Es conocido cómo nuestro querido Papa, Benedicto XVI, introdujo la adoración al Santísimo Sacramento en la dinámica de las Jornadas Mundiales de la Juventud. ¡Difícilmente olvidaremos aquella imagen de la explanada de Marienfeld en Colonia, en la que se realizó este gran “signo” ante los ojos del mundo entero! En aquella estampa se veía cumplida la Palabra de Dios, tal y como es expresada en la Carta de San Pablo a los Filipenses: «Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo; y toda lengua proclame que Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 10-11). Tres años más tarde, en el hipódromo de Randwick, en Sydney, se volvió a repetir el mismo acto de adoración; y también en Madrid, en el aeródromo de Cuatro Vientos, jóvenes de todo el mundo se postraron, nuevamente, ante Cristo nuestro Señor.
¿Quién dijo que los jóvenes son insensibles al lenguaje litúrgico? ¿Acaso la oración de adoración está reservada exclusivamente a las vocaciones contemplativas? ¿Dónde quedan tantos tópicos, que han llegado a reducir la Pastoral Juvenil a una serie de “dinámicas de grupo” carentes de contenido y de dudoso valor pedagógico?