Ireneo de Lión es, con mucho, el teólogo más importante de su siglo. No se sabe la fecha exacta de su nacimiento, pero fue probablemente entre los años 140 y 160. Su ciudad natal está en el Asia Menor, y probablemente es Esmirna.
Ireneo está tan convencido de la presencia real del cuerpo y de la sangre del Señor en la Eucaristía, que deduce la resurrección del cuerpo humano del hecho de haber sido alimentado por el cuerpo y la sangre de Cristo:
Si, pues, el cáliz con mezcla de agua y el pan elaborado reciben al Verbo de Dios (επιδέχεται τον λόγον του Θεου) y se hacen Eucaristía, cuerpo de Cristo, con los cuales la substancia de nuestra carne se aumenta y se va constituyendo, ¿cómo es posible que algunos afirmen que la carne no es capaz del don de Dios que es la vida eterna, la carne alimentada con el cuerpo y sangre del Señor, y hecho miembro de El? ... la carne que se nutre del cáliz que es su sangre, y recibe crecimiento del pan que es su cuerpo. Así como el esqueje de la viña plantado en la tierra da fruto a su debido tiempo, y así como el grano de trigo que cae al suelo y se descompone, brota y se multiplica gracias al Espíritu de Dios, y al recibir luego la palabra de Dios se convierte en la Eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo, así también nuestros cuerpos, alimentados por ella y depositados en la tierra, donde sufren la descomposición, se levantarán a la hora que les fuere señalada (5,2,3). ¿Y cómo dicen también que la carne que se alimenta con el cuerpo y la sangre del Señor se corrompe y no participa de la vida? Por lo tanto, que cambien de parecer o dejen de ofrecer las cosas que hemos mencionado. Nuestra opinión, en cambio, está en armonía con la Eucaristía, y la Eucaristía, a su vez, confirma nuestra opinión. Pues le ofrecemos a El lo que es suyo, manifestando de ese modo la comunión y la unión y profesando la resurrección de la carne y del espíritu. Porque así como el pan, que es de la tierra, en recibiendo la invocación de Dios (προσλαβόμενος την έπίκλησιν του θεού) ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, que se compone de dos elementos, terreno y celestial, así también nuestros cuerpos, al recibir la Eucaristía, ya no son corruptibles, puesto que poseen la esperanza de la resurrección eterna (4,18,5).
Las frases precedentes parecen dar a entender que Ireneo creía que el pan y el vino son consagrados por una epiclesis. El carácter sacrificial de la Eucaristía es evidente para Ireneo, ya que ve en ella el nuevo sacrificio profetizado por Malaquías:
Dando a sus discípulos el mandato de ofrecer a Dios las primicias de sus propias criaturas, no como si El las necesitase, sino para que ellos no sean estériles ni ingratos, tomó la criatura que es el pan y dio gracias diciendo: "Este es mi cuerpo." Asimismo del cáliz, que forma parte de la misma creación a la que pertenecemos nosotros, afirmó que era su sangre; y enseñó la nueva oblación de la Nueva Alianza. La Iglesia la recibió de los Apóstoles y la ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da los alimentos, primicias de sus dones en la Nueva Alianza; acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas, predijo así: "No tengo en vosotros complacencia alguna, dice el Señor omnipotente, y no aceptaré los sacrificios de vuestras manos. Porque desde el orto del sol hasta el ocaso es glorificado mi nombre entre las gentes y en todo lugar se ofrece incienso a mi nombre y un sacrificio puro, pues grande es mi nombre entre, las gentes, dice el Señor omnipotente," dando a entender claramente con estas palabras que el pueblo anterior (los judíos) cesará de ofrecer sacrificios a Dios; porque en todo lugar se le ofrecerá un sacrificio, y éste será puro; y su nombre es glorificado entre las gentes (4,17,5).
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