De Tomás de Celano, fraile italiano franciscano 1200-1267, hagiógrafo de San Francisco:
“Ardía en fervor -que le penetraba hasta la médula- para con el sacramento del Cuerpo del Señor. Juzgaba notable desprecio no oír cada día, a lo menos, una misa, pudiendo oírla.
Comulgaba con frecuencia y con devoción tal, como para infundirla también en los demás.
Como tenía en gran reverencia lo que es digno de toda reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los hermanos, y al recibir al Cordero inmolado inmolaba también el alma en el fuego que le ardía de continuo en el altar del corazón.
Quiso enviar por el mundo hermanos que llevasen copones preciosos, con el fin de que allí donde vieran que estaba colocado con indecencia lo que es el precio de la redención, lo reservaran en el lugar más escogido.
Quería que se tuvieran en mucha veneración las manos del sacerdote, a las cuales se ha concedido el poder tan divino de realizarlo.
Decía con frecuencia: «Si me sucediere encontrarme al mismo tiempo con algún santo que viene del cielo y con un sacerdote pobrecillo, me adelantaría a presentar mis respetos al presbítero y correría a besarle las manos, y diría: "¡Oye, San Lorenzo, espera!, porque las manos de éste tocan al Verbo de vida y poseen algo que está por encima de lo humano" (2Cel 201)
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