En este día en que toda la Iglesia ora por el Sumo Pontífice, compartimos las palabras dirigidas por Benedicto XVI al incio del rezo del Angelus el domingo 10 de junio de 2012 en la celebración del Corpus Christi:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy, en Italia y en muchos otros países, se celebra el Corpus Christi, que es la solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor, la Eucaristía. Es una tradición muy viva, que por este día, se organicen solemnes procesiones con el Santísimo Sacramento por las calles y en las plazas. En Roma, esta procesión ya ha tenido lugar a nivel diocesano el pasado jueves, el mismo día de la fiesta, que cada año renueva en los cristianos la alegría y la gratitud por la presencia eucarística de Jesús en medio de nosotros.
La fiesta del Corpus Christi es un gran acto de culto público de la Eucaristía, sacramento en el que el Señor sigue estando presente incluso más allá del momento de la celebración, para estar siempre con nosotros, a lo largo del paso de las horas y de los días. Ya san Justino, que nos dejó uno de los testimonios más antiguos sobre la liturgia eucarística, dice que, después de la distribución de la comunión a los presentes, el pan consagrado se lo llevaban los diáconos a los ausentes (cf. Apologia 1,65). Por lo tanto, el lugar más sagrado de las iglesias es, precisamente, donde se custodia la Eucaristía. No puedo dejar de conmoverme al pensar en las muchas iglesias que fueron dañadas severamente por el reciente terremoto en Emilia Romagna, en el hecho de que el cuerpo eucarístico de Cristo, en el tabernáculo, ha permanecido en algunos casos bajo los escombros.
Rezo con afecto por la comunidad, que con sus sacerdotes deben reunirse para la misa al aire libre o en grandes tiendas de campaña; les agradezco por su testimonio y por lo que están haciendo por toda la población. Es una situación que pone de relieve aún más la importancia de estar unidos en el nombre del Señor, y la fuerza que viene del Pan eucarístico, también llamado "pan de los peregrinos". Del compartir este pan, nace y se renueva la capacidad de compartir incluso la vida y los bienes, de sobrellevar unos el peso de los otros, de ser hospitalarios y acogedores.
La solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo propone nuevamente el valor de la adoración eucarística. El siervo de Dios Pablo VI, recordaba que la Iglesia católica profesa el culto de la eucaristía "no sólo durante la misa, sino también fuera de su celebración, conservando con la máxima diligencia las hostias consagradas, presentándolas a la solemne veneración de los fieles cristianos, llevándolas en procesión con alegría de la multitud del pueblo cristiano." (Carta Enc. Mysterium fidei, 7).
La oración de adoración se puede realizar, sea personalmente, haciendo una pausa en recogimiento ante el tabernáculo, o ya sea en forma comunitaria, también con salmos y cantos, pero siempre privilegiando el silencio, en el cual escuchar interiormente al Señor vivo y presente en el Sacramento. La Virgen María es maestra también de esta oración, porque nadie mejor que ella ha sido capaz de contemplar a Jesús con los ojos de la fe, y acoger en el corazón la íntima resonancia de su presencia humana y divina.
Que por su intercesión se difunda y crezca en cada comunidad eclesial una auténtica y profunda fe en el misterio eucarístico.
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