El único sacrificio de
Cristo, que tiene su máxima expresión en la muerte de cruz y en su
glorificación, se hace presente en la Eucaristía , para hacer que la vida cristiana sea
participación y prolongación de este mismo sacrificio. La separación de las dos
especies nos recuerda y significa la muerte del Señor (Serm 46, 715ss). La Eucaristía es, pues,
«representación de Jesucristo crucificado» (Serm 47, 153s).
De esta celebración
sacrificial del Señor, se sigue que la vida cristiana debe hacerse ofrenda como
la suya y con la suya. Se ofrece especialmente la «voluntad». «Y ofreciéndote
así de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en esto que si mil
mundos le dieses» (Serm 43, 677ss). Entonces el sacrificio de Cristo se
prolonga en el creyente, quien «él mismo se ofrece a Dios en recompensa de que
el mismo Dios se da a él» (ib., 693ss).
En los sermones y en las
cartas a sus dirigidos, especialmente a sacerdotes, insta a participar en la Misa con la actitud de
ofrecerse al Señor en unión con su sacrificio redentor, a imitación de María (Serm
4,335ss), puesto que en la Misa
se sigue «representando y significando muy en particular la muerte del Señor» (Serm
57, 121 ss).
No hay comentarios:
Publicar un comentario