4 de octubre de 2015

Comienzo del Sínodo de la Familia: comentario al Evangelio de la Misa del Domingo


Lectura del santo Evangelio según San Marcos (10,2-12)

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: –«¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: –«¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: –«Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio».
Jesús les dijo: –«Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo: –«Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Palabra del Señor.

Meditación de algunos puntos en referencia al Sínodo que se inicia:



1.– El lenguaje ambiguo nunca es católico, y en nuestro tiempo suele ser modernista, como ya lo denunciaron con especial precisión San Pío X (Pascendi) y Pío XII (Humani generis). En el Vademecum sobre la familia, elaborado por tres Obispos, respondiendo a 100 preguntas sobre el Sínodo, se indican el gran poder destructor de la fe católica que hay en el lenguaje ambiguo:
«“Personas heridas”, “misericordia”, “acogida”, “ternura”, “profundización”, son ejemplos de palabras que podrían sufrir un uso unilateral y simplista y, en ese sentido, tener una especie de efecto talismánico» (n.83). En números siguientes analizan los autores el falso sentido que puede darse en palabras como las citadas u otras semejantes –acompañar, reconocer, acoger– (87-92).
«La “palabra-talismán” es un vocablo de suyo legítimo, de fuerte contenido emocional, escogido sobre todo para ser tan flexible y mutable, que pueda asumir varios significados en función de los contextos en que es usado. Esta elasticidad lo vuelve susceptible de un uso propagandístico, sometiéndolo a eventuales abusos con fines ideológicos.
[…] «Manipulada por la propaganda, la palabra-talismán asume significados siempre más próximos de las posiciones ideológicas para las cuales se desea trasbordar a los “pacientes”. Este procedimiento puede ser aplicado fácilmente, inclusive en el ámbito eclesial. En efecto, el uso de ciertas palabras más que otras puede empujar a los fieles a substituir un juicio moral por uno sentimental, o un juicio substancial por uno formal, llegando a considerar como bueno, o por lo menos tolerable, lo que en el inicio era considerado malo» (84).

 2.– Toda doctrina que no tenga fundamento en Biblia, Tradición y Magisterio apostólico no es católica, y en nuestro tiempo será normalmente modernista. El Concilio Vaticano II confiesa que esas tres fuentes están unidas de tal forma «que ninguna puede subsistir sin las otras» (Dei Verbum 10). Cuando se ignoran, o más aún, cuando se les contradice, como tantas veces ha sido hecho en público por algunos de los teólogos, Obispos y Cardenales que están presentes en el Sínodo, se profana el esplendor de la verdad católica con elocuentes y persuasivas palabras. Pero la verdad es que hablan y piensan como los hombres, no como Dios (Mt 16,23; cf. Is 55,8-9). En orden a la fe y a la vida cristiana, sin Biblia, Tradición y Magisterio, sus palabras no tienen más valor que el mugido de una vaca.

3. Es preciso recuperar en la práctica pastoral las grandes enseñanzas de la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia. Cuando en tantos escritos, catequesis, predicaciones y cursillos prematrimoniales se ha silenciado durante medio siglo en tantas Iglesias locales –más acusadamente en las que hoy están agonizantes– verdades tan fundamentales como las que tiene la Iglesia sobre la soteriología (salvación-condenación), la grave maldad de la anticoncepción o del adulterio, la grandeza maravillosa del matrimonio indisoluble y abierto a la transmisión de la vida, etc. no puede alegarse para modificar el pensamiento y la práctica de la Iglesia que ésta se ha alejado mucho del pensamiento y de la vida del pueblo cristiano. Es un círculo muy vicioso. «El justo vive de la fe. La fe es por la predicación. Y la predicación, por la palabra de Cristo» (Rm 1,17;10,17). Hay que recuperar la voz de Cristo Maestro y de su esosa la Iglesia, Madre y Maestra.

4.– Si una parte muy grande del pueblo cristiano se ha alejado de la Eucaristía, siendo ésta, como sabemos «fuente y cumbre» de toda la vida cristiana personal y comunitaria, no es admisible la pretensión de cambiar la doctrina y la disciplina de la Iglesia sobre la familia y la moral de la vida sexual, alegando que no es posible para la mayoría de los católicos. Concretemos: los cristianos no-practicantes, los que no van a Misa los domingos, ni se confiesan nunca, ni comen el pan de vida, etc., «no tienen vida» en Cristo (Jn 6,53); quebrantan públicamente en forma habitual mandamientos de la Iglesia que obligan en conciencia gravemente, y son por tanto pecadores públicos. No puede haber vida cristiana en un alejamiento habitual, voluntario y no necesario de la Eucaristía. Lo que hay es una apostasía potencial o actual.
En consecuencia no será posible recuperar la verdad y la dignidad santa del matrimonio y de la familia si no se restaura la vida cristiana. Éste ha de ser el empeño principal del Sínodo y el fin permanente de la Iglesia. Si la Iglesia, para que los cristianos pecadores puedan perseverar en su estado con buena conciencia, bajara la exigencia de los preceptos de Cristo, que en realidad son dones que el Espíritu Santo posibilita y facilita por la vida de la gracia, estaría cavando su propia tumba.

5.– No es posible llegar a un acuerdo entre católicos y modernistas. No es posible la comunión eclesial entre los católicos y aquellos que –niegan la existencia de actos intrínseca y gravemente pecaminosos; –estiman, pues, que el fin puede a veces justificar los medios; –consideran que en algunas circunstancias un segundo «matrimonio» es lícito y exige incluso guardarle fidelidad, de modo que el adulterio ha de ser considerado en ocasiones un regalo del cielo y un camino providencial para llegar a una mayor unión con Dios; –exigen a la Iglesia que considere lícita la anticoncepción, y en casos extremos también el aborto; –pretenden que la Iglesia reconozca y acepte la unión estable y sexualmente activa entre homosexuales o bisexuales; –y piensan, ignorando la fuerza de la gracia y del sacramento, que hoy no es viable la vida conyugal tal como la doctrina de la Iglesia la enseña.

No es posible un acuerdo sinodal entre católicos y modernistas. Y si se lograra finalmente mediante unas fórmulas ambiguas, sería un acuerdo modernista, falso, carente de la autoridad, claridad, precisión y esplendor propios de la verdad católica, la de Cristo y la Iglesia.


José María Iraburu, sacerdote.

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