22 de diciembre de 2011

El Padre nos confía a Jesús como se lo confió a María






Jesús Eucaristía cuando lo recibimos en comunión se confía a nosotros, como lo hizo al encarnarse, en María. Pensando en esto, nuestras manos deberían formar un trono de amor en el interior del cual Jesús pueda recostarse y nosotros deberíamos recibir la Eucaristía, tratando de tener en nuestro corazón una parte del amor que María tuvo hacia su Hijo cuando lo estrechó.
En la Eucaristía se reúne la debilidad aparente y la Omnipotencia de Dios: debilidad aparente porque por su voluntad se entrega a nosotros y Omnipotencia divina porque entrando en nosotros nos convierte en fervorosos, fuertes y generosos. Cristo, que está en nuestras manos, primero se ha colocado en las de su madre.
Para encarnarse Cristo ha elegido a María, ha querido una mujer como madre, por tanto donde está Jesús está María; donde está la Eucaristía está la Madre de la Eucaristía. En el documento está escrito: "Uno sólo es el Mediador, según la palabra del apóstol: "Porque hay un sólo Dios, y también uno solo el Mediador entre Dios y los hombres, un hombre, Cristo Jesús que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1 Tm 2, 5-6). La misión materna de María hacia los hombres, de ningún modo oscurece o disminuye esta única mediación de Cristo, sino mas bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen, no nace de una necesidad, sino del beneplácito de Dios, y nace de la superabundancia de los méritos de Cristo, se basa en Su mediación, depende totalmente de ésta y de la misma saca toda su eficacia". Aquí se afirma que es voluntad clara y expresa del Señor que la Virgen sea acogida por todos como Madre de la Iglesia. La maternidad de María que se extiende a cada hombre, es oficialmente ratificada y reconocida por Dios a los pies de la cruz, cuando Cristo que está a punto de morir, llama "mujer" a su madre, la mujer de la humanidad.
La Inmaculada Concepción de la Virgen en función de la divina maternidad es una verdad de fe y a ésta se le añadirá otra: María corredentora y mediadora. En María, Madre de la Eucaristía, están reunidos todos los dones y los privilegios que Dios ha dado a su madre.
Estos son faros luminosos que iluminan a la Iglesia. Cuando el hombre aduce dificultades y pone obstáculos impidiendo que la luz llegue a la Tierra, entonces cae en la confusión y en el pecado, pero sin embargo, si quita los obstáculos, la luz penetra en la Tierra y alcanza cada rincón suyo. Cuando el hombre ha dudado de la presencia eucarística, la Iglesia se ha empobrecido; cuando por el contrario ha ido hacia la Eucaristía, como finalmente está ocurriendo hoy, la Iglesia ha comenzado a estar verdaderamente fuerte y renovada. Debemos amar a la Madre de la Eucaristía, la que ha hecho posible este don infinito de Dios que se perpetúa en la Iglesia. En la sangre de Cristo surgido de la Eucaristía, traída por la Virgen, hay el perfume y el sabor de la sangre materna de María. Debemos amar a la Madre de la Eucaristía y a todos nuestros hermanos, los que están vivos y los que han muerto, porque la Eucaristía es presencia real de Dios y en Dios están presentes todas las criaturas.

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