San Benito que se había retirado a la soledad para consagrar su vida a Dios, con el tiempo fue descubierto y la soledad de su cueva se convirtió en lugar de encuentro para algunos.
Esta vida comunitaria en torno a Jesús nos hace pensar en el vínculo inseparable entre comunión fraterna y comunión eucarística.
En Subiaco pasa san Benito algo más de 25 años. Tiene, pues, ya cerca de 50 años. Dejándose llevar de la mano providente de Dios, el joven que se encerraba en la cueva de Subiaco para toda la vida, se había convertido en padre de un grupo notable de monjes, en un experimentado abad.
Fue un orante. Orando le encuentran los que a él se acercan. Ocupado en la alabanza divina formó una verdadera comunidad cristiana.
Esta alabanza se alimentaba de manera especial en el oficio divino y la eucaristía. Hombre lleno de fe.
Hoy, nosotros, también tenemos que animarnos a descubrir que la comunión eclesial no podemos pensarla sin la comunión eucarística.
El mismo espíritu de fe de san Benito podríamos acrecentar con respecto a la devoción y la adoración a Jesús sacramentado.
Frente a cierto pensamiento de “estar alerta” ante el peligro que la adoración eucarística despierte cierto espíritu que lleve al aislamiento y a pecar contra la caridad fraterna, podríamos sostener lo contrario. Esta memoria de san Benito, es una excelente oportunidad para fomentar la confianza en la eucaristía celebrada y adorada.
Para fundamentarlo se podría enumerar una larga lista de citas del magisterio de la Iglesia que promueven dicha devoción.
Beber del espíritu de Jesús eucaristía permite que nuestra fe actúe por la caridad, tal cual el testimonio de numerosos santos, “evangelios vivientes”.
La eucaristía, sacramentum caritatis, alimenta nuestra comunión con Dios y con los hermanos. Pasar largos ratos con Aquel que sabemos que nos ama es fuente privilegiada para amar de la misma manera a los hermanos. No anteponer nada a Cristo, al amor de Dios, tal cual enseñaba san Benito, nos puede llevar a crecer en estar alabando y adorando el amor de Dios en la eucaristía.
Por el contrario, se debe considerar peligroso para la vivencia de la caridad, el reducir la comunión eclesial a una sola convivencia fraterna. Ésta última podrá manifestar la eclesiología de la comunión del concilio vaticano II en la medida que se viva la comunión plena en la única fe profesada, celebrada y vivida.
Se atenta contra la verdadera caridad evangélica cuando se vive entre nosotros una comunión “política”, sustentada en categorías mundanas o afectividades arbitrarias; que pueden fomentar nuevas y profundas heridas que atentan contra la unidad de la Iglesia católica.
Mejor sería ser iluminados y fortalecidos por el Señor resucitado que prolonga su encarnación en la sagrada eucaristía y así lograr aquello que propone el Sumo pontífice Benedicto XVI:
“que este año de la Fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero”. ( Porta Fidei, 15)
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