11 de junio de 2015

Hora Santa en honor al Sagrado Corazón


Ven, alma mía, ven y echa una mirada a tu amado Dios: está preso en el Sagrario por el amor que concibió por ti antes de todos los siglos. Él es tu Dios. Y está preso día y noche en espera de tu visita. Para que visites a quien sufre presidio, bastante te motiva la pena que soporta; mucho más la inocencia que lo absuelve. ¿Cuánto te motivará el amor a ti que lo encarcela? Medita ya, alma mía, quién mora en esta Cárcel de Amor preso… Es Jesús, tu Amado… Jesús, el Hijo del Dios vivo…Jesús, el Hijo de la Virgen María… Jesús, tu Redentor, tu Padre, tu Maestro… Aquel cuya presencia lo incluye todo y cuya ausencia no encierra más que amarguras y desazones… ¡Alma mía! ¿Quién es el que ocupa esta Cárcel de Amor?… Es el Poder que lo creó todo, la Sabiduría que todo lo sabe y que dispensa todo con medida, la Bondad que lo prodiga todo, la Misericordia que todo perdona… Es la sonrisa de los Ángeles, el gozo de los Santos, la ventura de las Vírgenes, el deseo de los corazones que saben amar… Es el dulce y buen Jesús.

—Oh Jesús, gozo y amor del Cielo y de la tierra, ¿qué haces encerrado en el Sagrario? ¿Por qué te plugo morar en esta cárcel?



—Alma amada mía: yo moro en esta Cárcel de Amor en beneficio de las mismas almas que redimí con mi Sangre. Desde aquí dimano mis gracias como desde la fuente de todos los bienes. Toda alma que viene a visitarme humilde y contrita, en mí encuentra su vida. Si está muerta, la resucito; si está manchada de culpas, la lavo con mi Sangre; si está enferma la sano; y la ilumino si está enceguecida. En la tristeza la solazo; en la frialdad la enfervorizo; en la debilidad la vigorizo y en el vigor la confirmo, santificándola. Y a ti, alma mía, ¿qué te ha traído hasta mí?

—Oh Jesús, ¿no están patentes a tus ojos todos mis pensamientos y deseos?… ¿Es necesario que me preguntes a qué he venido?… He venido a visitarte por ser tú mi alegría perfecta y tesoro inseparable, y para responder yo a tu condición de prisionero voluntario por mi amor… Porque si en el Cielo tú premiarás a quienquiera que haya visitado con caridad a los presos, ¿qué premio no darás cuando tú mismo eres el preso, cuando el Sagrario es tu cárcel, y cuando nuestro amor es tu carcelero?… ¿Que a qué he venido, oh Jesús? Lee mi interior, mira mis pensamientos recónditos a los que sólo tú puedes llegar: ¿qué es lo que hallarás? Que he venido ante ti para adorarte y amarte. Sí, Jesús, en esta Cárcel de Amor tú eres mi Dios. Y como tal te adoro yo desde lo íntimo de mi ser. Amándome me llamaste y a amarte he venido. Te ofrezco con adoración profunda, hoy y para siempre, todos mis pensamientos, deseos y obras. En todo tiempo y lugar, oh Jesús mío, cuando esté alejado del Sagrario —tu Cárcel de Amor—, aquí quiero venir con mis pensamientos y afectos para adorarte y amarte… Cuando lo olvidare, recuérdamelo tú, oh Jesús: envía uno de los Ángeles que aquí te adoran, a decirme:

Por ti preso tu Amador anhelando está tu amor. Tales palabras, Tesoro de mi corazón, bastarán para atraerme a ti, para ganarte mis afectos y para que, desde donde yo estuviere, mi espíritu imite el vuelo de una paloma y hasta aquí llegue a adorarte y amarte.

—Hijo amado mío, pues deseas acompañarme con pensamientos asiduos cuando estés en mi lejanía, y has venido hasta aquí para darme visita, adoración y amor, atiende mi consejo: desapégate de una vez y para siempre de la vanidad de esta tierra y acércate a mí para sujetar tu corazón al mío con una cadena de amor…

—Jesús, cumple en mí tu palabra para que mi corazón permanezca adorándote en el Sagrario, como ahora, así siempre.


Jesús, ¡cuán de veras bueno eres!… ¡Cuán digno de que te amen!… En el Cielo tú eres la Beatitud de los Santos, la Gloria de los Ángeles, Arcángeles, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potestades, Principados, Querubines y Serafines… ¡y acá en la tierra estás preso en una Cárcel de Amor, sin asomar señal de tu poder, de tu sabiduría, de tu gloria!… ¡Qué humildad, oh Jesús!… ¡Qué pobreza!… ¡Qué silencio guardas en el Sagrario!… ¿Qué te ha llevado a afincarte en semejante lugar, oh amado Jesús mío?…

—Hijo, compenétrate un tanto de mis presentes circunstancias, y lo sabrás. José, el buen hijo de Jacob, sufrió cárcel por su amor a la virtud de la pureza; San Juan Bautista, por el celo de mi gloria; San Pedro, el príncipe de los Apóstoles, por obedecer mi mandato6. Y yo, hijo amado, ¿por cuál virtud supones que pueda estar preso?… ¡Por todas!… Pero más que ninguna otra, por el amor… ¿Llegaría algún poder celestial, terreno o infernal a apresarme por un instante?…  Frente al que todo lo puede, ¿quién pudiera qué?… Si en el mismo momento en que me disponía a padecer por ti en el Huerto de Olivos todo un escuadrón armado no me habría arrestado sin mi permisión, ¡piensa quién podría hacerme algo ahora que estoy en mi gloria!… Pero está el amor… ¡Ah, si hará violencia a mi Corazón el amor con que te amé, hijo mío!… Él me ha hecho siervo en esta Cárcel de Amor al que soy el Señor de cuantos dominan. A mí, Rey de los reyes todos, me ha sojuzgado a todo mortal. A mí, Señor de los señores, el amor por ti me ha llevado a obedecer a mis criaturas. Hijo mío, ¿qué mayor muestra podría darte de que mi amor a ti es totalmente sincero, verdadero y fuerte; sin medida, barrera ni fin?…

—Suficiente, oh Jesús, mi Bien y mi Delicia, suficiente… Sólo en ti he descubierto y dilucidado el amor tal cual es, porque sólo en ti existe sin restricción alguna… ¡Sólo un amor como el tuyo ha sido capaz de sufrir inalterado mi ingratitud!… ¿En qué mortal cabría la magnanimidad de soportarme y amarme tras ofensas cuales te tengo hechas yo a ti, oh Jesús?… Si ahora paso revista a mi vida, siento en tu presencia cosas que me atemorizan, estremecen y espeluznan… Ay, Amigo mío, ¡¿fue a la misma hora que tú te encerrabas por mí en esta Cárcel de Amor y yo te daba las espaldas?!… Te eché de mi corazón tantas veces… Me desalé tras las criaturas… Te troqué por ellas… Y tú, oh Jesús, seguías llamándome… seguías tras mis pasos… ¡¿seguías amándome?!…

—Hijo, eso que dices lo tengo todo olvidado por lo mucho que te quiero. Recuerda que has venido al Sagrario para pasar unos momentos en mi amor… Eso espero ahora de ti… Dejemos momentáneamente el pasado…

—Jesús, tú olvidaste mi ingratitud porque me amas… ¡Mas yo nunca podré borrar de mi memoria las ofensas que mi corazón te hizo!… Pero ya que quieres que las olvide para amarte, así obedeceré. Entre tanto, tú también recibe mis más efusivas acciones de gracias. Jesús, ¡gracias por la bondad con que siempre me has tratado! ¡Gracias por este Sacramento de tu Amor! ¡Gracias por esa inefable caridad divina que te domicilió en el Sagrario, y en mi propia alma las veces que la has sustentado!… Oh Jesús, así cesará mi corazón de darte gracias por tanto amor como el sol de irradiar su luz al mundo!…


Hijo, mi Padre Eterno me ha puesto todo en mis manos. Yo soy el que al fin del mundo juzgaré a todos punto por punto: ¡ningún pensamiento vano, deseo desordenado ni palabra ociosa escapará a mi censura! Pero ahora moro en esta Cárcel de Amor como prisionero. Un prisionero esperando su sentencia… Los hombres pueden formarse su juicio sobre mí y darme su sentencia antes del día de mi justicia. Tú puedes hacer otro tanto, hijo mío. ¿Cuál sentencia me das?…

—Oh Jesús, rectísimo Juez de mi conciencia, ante ti está patente mi corazón y bien sabes cuál sentencia puede salir de él… No la de tu pueblo ingrato que te juzgó reo de la muerte de cruz, ni la de Pilato… tampoco la sentencia de alejarme de ti por temor, olvidarte o separarme de ti… sino la de acercarme más a ti para recordarte y llenar mi tiempo de tu amor, que amor lleno te adeudo… ¿Qué es lo que te tiene preso por mí, oh Jesús, sino el amor?… ¿Y qué es lo me ha traído ante ti sino el amor que te tengo yo también?… ¿Cuál sentencia, sino una de amor, es la que el amor pide y el amador da?… Ahora, Jesús, mi sentencia es amarte eternamente con toda mi substancia y no amar más que a ti. Y para demostrártelo, deseo desagraviarte de todas las ofensas que de los juicios humanos recibes en el Sagrario.

—¡Cuántos juicios diferentes se hacen de mí los humanos, amado mío!… ¡Si veré cosas ofensivas desde esta mi Cárcel de Amor!… Desde mi Sagrario veo el alma glacial del que pasa delante de mí sin creer que aquí estoy preso por su amor; el alma del que ronda curioso por mi casa contemplando estatuas, cuadros y otras producciones humanas, mirando por doquier, sin darme tan sólo un saludo… Veo también a los muchos que, aunque suponen amarme y dicen seguirme, entran en mi casa para saludarme sin respeto alguno, cual quisieran renovarme las afrentas que recibí en el pretorio de Pilato… Otros vienen a visitarme, pero para herirme profundamente con posturas, miradas, palabras y pensamientos… ¡¿Y qué te diré de los que se me acercan en pecado y osan recibirme?!… ¡Me juntan con mi enemigo en el pecho!… ¡Vaya deshonor para mí, hijo!… ¡Vaya ofensa!… ¡Vaya martirio para mi Corazón!…

—Oh mi amado Jesús, ¡qué pena me da el cúmulo de ofensas y oprobios que recibes en ese Sagrario de Amor!… ¡Cómo quisiera ser todo amor para poderte compensar y expiar todos esos desaires!… ¡Cómo quisiera poder derramar toda la sangre de mis venas para repararte la irreverencia y el desamor de tantos que te deben un ardor seráfico por las gracias que les has hecho!… Jesús, acepta como reparación mi pobre corazón apenado por la multitud y calaña de desaires que recibe tu Persona divina en el Sagrario… Jesús, ten piedad de tantos ciegos… Dales la luz que necesitan para conocer tu amor y rendirte el suyo… Recuerda, oh Jesús misericordioso, cuánto padeciste por ellos… Recuerda que de puro amor a ellos estás encarcelado aquí mismo… Jesús, atráelos con tus gracias… Perdónalos, porque los pobres no saben lo que hacen.


Jesús, si preso en el Sagrario tanto amas mi alma y su bien, y si tanto me agracias dándome la más afable de las audiencias, me atrevo, pues, a preguntarte: ¿de qué te ocupas en ese recinto?… ¿Cómo es tu vida allí?…

—Aquí, hijo mío, estoy en sacrificio continuo, aquí me inmolo a mi amado Padre como Víctima por ti. Aquí en todo momento estoy ardiendo del amor que siempre te he tenido. Aquí nunca descanso, ni dejo por un instante de mantener por ti ruegos, penas, suspiros y deseos. Aquí perpetúo lo que hice por ti y por todos cuando agonizaba la Cruz: Pido a mi Padre el perdón de tus pecados; te encomiendo en manos de mi Madre María; te manifiesto la sed de amor de mi Corazón; te prometo el Cielo. ¡Oh, con qué amor inmenso y sin cabo te amo desde el Sagrario!… Te espero con paciencia, te invito, te llamo, te apuro, te atraigo con suavidad y con fuerza porque te amo… porque te quiero santo.

—Jesús, Amigo de mi alma, no sigas… Te he comprendido… ¡Para arrancarme amor a ti no necesitas hacer más!

—¿Sabes qué hago aquí? Te doy una permanente bienvenida amorosa, acepto con placer cada visita que vienes a hacerme, te sustento con mi Cuerpo y Sangre, te compadezco en tus tribulaciones, sano tus llagas, te fortalezco con mi Gracia… ¡Te hago entrega de mí mismo con cuanto hay en mí, con todos mis méritos!… Te doy la vida, sacudo tu inercia, elevo tus pensamientos de los objetos engañosos de la tierra a otros sagrados… Hago de tu alma un paraíso…

—¡Suficiente, Jesús, suficiente!… Tus palabras han tocado mi corazón y han refulgido en mi mente como rayos de luz… Oh Tesoro mío, oh amante Prisionero, ¡qué bueno y misericordioso eres, cuánto amor mereces!… ¡Qué maravillosa es la bienquerencia que me tienes!… ¿Cómo no esperaría de ti todo lo que desea mi corazón?…

—¿Qué deseas, caro mío? Dime tus necesidades.

—Jesús, tú las conoces mejor que yo, pues eres Dios omnisciente. Y yo te ruego todo lo que es requerido para el bien de mi alma y de mi cuerpo… pero muy principalmente te ruego amarte con toda mi substancia… amarte a ti solo… y que me atraigas a ti desde el Sagrario. Y tú, oh Jesús, ¿qué deseas de mí? Cuanto quieras de mí, tanto me dispongo a darte.

—Hijo, en esta Cárcel de Amor deseo que se me acerquen corazones humildes y desprendidos del mundo. Quiero y deseo que sean fieles y perseverantes en mi devoción. Deseo que me expíen la falta de devoción, de respeto y de reverencia de tantos hombres con este Sacramento. Deseo la conversión de los pecadores, el sufragio de mis benditas ánimas del Purgatorio, el triunfo de mi Iglesia. Deseo, hijo amado, que tu corazón se una al mío rezando, callando, sufriendo y amando, para que se aplaque la justicia de mi Padre ofendida por los pecados de los hombres y se salven sus almas que con tanto dolor y amor he redimido.

—Oh mi amado Jesús, preso en el Sagrario por mí, te comprendo… Y me desgarra verte en la cárcel amorosa de la Eucaristía mientras cubren la tierra los hombres que no comprenden tu amor… y los que lo menosprecian están por todos lados… y los que, debiéndote amor, te desamparan y olvidan, son legión… Pero muy por encima de todo esto me apena mi propia infidelidad… Conozco, oh Jesús, mi desamor… la ingratitud de mi vida pasada… ¡Oh misericordísimo Jesús, mi amante Prisionero, perdóname!… ¡Quítame todo lo que no te plazca!… Perdona, Jesús, a todos mis hermanos que ignoran el amor indecible que nos muestras en el Sagrario… ¡Perdónalos, porque no saben lo que es menospreciarlo!… Los pobres no saben que en ese recinto tú eres el Paraíso de las almas… No saben que sólo en ti pueden sus corazones gozar y aquietarse… Atráelos a ti con tu Gracia divina, dales luz para que te conozcan y te amen según mereces.


—Oh María, Madre de mi amado y amantísimo Prisionero y Madre misericordiosa mía, obtenme la gracia de la verdadera devoción a Jesús en este Sacramento y consérvamela íntegra hasta la última vez que lo reciba en mi alma como Santo Viático, para que contigo lo ame por toda la eternidad en el Cielo. Amén.

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