Por el sentido
de la palabra del Señor deriva la indicación de la iglesia respecto a la
imposibilidad de acceder a la Comunión eucarística los esposos que viven
establemente una segunda unión
matrimonial.
Pero ¿por qué?
Porque en la Eucaristía
hallamos el signo del amor nupcial indisoluble de Cristo por nosotros; un amor,
éste, que viene objetivamente contradicho por el “signo quebrantado” de los
esposos que han cerrado una experiencia matrimonial y viven un segundo enlace.
Así comprendéis que la
norma de la Iglesia no exprime un juicio acerca del valor afectivo y de la
cualidad de las relaciones que unen los divorciados que se han vuelto a casar.
El hecho de que con frecuencia estas relaciones se vivan con sentido de
responsabilidad y con amor en la pareja y hacia los hijos, es una realidad que
no pasa inadvertida a la Iglesia y a sus pastores. Por lo tanto no existe un
juicio hacia las personas y lo que han
vivido, sino una norma necesaria por el
hecho de que estas nuevas uniones en su objetividad no pueden expresar
el signo del amor único, fiel, indiviso de Jesús por la Iglesia.
Queda claro que la
norma que regula el acceso a la Comunión
eucarística no se refiere a los cónyuges
en crisis o simplemente separados; según las debidas disposiciones
espirituales, pueden acercarse a los sacramentos de la confesión y de la
comunión eucarística. Lo mismo se debe decir también de quien se ha
sometido injustamente el divorcio, pero
considera el matrimonio celebrado religiosamente como el único de su propia
vida y a él quiere permanecer fiel.
De todas las maneras es
falso que la norma que regula el acceso
a la comunión eucarística signifique que, los cónyuges divorciados y vueltos a
casarse, estén excluidos de una vida de fe y de caridad efectivamente vivida al
interno de la comunidad eclesial.
+ Dionigi Card. Tettamanzi
Arzobispo de Milán
Milán, Epifanía del
Señor 2008
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