7 de agosto de 2012

"Trabajen no por el alimento perecedero sino por el que permanece para la Vida eterna" (Jn. 6,27)



Esto les dijo el Señor Jesús a los que lo seguían, no en busca de milagros sino para saciar su hambre. Porque el Hijo del hombre no ha venido al mundo para solucionar los problemas sociales, económicos o políticos, sino para comunicar la vida Divina. Del mismo modo, no es misión de la Iglesia dar recetas en esos campos, que no sean al modo de añadidura, pues su deber es comunicar el doble pan de la doctrina y de la Eucaristía.

La profecía que Dios hizo a Moisés de dar a los israelitas pan del cielo, se cumple acabadamente en la Eucaristía; pues el maná fue un pan corporal, alimento de muerte ordenado sólo a reparar temporalmente las fuerzas del hombre. En cambio el verdadero Pan bajado del cielo, la Carne de Cristo que se nos da en el Santísimo Sacramento, está inseparablemente unida al Verbo de Dios, y por eso es capaz de vivificar en abundancia hasta destruir la muerte.

Pero si ahora el Señor comunica vida, es porque antes dio la suya en sacrificio. Su ofrenda llevada hasta la muerte es la causa de nuestra vivificación. La Eucaristía es pues el Sacramento del Sacrificio de la Cruz, brotado del único Holocausto del Calvario, que se hace efectivo incruentamente en cada Misa. La herencia del Señor es su sangre que se perpetúa a través del tiempo en el Santo Sacrificio del altar.

Por eso, cuantas veces se celebre el Sacrificio de la Misa, se renovará, rebrotará, y palpitará, la obra de la Redención. En la Eucaristía la Iglesia se sacrifica con Cristo y, de ese modo, hace posible para nosotros el contacto son Su Pasión. Pero el Señor sigue ofreciendo su holocausto, no directamente sino por mediación de la Iglesia que es su instrumento, su mano ofertorial.

Así como no hay Eucaristía sin Cruz, tampoco la hay sin Iglesia.

Por eso el celebrante, recordando que actúa “in persona Christi”, ha de apegarse firmemente a las rúbricas establecidas en la Liturgia, oración pública e inmutable de la Iglesia.

Ofreciéndonos con Cristo y sacrificándonos con Él y en Él, pongamos nuestra confianza en Aquel que nos ha dicho “Yo soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre, el que cree en Mí jamás tendrá sed”.

R.P. Alfredo Saenz sj















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