La espera de la venida de Cristo no tiene, pues, un móvil negativo que se pueda calificar como disgusto del mundo y de la vida, sino un móvil sumamente positivo que es el deseo de la verdadera vida en la que Jesús nos introduce con su venida. La liturgia de la Iglesia siempre ha llamado “nacimiento” al día del encuentro de los santos con el Señor. Jesús habla de un “parto” y, de hecho, será como un salir del útero tenebroso de este mundo visible y llenarse de gozo por la luz de la verdad plena.
No se trata, por ello, de un mensaje de tristeza, ni mucho menos de miedo, sino que es un mensaje de alegría y de esperanza. En el salterio judío hay un grupo de salmos, llamados “salmos de ascensión” o “cánticos de Sión”, que eran los salmos que cantaban los peregrinos israelitas cuando “subían” en peregrinación hasta la ciudad santa, Jerusalén. Uno de ellos comienza así: Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor” (Sal 122,1). Estos salmos de ascensión se han convertido ya en los salmos de aquellos que, en la Iglesia, están en camino hacia la Jerusalén celeste; son nuestros salmos. Comentando aquellas palabras iniciales del salmo, decía San Agustín a sus oyentes: “Hermanos, recuerde vuestra caridad la festividad de algún mártir o algún santo lugar”. Mutuamente se hablan, y, como incendiados cada uno de por sí, todos juntos forman una llama; y esta llama formada por la conversación de los que se encienden mutuamente los arrastra al lugar santo, y el santo pensamiento los santifica. Luego si de este modo arrastra el amor santo a un sitio terreno, ¿cuál debe ser el amor que los arrebata armónicamente hacia el cielo diciéndose a sí mismo: “Iremos a la casa del Señor? Corramos, porque iremos a la casa del Señor. Corramos y no nos cansemos, porque llegaremos adonde no nos fatigaremos. Corramos hacia la casa del Señor. Se regocije nuestra alma con aquellos que nos dicen estas cosas. Los que nos dicen esto son los que primero divisaron la patria y de largo gritaron a los que venían detrás de ellos: Iremos a la casa del Señor.”
En esta carrera no se participa con los pasos del cuerpo, sino con los pasos del alma que son los santos deseos, las obras de la luz. Jesús nos ha adelantado en el camino hacia el santuario celeste. Él ha inaugurado para nosotros “un camino nuevo y vivo, a través del velo, es decir, de su propia carne!. Nosotros corremos sobre huellas marcadas; corremos hacia la “fragancia de su perfume”, que es el Espíritu Santo.
En cada eucaristía, el Espíritu y la Esposa dicen (a Jesús): “¡Ven!” (Ap 22, 17). Y también nosotros, que hemos escuchado, le decimos a Jesús: ¡Ven!
No hay comentarios:
Publicar un comentario