El Viático es la culminación de la vida. La Eucaristía es la fuente total de la vida, ya que es la presencia simultánea de todo el misterio de Cristo.
Se trata de la nueva creación, de la nueva criatura. En la Eucaristía siempre se participa en la medicina de la inmortalidad; sin embargo, en el Viático, al borde de la muerte, se da la contemporaneidad de la muerte con la plenitud de la vida, se recibe la medicina para vencer la muerte con la irrupción máxima de la vida.
Nuestra muerte es el término último, pero, al contacto con el Viático, deja de ser la meta final para convertirse de túmulo en cuna, en un auténtico nacimiento. Cristo en la cruz se abandona en manos del Padre y le entrega su Espíritu; y esta entrega de Amor, el Espíritu, es la fuerza con la que el Padre convierte la muerte de Cristo en fuente de vida, y lo resucita. Nuestro abandono en manos del Padre en el momento final es como un abrazo total, amoroso, en el Espíritu; es un abrazo con los brazos de Cristo clavados en la cruz; y con Cristo, en el Viático, nuestro abrazo mortal se convierte en la especial inmortalidad de la resurrección. Cristo habló de su hora como la hora de su glorificación.
Así, en el Viático, Cristo hace que nuestra hora final sea también la hora de nuestra glorificación. En el Viático nuestra muerte se une a la muerte de Cristo y así completa lo que falta a la pasión de Cristo para la salvación de todo el mundo. El acontecimiento máximo de nuestra existencia llega a esta cumbre cuando nos encontramos en sintonía con Cristo, y con Cristo ofrecemos nuestra vida por la salvación del mundo. Así llegamos a dar un sentido pleno al sufrimiento, a la enfermedad y al dolor, que se aceptan para completar en nuestro cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo, para darles su sentido pleno, propio de nuestra muerte. Se trata de una paradoja por la cual el sufrimiento, la enfermedad y el dolor dejan de ser el cortejo fúnebre que nos acompaña toda la vida, y se convierten en una procesión triunfal de los méritos que por el único verdadero mérito, el de Cristo, nos obtiene la nueva vida imperecedera.
Esta unión entre los precedentes dolorosos que preludian la muerte y la muerte misma con todos los sufrimientos, pero juntamente con la poderosísima muerte de Cristo, constituye la que llamamos Eucaristía como Viático.
En definitiva, el Viático nos ofrece la contemporaneidad del conjunto de toda nuestra vida con el conjunto de la vida de Cristo, y nos hace herederos de la verdadera vida eterna.
Se habla de la tremenda soledad de la muerte, ya que nadie puede sustituir a nadie y todos debemos morir individualmente. Es verdad, pero para un cristiano, gracias al Viático, esta soledad no es tan terrible como parecería a primera vista.
En la Eucaristía recibida como Viático nos encontramos en plena e íntima unión con Cristo que muere en nuestra muerte, no en las tinieblas del aniquilamiento, sino en la luminosidad de la resurrección. Esta luminosidad significa la compañía de la Verdad personal de toda la existencia que, vivida en Cristo, lleva consigo el juicio misericordioso y benigno de nuestro Salvador; significa el amor misericordioso del Padre eterno, que vive en el que muere, en virtud de la Eucaristía, y que es el Amor todopoderoso del Espíritu Santo.
En el Viático entramos en la comunión trinitaria como en el último peldaño de la subida a la perfección de nuestra existencia terrena, para abrirnos a la perfección máxima del cielo. En Cristo, cabeza del Cristo total, entramos en la comunión de los santos con la santísima Virgen María, con san José, con todos los santos, con todos los que se encuentran en el estado purgatorio y con todos los cristianos con los que estamos en comunión. Todos nos acompañan en el momento definitivo de la muerte y nos ayudan a realizar el paso fundamental a la felicidad absoluta.
En Cristo, alfa y omega, primogénito del universo, se encuentra virtualmente la creación entera. Y en el momento de la muerte, con la Eucaristía recibida en el Viático, toda la creación espera su redención a través del moribundo. Este es el momento de entrar en la herencia de todo el universo, uniéndose cada uno a Cristo, centro del universo, primogénito de toda la creación. Especialmente en este instante, cada uno participa en este carácter central de Cristo y también él se convierte, en Cristo, en centro del universo y primogénito de toda la creación (cf. Col 1, 15-20).
Así, con el Viático, para todo cristiano llega el momento culminante del que habla san Pablo en la carta a los Efesios: el Señor nos ha llamado "dándonos a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra. A él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo" (Ef 1, 9-12).
Sólo experimentan la soledad de la muerte los que no tienen fe. En el Viático la fe nos sostiene por la presencia definitiva de Cristo. El Viático es la coronación del triunfo individual, solidario, de comunión, de fraternidad, de amistad, de amor total, de entrega, que consistirá en la felicidad futura. La proporción entre la soledad y la fe en el momento de la muerte es inversa, es decir, cuanto mayor es la fe tanto menor es la soledad, y cuanto mayor es la soledad tanto menor es la fe.
La presencia definitiva de Cristo en las especies eucarísticas nos brinda ya una anticipación de la eternidad. Cristo se presenta como independiente de las condiciones de espacio y tiempo. Su dimensión trasciende cualquier imaginación, siempre condicionada por las medidas materiales. Esta realidad, que se da en todos los actos eucarísticos, se verifica de una manera muy especial al cruzar el umbral de la eternidad con el Viático.
La vida eterna es la comunión máxima de amor, que constituye la verdadera salud, que ordinariamente se llama salud eterna.La Eucaristía realiza esta maravilla. Por eso, Cristo dice: "El que come de este pan, vivirá para siempre. (...) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. (...) El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 51. 54-57). Como sabemos, se trata del pan eucarístico que se nos entrega y de la sangre que se derrama en la cruz (cf. Lc 22, 14-20). El Viático consiste en participar en el Cuerpo de Cristo, que se entrega a la muerte, y en su Sangre, que se derrama en la cruz, para entrar así en la eternidad. La frontera de la mutabilidad de la criatura se supera en la muerte con el Viático. Porque la frontera entre la divinidad y la creaturalidad se cruza a través del puente que es la cruz.
El Viático es Cristo muerto y resucitado, como plenitud de los tiempos de la vida de cada uno de nosotros. Así, la muerte ya no es la oscuridad temida y rechazada, sino el abrazo amoroso que nos identifica con el Señor Jesús. En el Viático nuestra muerte se transforma en plena donación al Padre, a través del amor total del Espíritu, en el Señor Jesús. Esta donación es la suma de todas las donaciones diarias con las que queremos demostrar al Señor Dios nuestra entrega en la vida, porque en esta donación no entregamos algo al Señor, lo entregamos todo; ponemos en las manos de Dios la vida en sí misma, en su totalidad.
Entonces comenzaremos a vivir verdaderamente y se resolverá la paradoja de la muerte en la vida. Enunciamos la paradoja: la plenitud de la salud es la muerte; pero no cualquier muerte, sino sólo la muerte en Cristo y con Cristo, es decir, la muerte vivida íntimamente unida a la muerte de Cristo y, por consiguiente, a su resurrección. La realización de esa muerte es el Viático.
Por eso decíamos, al inicio, que el Viático es lo que especifica plenamente la pastoral de la salud, ya que es el único horizonte válido hacia el cual puede avanzar verdaderamente la salud de la humanidad. Con el Papa Juan Pablo II se definió la salud como "la tensión hacia la armonía física, psíquica, social y espiritual". El Viático ya no es la tensión hacia la armonía, sino la consecución de la armonía, donde la disonancia de la muerte se transforma en la armonía de la resurrección. En el Viático el desorden de la muerte se convierte en el máximo orden, la angustia en la máxima serenidad; finalmente, se llega a la anhelada paz al morir, ya que la paz consiste precisamente en esto: "La tranquilidad en el orden".
(intervención del Cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del pontificio Consejo para la pastoral de la salud, en el Simposio en Roma sobre: "El Viático, plenitud de la salud", 21-5-2005)
Se trata de la nueva creación, de la nueva criatura. En la Eucaristía siempre se participa en la medicina de la inmortalidad; sin embargo, en el Viático, al borde de la muerte, se da la contemporaneidad de la muerte con la plenitud de la vida, se recibe la medicina para vencer la muerte con la irrupción máxima de la vida.
Nuestra muerte es el término último, pero, al contacto con el Viático, deja de ser la meta final para convertirse de túmulo en cuna, en un auténtico nacimiento. Cristo en la cruz se abandona en manos del Padre y le entrega su Espíritu; y esta entrega de Amor, el Espíritu, es la fuerza con la que el Padre convierte la muerte de Cristo en fuente de vida, y lo resucita. Nuestro abandono en manos del Padre en el momento final es como un abrazo total, amoroso, en el Espíritu; es un abrazo con los brazos de Cristo clavados en la cruz; y con Cristo, en el Viático, nuestro abrazo mortal se convierte en la especial inmortalidad de la resurrección. Cristo habló de su hora como la hora de su glorificación.
Así, en el Viático, Cristo hace que nuestra hora final sea también la hora de nuestra glorificación. En el Viático nuestra muerte se une a la muerte de Cristo y así completa lo que falta a la pasión de Cristo para la salvación de todo el mundo. El acontecimiento máximo de nuestra existencia llega a esta cumbre cuando nos encontramos en sintonía con Cristo, y con Cristo ofrecemos nuestra vida por la salvación del mundo. Así llegamos a dar un sentido pleno al sufrimiento, a la enfermedad y al dolor, que se aceptan para completar en nuestro cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo, para darles su sentido pleno, propio de nuestra muerte. Se trata de una paradoja por la cual el sufrimiento, la enfermedad y el dolor dejan de ser el cortejo fúnebre que nos acompaña toda la vida, y se convierten en una procesión triunfal de los méritos que por el único verdadero mérito, el de Cristo, nos obtiene la nueva vida imperecedera.
Esta unión entre los precedentes dolorosos que preludian la muerte y la muerte misma con todos los sufrimientos, pero juntamente con la poderosísima muerte de Cristo, constituye la que llamamos Eucaristía como Viático.
En definitiva, el Viático nos ofrece la contemporaneidad del conjunto de toda nuestra vida con el conjunto de la vida de Cristo, y nos hace herederos de la verdadera vida eterna.
Se habla de la tremenda soledad de la muerte, ya que nadie puede sustituir a nadie y todos debemos morir individualmente. Es verdad, pero para un cristiano, gracias al Viático, esta soledad no es tan terrible como parecería a primera vista.
En la Eucaristía recibida como Viático nos encontramos en plena e íntima unión con Cristo que muere en nuestra muerte, no en las tinieblas del aniquilamiento, sino en la luminosidad de la resurrección. Esta luminosidad significa la compañía de la Verdad personal de toda la existencia que, vivida en Cristo, lleva consigo el juicio misericordioso y benigno de nuestro Salvador; significa el amor misericordioso del Padre eterno, que vive en el que muere, en virtud de la Eucaristía, y que es el Amor todopoderoso del Espíritu Santo.
En el Viático entramos en la comunión trinitaria como en el último peldaño de la subida a la perfección de nuestra existencia terrena, para abrirnos a la perfección máxima del cielo. En Cristo, cabeza del Cristo total, entramos en la comunión de los santos con la santísima Virgen María, con san José, con todos los santos, con todos los que se encuentran en el estado purgatorio y con todos los cristianos con los que estamos en comunión. Todos nos acompañan en el momento definitivo de la muerte y nos ayudan a realizar el paso fundamental a la felicidad absoluta.
En Cristo, alfa y omega, primogénito del universo, se encuentra virtualmente la creación entera. Y en el momento de la muerte, con la Eucaristía recibida en el Viático, toda la creación espera su redención a través del moribundo. Este es el momento de entrar en la herencia de todo el universo, uniéndose cada uno a Cristo, centro del universo, primogénito de toda la creación. Especialmente en este instante, cada uno participa en este carácter central de Cristo y también él se convierte, en Cristo, en centro del universo y primogénito de toda la creación (cf. Col 1, 15-20).
Así, con el Viático, para todo cristiano llega el momento culminante del que habla san Pablo en la carta a los Efesios: el Señor nos ha llamado "dándonos a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra. A él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo" (Ef 1, 9-12).
Sólo experimentan la soledad de la muerte los que no tienen fe. En el Viático la fe nos sostiene por la presencia definitiva de Cristo. El Viático es la coronación del triunfo individual, solidario, de comunión, de fraternidad, de amistad, de amor total, de entrega, que consistirá en la felicidad futura. La proporción entre la soledad y la fe en el momento de la muerte es inversa, es decir, cuanto mayor es la fe tanto menor es la soledad, y cuanto mayor es la soledad tanto menor es la fe.
La presencia definitiva de Cristo en las especies eucarísticas nos brinda ya una anticipación de la eternidad. Cristo se presenta como independiente de las condiciones de espacio y tiempo. Su dimensión trasciende cualquier imaginación, siempre condicionada por las medidas materiales. Esta realidad, que se da en todos los actos eucarísticos, se verifica de una manera muy especial al cruzar el umbral de la eternidad con el Viático.
La vida eterna es la comunión máxima de amor, que constituye la verdadera salud, que ordinariamente se llama salud eterna.La Eucaristía realiza esta maravilla. Por eso, Cristo dice: "El que come de este pan, vivirá para siempre. (...) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. (...) El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 51. 54-57). Como sabemos, se trata del pan eucarístico que se nos entrega y de la sangre que se derrama en la cruz (cf. Lc 22, 14-20). El Viático consiste en participar en el Cuerpo de Cristo, que se entrega a la muerte, y en su Sangre, que se derrama en la cruz, para entrar así en la eternidad. La frontera de la mutabilidad de la criatura se supera en la muerte con el Viático. Porque la frontera entre la divinidad y la creaturalidad se cruza a través del puente que es la cruz.
El Viático es Cristo muerto y resucitado, como plenitud de los tiempos de la vida de cada uno de nosotros. Así, la muerte ya no es la oscuridad temida y rechazada, sino el abrazo amoroso que nos identifica con el Señor Jesús. En el Viático nuestra muerte se transforma en plena donación al Padre, a través del amor total del Espíritu, en el Señor Jesús. Esta donación es la suma de todas las donaciones diarias con las que queremos demostrar al Señor Dios nuestra entrega en la vida, porque en esta donación no entregamos algo al Señor, lo entregamos todo; ponemos en las manos de Dios la vida en sí misma, en su totalidad.
Entonces comenzaremos a vivir verdaderamente y se resolverá la paradoja de la muerte en la vida. Enunciamos la paradoja: la plenitud de la salud es la muerte; pero no cualquier muerte, sino sólo la muerte en Cristo y con Cristo, es decir, la muerte vivida íntimamente unida a la muerte de Cristo y, por consiguiente, a su resurrección. La realización de esa muerte es el Viático.
Por eso decíamos, al inicio, que el Viático es lo que especifica plenamente la pastoral de la salud, ya que es el único horizonte válido hacia el cual puede avanzar verdaderamente la salud de la humanidad. Con el Papa Juan Pablo II se definió la salud como "la tensión hacia la armonía física, psíquica, social y espiritual". El Viático ya no es la tensión hacia la armonía, sino la consecución de la armonía, donde la disonancia de la muerte se transforma en la armonía de la resurrección. En el Viático el desorden de la muerte se convierte en el máximo orden, la angustia en la máxima serenidad; finalmente, se llega a la anhelada paz al morir, ya que la paz consiste precisamente en esto: "La tranquilidad en el orden".
(intervención del Cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del pontificio Consejo para la pastoral de la salud, en el Simposio en Roma sobre: "El Viático, plenitud de la salud", 21-5-2005)
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