La comunión no es simplemente comer la hostia. Ése es sola el gesto exterior. Lo que se realiza en el sacramento de su cuerpo y de su sangre es entrar en comunión con Cristo recibiendo su vida.
Cuando Jesús nos da su vida y nos entrega su Cuerpo y su Sangre, no lo hace como lo haría un animalito del que nos alimentamos. Cuando comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, la vida de Jesús toma posesión de nosotros y de nuestra vida.
Y llega a suceder lo que san Pablo decía: - ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. ¡Qué fuerte!: ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Como podría decir la tierra en la que se ha sembrado un carozo: ya no vivo yo, es el árbol quien vive en mí. El árbol ha tomado posesión de este trozo de geografía y ahora es él el que vive en esa tierra que recibió.
Comulgar, queridos jóvenes, es participar de la Vida de Dios. Jesús llega a decir: quien no come mi cuerpo y no bebe mi sangre no tiene vida eterna. Está viviendo, sí, este trozo de vida que ama y no quiere perder. Pero no tiene la Vida que perdura. Si queremos que cuando termine, esta vida continúe, tenemos que aceptar en nosotros la vida de Dios. Vida que comenzó en el bautismo, la vida del Padre, que es la presencia del Espíritu Santo. Pero para que esa vida crezca y se desarrollo tenemos que alimentarla con la vida de Jesús.
Recibir en mí la vida de Dios tiene exigencias previas. Exigencias previas, como la de la tierra que debe estar medianamente preparada y cuidada para recibir la semilla. No hay que ser santos para recibir el Cuerpo de Cristo. Pero recibimos el cuerpo de Cristo para ser santos, y por eso tenemos que estar abiertos a esa realidad. Si tenemos una falta seria debemos arrepentirnos. Recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesús, recibir en nosotros la vida de Jesús, es una cosa exigente para todos. Si yo recibo la Vida de Dios, y por otro lado estoy viviendo a propósito en pecado, y sin deseos de cambiar ¿qué sentido tiene comulgar su Vida? Tenemos que estar preparados, abiertos, arrepentidos de nuestras faltas, y conscientes de que no somos dignos, y estamos necesitados de su vida. Amamos la vida y no queremos perderla, por eso aceptamos que Jesús nos dé su visa y que esa vida tome posesión de nosotros.
La Eucaristía es memoria, es sacrificio, es comunión, es una ofrenda al Padre y es a la vez una fuente de gracia que viene hacia nosotros. En ella nos apropiamos de la vida de Dios y la hacemos nuestra.
La Eucaristía es la fuente y la meta de todo lo que sucede en la Iglesia. De ella sacan su fuerza los demás sacramentos y la misma vida de la Iglesia. Todos los demás sacramentos nos capacitan para celebrarla dignamente a fin de que la Vida de Cristo vaya llevando a la plenitud la obra de Dios en nosotros. Hasta el día feliz en que podamos reunirnos todos en la casa del Tata Dios para el banquete de la Vida Eterna.
Cuando Jesús nos da su vida y nos entrega su Cuerpo y su Sangre, no lo hace como lo haría un animalito del que nos alimentamos. Cuando comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, la vida de Jesús toma posesión de nosotros y de nuestra vida.
Y llega a suceder lo que san Pablo decía: - ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. ¡Qué fuerte!: ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Como podría decir la tierra en la que se ha sembrado un carozo: ya no vivo yo, es el árbol quien vive en mí. El árbol ha tomado posesión de este trozo de geografía y ahora es él el que vive en esa tierra que recibió.
Comulgar, queridos jóvenes, es participar de la Vida de Dios. Jesús llega a decir: quien no come mi cuerpo y no bebe mi sangre no tiene vida eterna. Está viviendo, sí, este trozo de vida que ama y no quiere perder. Pero no tiene la Vida que perdura. Si queremos que cuando termine, esta vida continúe, tenemos que aceptar en nosotros la vida de Dios. Vida que comenzó en el bautismo, la vida del Padre, que es la presencia del Espíritu Santo. Pero para que esa vida crezca y se desarrollo tenemos que alimentarla con la vida de Jesús.
Recibir en mí la vida de Dios tiene exigencias previas. Exigencias previas, como la de la tierra que debe estar medianamente preparada y cuidada para recibir la semilla. No hay que ser santos para recibir el Cuerpo de Cristo. Pero recibimos el cuerpo de Cristo para ser santos, y por eso tenemos que estar abiertos a esa realidad. Si tenemos una falta seria debemos arrepentirnos. Recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesús, recibir en nosotros la vida de Jesús, es una cosa exigente para todos. Si yo recibo la Vida de Dios, y por otro lado estoy viviendo a propósito en pecado, y sin deseos de cambiar ¿qué sentido tiene comulgar su Vida? Tenemos que estar preparados, abiertos, arrepentidos de nuestras faltas, y conscientes de que no somos dignos, y estamos necesitados de su vida. Amamos la vida y no queremos perderla, por eso aceptamos que Jesús nos dé su visa y que esa vida tome posesión de nosotros.
La Eucaristía es memoria, es sacrificio, es comunión, es una ofrenda al Padre y es a la vez una fuente de gracia que viene hacia nosotros. En ella nos apropiamos de la vida de Dios y la hacemos nuestra.
La Eucaristía es la fuente y la meta de todo lo que sucede en la Iglesia. De ella sacan su fuerza los demás sacramentos y la misma vida de la Iglesia. Todos los demás sacramentos nos capacitan para celebrarla dignamente a fin de que la Vida de Cristo vaya llevando a la plenitud la obra de Dios en nosotros. Hasta el día feliz en que podamos reunirnos todos en la casa del Tata Dios para el banquete de la Vida Eterna.
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