Entre todos los santos sobresale la Santísima Virgen
María, modelo de santidad y de espiritualidad eucarística. Según la viva
tradición eclesial, su nombre es recordado con veneración en todos los cánones
de la Santa Misa
y con particular énfasis en las Iglesias orientales católicas. En varias
respuestas ha sido sugerido que se especifique mejor la posición de la Beata Virgen María
dentro de la liturgia eucarística.
María está tan unida al misterio
eucarístico que ha merecido ser justamente denominada «Mujer eucarística» en la Encíclica Ecclesia de
Eucharistia. En la existencia de María de Nazaret se manifiesta en
modo sublime no solo la exclusiva relación entre la Madre y el Hijo de Dios, el
cual ha tomado Cuerpo y Sangre de su cuerpo y de su sangre, sino también la
íntima relación que vincula la
Iglesia a la
Eucaristía , puesto que la Santísima Virgen
es modelo y figura de la
Iglesia , cuya vida y misión tienen la fuente y la cumbre en
el Cuerpo y Sangre del Señor Jesucristo.
La orientación eucarística de María
deriva de una actitud interna que determina toda su vida, más que de la
participación activa al momento de la institución del sacramento. Su
existencia, que tiene un profundo sentido eclesial, asume también esta nota
eucarística. María ha vivido con espíritu eucarístico aún antes que este
sacramento fuera instituido, por el hecho de haber ofrecido su seno virginal
para la encarnación del Verbo de Dios. Durante nueve meses ella ha sido el
tabernáculo viviente de Dios. Después ella realizó un gesto eucarístico, y al
mismo tiempo eclesial, cuando presentó al Niño Jesús a los pastores, a los
Magos y al Sumo Sacerdote en el templo, en cuanto ofreció el Fruto bendito de
su seno al Pueblo de Dios y también a los gentiles para que lo adoraran y lo
reconocieran como el Mesías. Análogo acto fue su presencia y su solícita
intercesión en Caná, en la hora del primer signo que el Hijo realizó
ofreciéndose a través de un milagro. Otro gesto similar cumplió la Virgen Madre a los
pies de la cruz, participando en los sufrimientos de su Hijo y acogiendo entre
sus brazos el cuerpo y deponiéndolo en la tumba como una semilla escondida de
resurrección y de vida nueva para la salvación del mundo. Fue aún un
ofrecimiento de índole eucarística y eclesial su presencia durante la efusión
del Espíritu Santo, primer don del Señor resucitado a la Iglesia naciente.
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