Santa Hildegarda de Bingen O.S.B. (en alemán: Hildegard von Bingen) (nació el 16 de septiembre de 1098 en Bermersheim, junto a Alzey en Rheinhessen, Renania-Palatinado, Alemania; y murió el 17 de septiembre de 1179 en el monasterio de Rupertsberg, Bingen,)
Fue abadesa, mística y visionaria, profetisa, médica, compositora y escritora alemana. Considerada por los especialistas actuales como una de las personalidades más fascinantes y multifacéticas del Occidente europeo, se la definió entre las mujeres más influyentes de la plena Edad Media,entre las figuras más ilustres del monacato femenino y quizá la que mejor ejemplificó el ideal benedictino, dotada de una cultura fuera de lo común, comprometida también en la reforma de la Iglesia, y una de las escritoras de mayor producción de su tiempo.
La Eucaristía es también memorial de la Encarnación del Señor
De la obra escrita de Santa Hildegarda, abadesa de Bingen
La Eucaristía es memorial de la Encarnación, Pasión, Resurrección y Ascensión de Jesucristo. De esta manera, día a día la Iglesia recuerda estos sucesos al Padre, quien jamás olvida los sufrimientos de Su Hijo. El Padre anima o alienta los dones presentados uniéndolos al sacrificio de Cristo, y así renueva permanentemente lo que está presente en su memoria.
En la Teología eucarística de la visionaria de Bingen es permanente la referencia a la Encarnación como eje central de comparación con lo que sucede en el altar. En casi toda la explicación de la visión se encuentra una referencia a la Encarnación en relación con la Eucaristía. Si bien en su pintura lo central es la Pasión de Cristo, en sus escritos predomina la referencia a la Encarnación, sin que deje de aludir también, al sacrificio redentor de Cristo.
Para ilustrar estas afirmaciones recurramos a lo que Hildegarda nos dice: “Pero aquella Virgen bienaventurada oyó secretamente un mensaje verdadero a través de las palabras del ángel, y así que lo creyó dirigió hacia lo alto los suspiros de su alma diciendo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra; y entonces, cubriéndola el Espíritu Santo con Su sombra, concibió al Unigénito de Dios. Esto indica que el Dios omnipotente debe ser invocado por las palabras del sacerdote en el oficio de la Misa, de forma tal que, creyendo el sacerdote fielmente en Dios y ofreciéndole con la devoción de su corazón la ofrenda pura, dirá las palabras de la salvación en el servicio de la humildad: entonces la Majestad Suprema, recibiendo la oblación la transformará con admirable poder en la carne y en la sangre del Santo Redentor. La Encarnación de Cristo es pues el punto central de la historia de la salvación. Cristo asume la naturaleza humana para rescatar al hombre del pecado, y con ella rescata toda la naturaleza creada. Así como la caída de Adán y Eva provocó en todo el cosmos una tremenda conmoción, la Encarnación del Hijo de Dios levantó al hombre caído y a toda la naturaleza creada con él . La humanidad de Cristo es el precioso ungüento que Él [Cristo] derrama sobre las mortales heridas del ser humano, infligidas por el pecado. Y así como Cristo, concebido por una Virgen pura, nace puro, sin pecado, cuando se entrega en la hostia consagrada, debe ser recibido también por el que comulga, con un corazón puro, para que el cuerpo y la sangre de Cristo operen la santificación.
En el capítulo final de la visión sobre la Eucaristía, Hildegarda vuelve nuevamente sobre la Encarnación de Cristo a través de una parábola: “Como un hombre que tiene una bellísima gema en un cofre y la engasta en oro para mostrarla a los demás hombres, así también Yo, que tengo a Mi Hijo en Mi corazón, quise que se encarnara de la Virgen para otorgar a los creyentes la salvación de la vida” […] Y como el hombre pecador no puede liberarse a sí mismo, Cristo libre de todo pecado, es el único que puede liberar a la humanidad del pecado. Es decir, el Padre lleno de misericordia entrega la Joya de su corazón, a Su propio Hijo, para rescatar a la humanidad y a la creación entera de las tinieblas del pecado. Y lo vuelve a entregar en el altar, cada día, en cada Eucaristía, como remedio y alimento para su Iglesia, hasta los últimos tiempos.
GUILLERMINA AGÜERO DE DE BRITO
(FASTA)
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