Las dos últimas semanas del tiempo Ordinario y la primera semana de Adviento repiten insistentemente, en las lecturas bíblicas, las oraciones, prefacio y preces de Laudes y Vísperas, "velad", "vigilad".
Este es un concepto muy cristiano: vigilamos, velamos, porque estamos atentos a que Cristo venga, a que Cristo vuelva en su gloria, a que Cristo se manifieste día a día en la historia de nuestra vida.
Se vigila, se está velando despierto, se mira por la ventana con inquietud si se aguarda a que llegue alguien que nos importa, a quien queremos; si no es así, nos da igual si alguien viene o no, no nos provoca ningún deseo, permanecer apaciblemente sentados.
La vigilancia, el velar por la noche aguardando, tiene que ver con el deseo y la esperanza: el deseo de Cristo, la esperanza en Él sabiendo que cumple sus promesas y que es Fiel.
"Considero que la palabra 'velar', empleada por nuestro Señor y más tarde por su discípulo preferido y por los dos grandes apóstoles Pedro y Pablo, es una palabra extraordinaria; extraordinaria porque la idea no es tan evidente como podría parecer a simple vista, y además porque todos insisten en ello. No sólo debemos creer, sino velar; no sólo amar, sino velar; no sólo obedecer, sino velar. Velar, ¿para qué? Para ese gran acontecimiento, la venida de Cristo... La mayoría de nosotros tiene una idea general de lo que se entiende por creer, temer, amar y obedecer, pero quizá no meditamos suficientemente ni comprendemos lo que se entiende por velar" (Newman, PPS IV 22, 321-322).
La señal esencial del cristiano es buscar a Cristo, constantemente en su búsqueda, y para ello es necesario velar, vigilar. Un cristiano adormecido, despistado, con una sensibilidad embotada, difícilmente busca a Cristo y menos aún percibe los signos de Cristo porque no está velando. Rezar y velar dan consistencia al cristianismo.
Sabemos -lo leeremos en Adviento- de tres venidas del Señor: en su Encarnación, al final de los tiempos y ahora, la venida intermedia, a nuestros corazones (Sacramentos, Palabra, signos), por eso, junto a la acción, al trabajo, al apostolado, hay que sumar siempre la interioridad, la vigilancia, el escudriñar los signos de esa venida del Señor. ¡Descubrir su Presencia!, porque el deseo del corazón es la Presencia de Cristo y la esperanza nos sostiene en la espera y en el deseo.
Más aún, algunos definen la oración como "el arte de estar atento", para que el corazón despierto y con las lámparas encendidas aguarde a Cristo.
"Ahora bien, ¿qué es velar? Creo que se puede explicar de esta manera: ¿sabes lo que uno siente en la vida normal cuando está esperando a un amigo, esperando a que llegue, y éste tarda?... ¿Sabes lo que es tener un amigo en un país lejano, estar esperando noticias de él y preguntarse día tras día lo que estará haciendo ahora y si estará bien?... Velar a la espera de Cristo es un sentimiento análogo a éstos, en la medida en que los sentimientos de este mundo pueden darnos una imagen de los del otro" (Newman, PPS IV 20, 322-323).
Nosotros, cristianos, con nuestras lámparas encendidas (fe, esperanza, caridad), damos un testimonio de luz al mundo. Velamos y esperamos porque Cristo es el único que colma el deseo del hombre. Los demás podrán interrogarse al vernos así, esperanzados, orantes, mientras velamos en la noche de la historia.
Padre Javier Sánchez Martínez, sacerdote diocesano de Córdoba, España. Licenciado en Teología con especialidad litúrgica por la Universidad eclesiástica de San Dámaso de Madrid.
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