Una anécdota de la JMJ 2011 en Madrid.
Era una noche tórrida en Madrid, en agosto de 2011. Frente al papa Benedicto, en la explanada de Cuatro Vientos, durante la Jornada Mundial de la Juventud, un millón de jóvenes, con una edad promedio de 22 años, desconocidos. Imprevistamente un remolino de agua, de relámpagos y de viento se abate sobre todos, sin ninguna posibilidad de cubrirse. Vuelan por el aire manojos de focos, vuelan lejos carteles, también el Papa se moja. Pero él se queda en el lugar, frente al explosivo regocijo de los jóvenes por el inesperado espectáculo no programado que brinda el cielo.
Cuando cesa la lluvia, el Papa pone al costado el discurso escrito y dirige a los jóvenes pocas palabras. Invita a mirar no a él, sino a Jesús que está presente en la hostia consagrada que es expuesta sobre el altar, en el maravilloso ostensorio de Toledo. Se arrodilla en silencio y en actitud de adoración. Lo mismo ocurre en la explanada: todos se arrodillan sobre la tierra mojada, en medio de un silencio absoluto, durante una buena media hora.
En Madrid no fue la primera vez que Benedicto XVI se arrodilló delante de la hostia sagrada, en prolongado silencio. Ya lo había hecho en la JMJ de Colonia, en el año 2005, poco después de haber sido elevado al papado, allí también en la vigilia nocturna con miles de jóvenes, ante el asombro de todos.
Al celebrarse el séptimo aniversario de este papado, pocos han comprendido la audacia de estos gestos contracorriente. Pero cuando Benedicto XVI los realiza y los explica, lo hace con la actitud apacible de quien no quiere inventar nada propio, sino simplemente ir al corazón de la aventura humana y del misterio cristiano.
(Sandro Magister)
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