EL SIGNO DE LA FE POR EXCELENCIA: LA EUCARISTÍA
Ante al espeso silencio sobre Dios que impone la cultura actual, que quiere relegar la religión y lo religioso al olvido, entendiéndolo como una antigüedad y algo incompatible con la modernidad, no debemos esconder nuestro mejor tesoro. Hemos de ser testigos del amor de Dios al mundo, amor que se manifiesta y se hace palpable en el misterio eucarístico.
No tengamos miedo de hablar de Dios ni de mostrar los signos de la fe con la frente muy alta.
No tengamos miedo a mostrar el signo de la fe por excelencia que es el misterio eucarístico.
Ante el obscurecimiento de la esperanza en la vida eterna y en las promesas de Dios en que vive sumido nuestra cultura, mostremos la Eucaristía como fuente de esperanza y prenda de la vida futura.
Ante una cultura que está perdiendo la memoria de sus raíces y de la herencia cristiana, cayendo en la indiferencia religiosa y el agnosticismo práctico, que quiere arrancar el alma cristiana de nuestra sociedad, hagamos memoria del misterio del amor de Cristo, de su pasión, muerte y resurrección, misterios que se actualizan en cada celebración eucarística.
Ante una cultura que tiene miedo a afrontar el futuro, mirándolo con más temor que deseo; frente a tantos hombres y mujeres que viven la experiencia del vacío interior, de la angustia existencial, del nihilismo y de la falta del sentido de la vida, favorezcamos un estilo de vida inspirado en la Eucaristía, en la que está presente Aquél que es el camino, la verdad y la vida de los hombres, Aquél que nos dice "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré" (Mt 11,28).
Ante una cultura en la que el hombre vive cada vez más sumido en una profunda soledad, mostremos la verdad consoladora de la Eucaristía, en la que Cristo se hace nuestro eterno contemporáneo, peregrino y compañero, alentándonos con la certeza de su presencia: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
Ante una cultura en la que la existencia aparece cada vez más fragmentada y dividida, multiplicándose las crisis familiares, el deterioro mismo del concepto de familia, la violencia doméstica, el terrorismo y los conflictos entre las naciones, anunciemos el misterio sacrosanto de la Eucaristía, misterio de comunión y fuente de unidad y de paz entre las personas y los pueblos y que promueve, como señalaba Juan Pablo II, una cultura del diálogo.
Ante la cultura de la globalización que margina a los más pobres; frente a la difusión creciente del individualismo egoísta de los particulares y de las naciones, vivamos con hondura y verdad las consecuencias sociales que dimanan de la Eucaristía, que nos impulsa a trabajar por la globalización de la caridad, la solidaridad, el servicio a los últimos y la implantación de la nueva civilización del amor.
Ante la cultura de la muerte, en la que se desprecia la vida humana, sobre todo la vida de los más inocentes y débiles de la sociedad, anunciemos sin cansarnos el misterio eucarístico, verdadero Pan de vida.
Ante una cultura en la que el hombre pretende saciar su sed de esperanza y felicidad con sucedáneos, con realidades efímeras y frágiles que no plenifican su corazón, proclamemos en todas partes a Aquél que, oculto en las especies eucarísticas, nos dice: “El que viene a Mí nunca tendrá hambre y el que cree en Mí jamás tendrá sed" (Jn 6,35).
Ante esta crisis de nuestra cultura, ante el avance creciente de ideologías materialistas, ante el avance del laicismo, de costumbres y leyes alejadas de la moral cristiana, superemos la tentación del encogimiento y la desesperanza. Pongamos la Eucaristía en el centro de nuestras vidas. En ella encontraremos el verdadero manantial de la esperanza.
Junto al Sagrario escucharemos la palabra intemporal de Jesucristo que nos dice: "No tengáis miedo, hombres de poca fe" (Mc 4,40), "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt.28,20)
(de la Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Monseñor Juan José Asenjo Pelegrina 8 de septiembre de 2005)
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