San Juan Bautista
Debemos honrar a san Juan como a modelo perfecto de adoradores. Estas hermosas palabras son la divisa de la abnegación y del sacrificio eucarístico: ¡que el Santísimo Sacramento crezca, sea conocido y amado y que nosotros nos anonademos a sus pies! Ahora, ved cómo san Juan, en las principales acciones de su vida, ha sido modelo de adoradores. Su vida parece haber sido una adoración continua, y en ella se encuentran los caracteres de la adoración hecha según los cuatro fines del sacrificio, que es el mejor de todos los modos de adorar.
La adoración
La adoración se hace arrodillado en el suelo y con la cabeza inclinada: es éste un primer movimiento que nos lleva a reconocer, a través del velo eucarístico, la majestad infinita de Dios que allí se oculta. A este primer movimiento sucede la exaltación de su grandeza y su amor.
Notad cómo la primera gracia concedida a san Juan es una gracia de adoración. El Verbo se halla en el seno de María e inspira a su Madre que vaya a visitar a santa Isabel, y María lleva ante san Juan a su Dios y a su rey. Como san Juan no puede ir a Jesús porque su madre es muy anciana para emprender este viaje, Jesús se traslada allí. Así obra con nosotros: no pudiendo nosotros ir a Dios, viene Dios a nosotros.
María desata el poder de su divino hijo al saludar a Isabel: aun hoy Jesús está como atado y nada quiere hacer sin María. La voz de María fue la del Verbo Encarnado: Juan se agita en el claustro materno al oír esta voz y revela a su madre el misterio de la presencia de Dios en Maria, haciéndoselo comprender al mismo tiempo, como lo confiesa Isabel a María: Exsultavit infans in utero meo.
Desde entonces Juan es precursor, ve a Dios y le adora en sus movimientos: él le adora, y la alegría de estar en su presencia desborda sobre su Madre.
¡Qué bueno fue nuestro Señor con san Juan! Quiso bendecirle y dársele a conocer en el seno mismo de su madre. ¡Qué grata debió serle esta adoración de su precursor! ¡Era tan espontánea!
Jesús permaneció con él tres meses; uno y otro estaban encerrados en el tabernáculo materno. Juan adoraba constantemente a su Dios, y lo sentía tras el velo que lo separaba de El. Uníos a esta tan buena adoración de san Juan, tan viva y tan sentida, no obstante los velos y las paredes que lo separan de nuestro Señor: Senseras Regem thalamo manentem.
La acción de gracias
La acción de gracias descansa en la bondad, en el amor de Jesucristo: no ve más que los dones y los beneficios; se humilla para exaltar al bienhechor; se alegra por las gracias y beneficios concedidos a él mismo y a los demás, y a la Iglesia entera. Este sentimiento dilata el corazón.
Ahora bien; en el Jordán manifiesta el Bautista este doble sentimiento de alegría y de gratitud. Considerad, en primer lugar, la gracia que le concede nuestro Señor; porque la acción de gracias parte siempre de un beneficio recibido y descansa en la humildad. Pues bien; Juan va a bautizar a nuestro Señor. El no le había visto nunca. El Padre celestial le había dado una señal por la cual le reconocería. Jesús se presenta entre la multitud de pecadores que esperaban el bautismo de Juan y oían sus enérgicas exhortaciones a la penitencia; Jesús guarda turno entre las filas de publicanos y soldados. ¡El que era rey e hijo de Dios!… pero nada de privilegios ni excepciones. ¡Entended esto, oh adoradores, y no tengáis más protector que Jesucristo! San Juan se arroja a los pies de Jesucristo: ¡Cómo! ¿Vos venís a mí? Ego a te debeo baptizari, et tu venis ad me?
¡He aquí la humildad... la verdad! Los santos no se creen jamás perfectos. Juan en estas palabras no habla de su ministerio: Venis ad me, vienes a mí; y no dice: vienes a mi bautismo. ¡Qué delicadeza! El hablar de su ministerio hubiérale erigido un pequeño trono, y ante Dios esto no conviene.
Jesucristo le dice: “Cumple el mandato de mi Padre”.
Como hombre verdaderamente humilde, san Juan obedece y le bautiza. Una humildad falsa hubiese alegado cincuenta razones para excusarse; pero san Juan obedece. Y cuando nuestro Señor se retira, él no le sigue, sino que permanece en el puesto que le ha colocado la obediencia. ¡Qué humildad!
Ved ahora cómo el Bautista transfiere al Señor toda la gloria y todo el honor de la sublime función que acaba de ejercer. Sus discípulos, los peores entre todos los aduladores, queriendo honrarse con la gloria de su maestro, le manifiestan que todo el mundo va tras Jesús. ¡Oh, y cuánto me place!, responde san Juan. El amigo del esposo se coloca a su lado y permanece de pie en su presencia, mas la esposa es exclusivamente para su esposo: las almas no son sino para Jesucristo. El amigo está sólo para servir al esposo. San Juan se goza de que el divino esposo encuentre tantas esposas: “Mi alegría llega al colmo viéndole crecer. ¡Es necesario que El aumente y que yo disminuya, que El crezca y yo mengüe!”
¡Nada para él, todo para Jesús! Eso es lo que nosotros debemos procurar: que crezca el reino de Jesucristo. ¡Qué pena no poderle levantar un trono en todos los corazones!; por eso nos postramos en su acatamiento..., nos achicamos y elevamos a Jesucristo sobre su trono. Illum oportet crescere. ¡Esto tiene muchas aplicaciones en la práctica! Hoy no somos nada, pero tal vez con el tiempo cuente entre sus adoradores a hombres distinguidos. Entonces convendrá decirles. “¡Cuidado, no andéis de puntillas pretendiendo creceros por vuestros talentos inclinaos y humillaos, para que sólo el Señor se haga visible!” ¡Es tan hermosa nuestra vocación y el objeto de la misma tan elevado!... Se nos creerá adornados de todas las virtudes, porque de hecho deberíamos tenerlas todas para ser dignos de nuestra vocación. ¡Desgraciado de aquel que quiera sostenerse en pie en la presencia del Señor! ¡No, rodilla en tierra! lllum oportet crescere, me autem minui.
¡Oh, qué hermosa es la acción de gracias de aquella almas que acepta los beneficios de Dios, reconociendo que por si misma nada es y nada merece y transfiriendo por ello mismo a Dios la gloria que se le sigue!
La propiación o reparación
La propiación es una indemnización que ofrecemos a nuestro Señor y un consuelo. Vasto campo se nos presenta aquí para cumplir nuestra misión de adoradores; debemos reparar, interceder y hacer penitencia por los pecados de los hombres. ¡El mundo es tan malo que hacen más falta reparaciones que acciones de gracias!
Ved cómo san Juan hace oficio de reparación cuando dice: “Ecce Agnus Dei, ecce qui tóllit peccata mundi”: ¡He aquí el cordero de Dios que borra los pecados del mundo! Predica y señala la víctima reparadora, y después llora y gime al ver la indiferencia de los hombres hacia el Salvador. Oíd sus lamentos: “Medius vestrum stetit quem vos nescitis” En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Quejase de que los grandes y los sabios no quieren seguir a Jesucristo, el cual solamente se ve rodeado de algunos desvalidos. Por eso él ofrece pública satisfacción, le adora como víctima. Le ensalza por aquellos que le deprimen. “Yo —dice— soy indigno aún de desatar la correa de su calzado.” ¡Cómo le resarce de tantos menosprecios!
La súplica o petición
Juan había sido encarcelado por su entereza en reprender el delito de un rey culpable. Nadie se atreve a decir las verdades a los reyes: ¡se tiene miedo! ¡Es una desgracia vivir al lado de los reyes! Sus discípulos iban a verle y no creían todavía en Jesucristo. Juan hace lo posible para lograr su conversión. Este es el verdadero apostolado, es decir, conducir las almas a Jesús y hacer que de tal modo se aficionen que ya no vuelvan sobre si mismas. Juan pide a nuestro señor Jesucristo que reciba a sus discípulos, y en seguida se los envía para que estos se conviertan a la vista de la bondad y poder de Jesús. Obra el Señor grandes prodigios y... ¡ellos no le adoran! ¡Oh, y cuán necio es el corazón humano dominado por los prejuicios! La envidia les dice que si Jesús crece, Juan llegará a no significar nada. ¡Ellos no quieren desaparecer con él, porque tienen el orgullo de casta y de camarilla y viven de la gloria que rodea a su maestro!
Pero cuando hubieron visitado al Salvador quedó prendida en sus corazones la fe y, muerto san Juan, se unieron a Jesucristo; su conversión fue debida a las oraciones de san Juan.
¡Aquí tenéis un buen adorador! Amad mucho a san Juan, que fue tan amado de nuestro señor Jesucristo. Jesús lloró su muerte...: era su primo, su amigo y su primer apóstol. Adorad, reparad como él y sabed sacrificaros como él por la gloria de Jesucristo. Juan murió mártir por causa de los crímenes de un rey, que son los que excitan más la cólera de Dios. Acordaos siempre de estas palabras, que son el lema de la santidad y del servicio eucarístico: “Illum oportet crescere, me autem minui!” ¡Que Jesús Sacramentado sea ensalzado y yo humillado!
(San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas, Ed. Eucaristía, 4ª Ed., Madrid, 1963, Pág. 205-209)
No hay comentarios:
Publicar un comentario