San Columbano
Queridos hermanos, si su alma tiene sed de la fuente divina de que les voy a hablar, aviven esta sed y no la apaguen. Beban pero sin hartarse. Porque la fuente viva nos llama, la fuente de vida nos dice: El que tenga sed que venga a mí y beba. ¿Beber qué? Escúchenlo. El profeta nos lo dice, la misma fuente lo declara: Me han abandonado a mí, que soy la fuente de vida, dice el Señor (Jr 2, 13). El mismo Señor, Jesucristo nuestro Señor, es la fuente de vida, y por eso nos invita para que lo bebamos. Lo bebe el que lo ama; lo bebe el que se sacia con la Palabra de Dios, la ama y la desea; lo bebe el que arde de amor por la sabiduría...
Vean de dónde brota esta fuente: viene del lugar de donde descendió el Pan; porque el Pan y la fuente son uno: el Hijo único, nuestro Dios, Jesucristo el Señor, del que siempre hemos de tener sed. Aunque lo comemos y lo devoramos con nuestro amor, nuestro deseo nos produce todavía más sed de Él. Como el agua de una fuente, bebámoslo sin cesar con un inmenso amor, bebámoslo con toda nuestra avidez, y deleitémonos con su dulzura. Porque el Señor es dulce y es bueno. Que lo comamos o lo bebamos, siempre tendremos hambre y sed de él, porque él es un alimento y una bebida absolutamente Inagotables. Cuando se lo come, no se consume; cuando se lo bebe, no desaparece; porque nuestro Pan es eterno y perpetúa nuestra fuente, nuestra dulce fuente.
Queridos hermanos, si su alma tiene sed de la fuente divina de que les voy a hablar, aviven esta sed y no la apaguen. Beban pero sin hartarse. Porque la fuente viva nos llama, la fuente de vida nos dice: El que tenga sed que venga a mí y beba. ¿Beber qué? Escúchenlo. El profeta nos lo dice, la misma fuente lo declara: Me han abandonado a mí, que soy la fuente de vida, dice el Señor (Jr 2, 13). El mismo Señor, Jesucristo nuestro Señor, es la fuente de vida, y por eso nos invita para que lo bebamos. Lo bebe el que lo ama; lo bebe el que se sacia con la Palabra de Dios, la ama y la desea; lo bebe el que arde de amor por la sabiduría...
Vean de dónde brota esta fuente: viene del lugar de donde descendió el Pan; porque el Pan y la fuente son uno: el Hijo único, nuestro Dios, Jesucristo el Señor, del que siempre hemos de tener sed. Aunque lo comemos y lo devoramos con nuestro amor, nuestro deseo nos produce todavía más sed de Él. Como el agua de una fuente, bebámoslo sin cesar con un inmenso amor, bebámoslo con toda nuestra avidez, y deleitémonos con su dulzura. Porque el Señor es dulce y es bueno. Que lo comamos o lo bebamos, siempre tendremos hambre y sed de él, porque él es un alimento y una bebida absolutamente Inagotables. Cuando se lo come, no se consume; cuando se lo bebe, no desaparece; porque nuestro Pan es eterno y perpetúa nuestra fuente, nuestra dulce fuente.
De ahí lo que dice el profeta: Los que tienen sed acudan a la fuente (Is 55, 1). En efecto, es la fuente de los sedientos, no la de los satisfechos. A los sedientos, que en otra parte los declara bienaventurados (Mt 5, 6), los invita: los que no tienen bastante para beber, pero que cuanto más beben más sed tienen.
Hermanos, la fuente es la sabiduría, la Palabra de Dios en las alturas (Si 1, 5), deseémosla, busquémosla: en ella están ocultos, como dice el Apóstol, todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 3); ella invita a los que tienen sed a que se lleguen a beber. Si tú tienes sed bebe en la fuente de vida; si tienes hambre, come el Pan de vida. Dichosos los que tienen hambre de este Pan y sed de esta fuente. Comen y beben sin cesar y desean seguir bebiendo y comiendo. Qué bueno es poder comer y beber siempre, sin perder la sed ni el apetito, aquello que continuamente se puede gustar sin dejar de desearlo. El rey profeta lo dice: Gusten y vean qué bueno es el Señor (Sal 33, 9)»15.
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