"Pedro, ¿me amas más que estos?". El Pedro de antes hubiera respondido súbito, impetuoso, arrogante: "Sí, más que estos y más que el mundo entero te amo..." El Pedro de ahora, en lugar de arrogancias, pone lágrimas; en lugar de comparaciones y preferencias molestas, pone silencio, y en lugar de una rotunda afirmación, pone la humilde confesión de lo que guarda su corazón para Jesús: "Tú, que lo sabes todo, sabes que te amo..." Como si dijera: "Yo no sé nada. Tú, que lo sabes todo, conocerás si esto que tengo y siento en mi corazón es amarte más que todos..."
¡Cuántas veces, Señor del Sagrario, en el mismo momento de mis infidelidades y de mis pecados, mi conciencia intranquila recuerda a mi alma avergonzada la mirada triste, severa y dulce del ofendido Jesús!...
Sin que yo vea tus ojos en tu Hostia callada, sé que se vuelven a mí y me miran ...
Y ¡pobre de mí! ¡cuántas veces he temido esa mirada tuya! ¡He dejado de ir al Sagrario! y, aun yendo, ¡he armado ruido con mis pasiones, he hecho violencia a mi corazón, a mi conciencia, a mi fe, a mi memoria, para que no me traigan ni recuerdan tu mirada! ¡para obligarte a Ti a la violencia de dejar de mirarme!...
¡Con qué pena, Jesús, volverás en el silencio de los desprecios, a entornar tus párpados!
Beato Manuel González
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