Él, que nos ha amado primero, nos ha educado para la entrega total. "Salí al encuentro de quien me buscaba. Dije: "Heme aquí" a quien invocaba mi nombre". El lugar de la totalidad por excelencia es la Eucaristía, pues "en la Eucaristía Jesús no da "algo", sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino" (Sacramentum caritatis, 7).
Queridos hermanos, seamos fieles a la celebración diaria de la santísima Eucaristía, no sólo para cumplir un compromiso pastoral o una exigencia de la comunidad que nos ha sido encomendada, sino por la absoluta necesidad personal que sentimos, como la respiración, como la luz para nuestra vida, como la única razón adecuada a una existencia presbiteral plena.
El Santo Padre, en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (n. 66), nos vuelve a proponer con fuerza la afirmación de san Agustín: "Nadie come de esta carne sin antes adorarla (...), pecaríamos si no la adoráramos" (Enarrationes in Psalmos 98, 9). No podemos vivir, no podemos conocer la verdad sobre nosotros mismos, sin dejarnos contemplar y engendrar por Cristo en la adoración eucarística diaria, y el "Stabat" de María, "Mujer eucarística", bajo la cruz de su Hijo, es el ejemplo más significativo que se nos ha dado de la contemplación y de la adoración del sacrificio divino.
Extracto de la carta para la jornada mundial de oración por la santificación del clero ( 30 mayo 2008)
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