DOMINGO 16 DURANTE EL AÑO CICLO B
Al ver a la multitud, Jesús sintió compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Jesús sintió compasión. Una de las características mas fuertes de Jesús es esta de ser compasivo. Jesús sintió compasión hasta la entrañas, o sea hasta lo mas profundo de su ser, cuando vio a la multitud. Todos ellos lo conmovieron, le hicieron sentir con todas sus sensibilidades intimas lo profundo de su pena.
Dios es un Dios compasivo. Y esto significa, ante todo, que es un Dios que ha elegido ser Dios con nosotros. Es la Eucaristía donde Jesús nos sigue mostrando su compasión y que es el Emanuel. Y este es el hecho que lo muestra como un ser compasivo, el hacerse uno de nosotros. Entenderíamos muy pobremente los muchos relatos de milagros contenidos en los evangelios si quedásemos simplemente impresionados por el hecho de que personas enfermas fueron curadas, o muertos fueron resucitados, o demonios expulsados de los cuerpos. Lo importante en todos estos casos no es el milagro sino la profunda compasión que movía a Jesús a esas curaciones. El gran misterio no son las curaciones, sino la infinita compasión del corazón de Jesús que sigue latiendo en el Santísimo Sacramento del Altar.
Dios es un Dios compasivo pero no es una compasión que se quedó sólo en el simple sentimiento, sino que vino a compartir nuestras vidas en solidaridad. En el alimento eucarístico se produce un admirable intercambio: Él nos comunica su Divinidad.
Esto no quiere decir que Dios solucione nuestros problemas, o que nos muestre la salida para nuestra confusión u ofrezca respuestas para nuestro muchos interrogantes. El puede hacer cualquiera de estas cosas, pero su solidaridad reside en el hecho de que esta dispuesto a entrar con nosotros en nuestros problemas, confusiones e interrogantes.
El puso su morada entre nosotros y se ha comprometido a vivir en solidaridad con nosotros, se ha comprometido a compartir nuestros gozos y dolores, a defendernos y protegernos y a sufrir toda la vida con nosotros. El misterio del amor de Dios no consiste en que El quita nuestros dolores sino ante todo en que ha querido compartirlos con nosotros.
Y así como Jesús, miró a su alrededor y encontró mucha gente de su tiempo que necesitaba que fueran compasivos con ellos, así también nosotros estamos llamados a mirar a nuestro alrededor y descubrir cuanta gente necesita que seamos compasivos con ellos.
A veces vivimos tan encerrados en nosotros mismos que no podemos percibir cuanto nos necesitan a nuestro alrededor. Debemos imitar la Eucaristía.
A veces uno se pregunta si Dios no debería concedernos a todos los humanos un don, un don terrible. Concedérnoslo una sola vez en la vida y sólo durante cinco minutos: que una noche se hiciera en todo el mundo un gran silencio y que, como por un milagro, pudiéramos escuchar durante esos cinco minutos todos los llantos que, a esa misma hora, se lloran en el mundo; que escucháramos todos los gritos de los hospitales; todos los gritos de las viudas y los huérfanos; experimentar el terror de los agonizantes y su angustiada respiración; conocer —durante sólo cinco minutos— la soledad y el miedo que hay en el mundo; experimentar el hambre de los millones de millones de hambrientos por cinco minutos, sólo por cinco minutos.
¿Quién lo soportaría? ¿No? ¿Quién podría cargar sobre sus espaldas todas las lágrimas que se llorarán en el mundo esta sola noche?
Creo que de todos los crímenes que en el mundo se cometen, el más grave es el desinterés, la desfraternidad en que vivimos. Sufrimos mucho más por un dolor de muelas que quizás por una guerra . Llegamos a conmovemos ante ciertas catástrofes cuando nos las meten en casa a través de la televisión, pero esa conmoción desaparece inmediatamente por la propaganda que viene después.
Jesús se compadeció de la muchedumbre y no sólo con el sentimiento, sino que puso manos a la obra y en seguida comenzó a enseñarles largo rato y se nos queda en la santa Eucaristía para seguir haciendo lo mismo.
En esto también nos enseña a nosotros. Porque, a veces hasta la misma palabra «compasión» la hemos empequeñecido. Si buscamos en el diccionario esta palabra, vemos que la define como: «el sentimiento de ternura o lástima que se tiene del trabajo, desgracia o mal que padece alguno.» Y ahí se queda nomás: todo se queda en el puro sentimiento. La compasión se ha convertido en un simple sentimiento del corazón, que nada remedia en el mundo, pero que nos permite calmarnos a nosotros mismos convenciéndonos que con ello hemos estado ya cerca del dolor ajeno.
Ante el dolor de los demás no basta con el simple sentimiento, o hacer disquisiciones filosóficas, o elaborar teorías sobre su valor redentor.
Jesús no redimió explicando nada. Bajó al dolor, estuvo junto a él, se puso en su sitio. Se hizo Pan Eucarístico que alimenta y fortalece.
Compadecerse para un cristiano no es hablan del amor, ni de las obras del amor. Compadecerse para un cristiano es: amar, es hacer obras de amor; compasión es ponerse a sufrir con los demás. Es comenzar a combatir o acompañar al dolor. No se trata de no poder dormir pensando en la gente que sufre; se trata de no saber vivir sin estar al lado de los que sufren, como el Señor Jesús está al lado nuestro en cada sagrario.
La compasión verdadera no es la que brota del simple sentimiento, sino la que se realiza en comunión. Compasión quiere decir padecer con. Comunión, estar unido con. Ni la una ni la otra pueden reducirse a un simple sentir en el corazón, sino a una mano que ayuda o una mano que abraza.
La falsa compasión es la de las mujeres que lloraban camino de la cruz. La verdadera, la del Cirineo, que ayudó a llevarle la cruz a Cristo. Sólo una humanidad de cirineos hará posible que quienes sufren lleguen a descubrir que Alguien les ama.
Cuando un periodista la cuestiona a la Madre Teresa de Calcuta sobre Dios y sobre su amor y compasión ante tanto sufrimiento que hay en el mundo actual en que vivimos. Y cuando este periodista le pregunta a la Madre Teresa que hizo, que hace Dios, ante tanto dolor que hay en el mundo. Ella le responde : Te creó a vos.
Por supuesto que sería una exageración declarar que toda la humanidad está en agonía, pero tampoco podemos ser tan ciegos para no ver que hay mucho dolor en este mundo y alrededor nuestro, muchísima necesidad de amor, y que cada uno puede aliviar en parte esa hambre material y espiritual en el pequeño o gran rebaño que Dios nos encomendó, comenzando por el propio: por nuestra familia, por nuestros conocidos ( esos que todos dejan de lado), por todos esos necesitados que viven con nosotros; pero también siguiendo por esos otros rebaños que no son nuestros, pero que uno los puede adoptar y hacer propios como ser los ancianos, los enfermos, los que viven solos, los niños abandonados.
En fin, que María nos conceda la gracia en cada Eucaristía, de salir con el corazón lleno del amor de Dios, y a ejemplo de Jesús, mirar a nuestro alrededor, preguntarnos quien me esta necesitando en este momento y no me estoy dando cuenta y compadecernos de ellos, sabiendo que son como ovejas sin Pastor.
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