Oh Jesús, amado
Redentor mío, yo sé y confieso que, al tiempo que tú estás presente delante de
mí en este adorable Sacramento del Altar tras los velos eucarísticos en pasmoso
silencio y humildad, juzgas el mundo entero con justicia, exactitud y minucia
no menos pasmosas, y sentencias a las almas que a cada instante van
presentándose ante tu tribunal. Mientras aquí en el Sagrario tu santidad
infinita me admite con mi alma fría, defectuosa y manchada de pecados, allí tu
misma santidad aparta de sí toda alma en la que percibe la menor sombra de culpa.
Mientras aquí tu justicia soporta con asombrosa paciencia irreverencias, ofensas
y sacrilegios, en aquel tribunal ella reclama todos sus derechos, y a cuantas almas
conservan la más pequeña deuda o exhiben la menor mancilla de culpa, las manda
a pagar en los acerbos tormentos del Purgatorio.
Oh buen Jesús, todo
estremecido por estos pensamientos ante tu majestad humillada en este
Sacramento de Amor, con lágrimas en los ojos te imploro piedad para con las
pobres ánimas del Purgatorio…