acoger la Palabra hecha carne, es
decir débil y mortal, y poner su morada entre nosotros, es decir su presencia
personal y tangible. En la Eucaristía contemplamos este misterio: La Palabra se hizo
carne y puso su morada entre nosotros.
En la liturgia de la
Palabra de la Santa Misa, cuando escuchábamos el Evangelio estábamos de pie y
ahora podemos tomar asiento, el Padre nos quiere abrir el corazón, nos quiere
dejar pasar a su misterio, allí también se esconde el nuestro. Escuchar es más
que percibir sonidos, escuchar, mirar, tocar es percibir una presencia, una
alteridad, otro. Es una manera de estar, de vivir en expectativa comunicativa.
Es tener hábitos más que actos, un estado de apertura, de permeabilidad capaz
de percibir el más allá. Permeabilidad para entrar y salir desde lo más
profundo a lo más profundo. Escuchar es dejar hacer, consentir que el amor
realice su obra en nosotros, es no resistir la realidad, es dejarse iluminar,
interpelar. Es recibir en el corazón lo que proviene del corazón sin filtrar e
intelectualizar. Quién se revela nos revela...
La palabra es
proclamada y esa palabra leída pretende ayudarnos a interpretar esa otra
palabra que es la realidad, la historia, lo que acontece. La palabra proclamada
se hace elocuente cuando es escuchada con el corazón en la mano, desde una
historia real que gime por encontrar sentido.
La palabra de Dios nos
permite conocer su voluntad, es lugar para encontrar respuesta a la pregunta
que inquieta la conciencia humana. ¿Qué debemos hacer, qué no debemos hacer?
Sin embargo hay maneras de escuchar que cercenan la palabra. Una de ellas es moralizar,
restringiendo la escucha al hacer y no al ser. La Palabra es una persona,
escuchar es acoger a alguien que se nos dice, se nos entrega. Dios nos quiere
revelar quien es y quienes somos nosotros, solo si sabremos que hacer. Lo mismo
en nuestros diálogos humanos podemos oír a alguien toda una vida y no haberlo
escuchado. Podemos vivir hablando y no decimos nada si nuestra palabra no es
personal.
Que importante es saber
dialogar, decirse y escucharse. Humilde pero real manera de abordar el misterio
parcial y el misterio total. Chispazos de infinitud, reposo, paz, que
desinstalar y desequilibrar. ‘Después de ti no hay nada...’. Hay un diálogo
primordial e insustituible, sin el cual no son posibles los demás. El diálogo
con uno mismo, saber escucharse, saber percibir ese sin número de sentimientos,
emociones, gemidos; saber escuchar el alma y el cuerpo, aprender el sinnúmero
de idiomas y lenguajes con que cuenta el hombre para asomarse a su misterio.
Dios se quiere dirigir
a la inteligencia del hombre para comunicarle la verdad, capaz de hacerlo
libre. La ignorancia es un mal, siempre quita vida, pero no debemos ser
racionalistas y creer que todo pasa por la razón. La inteligencia ilumina la
voluntad para que pueda actuar bien. Pero para entender no solo es cuestión de
pensar, también es necesaria la sensibilidad y la afectividad. Hay razones que
solo entiende el corazón. Más aún, a lo más profundo no se llega razonando sino
intuyendo y creyendo. Qué preciso pero que estrecho es el campo de la razón.
Dios se asoma al hombre
desde las creaturas pero sobre todo desde Jesús. El asume el lenguaje humano,
enseña viviendo y hablando. Las palabras de Jesús nos ayudan a entender la
Palabra que es Jesús. La mejor predicación es la existencial. Jesús no escribió
un libro, vivió al hombre como hijo de Dios y vivió a Dios como hombre. Para
terminar de comprender al Dios hecho hombre hay que terminar de ser hombre.
Tan importante como
saber qué quiero decir, es saber a quién, es decir si lo puede recibir; es
saber como, es decir el modo de hacerse entender; es discernir la oportunidad,
es decir el cuando, las circunstancias, el como está la otra persona o como
estoy yo.
Escuchamos desde lo que
conocemos pero escuchamos para conocer. Partimos de lo conocido pero no debemos
reducir a lo sabido, sino abrirnos a lo nuevo. No poner en los casilleros
conocidos sino crear uno nuevo. Los antiguos filósofos comparaban el
conocimiento al agua que adopta la forma del recipiente, pero para recibir algo
nuevo hace falta odres nuevos. No pretendamos conocer nuevos mares sin perder
de vista la orilla...
Jesús comparó la
palabra a una semilla. Es un germen de vida que necesita tiempo para crecer y
que no se puede sembrar en cualquier tiempo y lugar. Una semilla sobre una roca
puede mantenerse intacta durante siglos, como en el caso de las tumbas
egipcias, pero en tierra no tarda en germinar. Necesita como toda vida de
cuidado y su plenitud está en dar fruto, en ser fecunda...’Si no tengo amor,
nada soy’ (1Cor 13).
La predicación está a
su servicio, no tiene otro fin que hacerla actual e inteligible al hombre de
hoy. La palabra que la Iglesia nos entrega es espada de dos filos, siempre
interpela a la Iglesia y al profeta, y no solo al oyente. O mejor dicho la
Iglesia y el profeta no tienen autoridad para proclamar la palabra si primero
no pasa por su corazón creyente.
La palabra parece
inofensiva y sin embargo, quién se olvida de un desprecio, de una crítica o de
una palabra de aliento o amor. Es el humilde instrumento que Dios y los hombres
tenemos para interpelar el corazón.
En la Eucaristía Jesús
nos deja su persona y su acción amorosa, en ella se concentra el misterio de la
fe. Por eso día tras día, a lo largo del año litúrgico la Iglesia nos va
leyendo la escritura para asomarnos desde distintos ángulos al mismo misterio
que no podemos abarcar de una mirada. Los diferentes tiempos litúrgicos son una
pedagogía destinada a concentrarnos en los aspectos centrales de nuestra fe.
Ellos nos dan luz sobre Dios y sobre nuestra humilde, dramática y bella
existencia.
María es discípula e
interprete de la palabra. La escucha profunda se hizo interpretación vivida.
Solo los oyentes se hacen palabra, aún sin palabras...
* Silencio meditativo
* Aclamaciones Eucarísticas
*Bendición y canto final
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