29 de septiembre de 2014

Sínodo sobre las familias: Eucaristía, Reconciliación y los divorciados vueltos a casar


[…] Debe tenerse presente lo que he dicho hasta aquí cuando nos enfrentamos a argumentos delicados que comportan un sufrimiento particular, como la cuestión de los divorciados vueltos a casar. A quienes después de un fracaso de su vida conyugal en común han establecido un nuevo vínculo les está prohibido el acceso a los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía.
A menudo se acusa a la Iglesia de falta de sensibilidad y comprensión en lo que atañe el fenómeno de los divorciados vueltos a casar, sin reflexionar atentamente sobre las razones de su posición, que ella sabe que están fundados en la revelación divina. Sin embargo, aquí se trata no de una acción arbitraria del magisterio de la Iglesia, sino más bien de la conciencia del vínculo inseparable que une la eucaristía y el matrimonio.

A la luz de esta relación intrínseca, hay que decir que lo que impide el acceso a la reconciliación sacramental y a la eucaristía no es un único pecado, que puede ser siempre perdonado cuando la persona se arrepiente y pide perdón a Dios. Lo que hace que el acceso a estos sacramentos sea imposible es más bien el estado, la condición de vida, en la que se encuentran quienes han establecido un nuevo vínculo: un estado que, en sí mismo, contradice lo que es significado en el vínculo entre eucaristía y matrimonio.
Esta es una condición que debe ser modificada para poder corresponder a lo que es realizado en estos dos sacramentos. La no admisión a la comunión eucarística invita a estas personas, sin negar el dolor y las heridas que sufren, a ponerse en camino hacia una comunión plena que se realizará en los tiempos y en los modos determinados, a la luz de la voluntad de Dios.
Más allá de las distintas interpretaciones de la praxis de la Iglesia primitiva, que aún no parecen dar prueba de comportamientos sustancialmente diferentes a los de hoy, el hecho de que haya desarrollado cada vez más la conciencia del vínculo fundamental entre eucaristía y matrimonio marca el resultado de un recorrido realizado bajo la guía del Espíritu Santo, más o menos como, en el tiempo, han tomado forma todos los sacramentos de la Iglesia y su disciplina.
Así se entiende por qué tanto la “Familiaris consortio”  como la “Sacramentum caritatis” han confirmado “la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cf. Mc 10,2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía” (SC, 29).
En esta perspectiva tenemos que resaltar dos elementos que deben ser estudiados más profundamente. Ciertamente, la eucaristía, en determinadas situaciones, contiene un aspecto de perdón; sin embargo, no es un sacramento de curación. La gracia del misterio eucarístico realiza la unidad de la Iglesia como Esposa y Cuerpo de Cristo, y esto requiere en la persona que recibe la comunión sacramental la posibilidad objetiva de dejarse incorporar perfectamente en Cristo.

Al mismo tiempo tenemos que explicar de manera más clara por qué la no admisión a los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía de quienes han establecido una nueva unión no debe ser considerada un “castigo” por su condición, sino más bien un signo que indica el camino para un recorrido posible, con la ayuda de la gracia de Dios y la inmanencia en la comunidad eclesial. Por esta razón, y por el bien de todos los fieles, cada comunidad eclesial es llamada a poner en marcha todos los programas apropiados para la efectiva participación de estas personas en la vida de la Iglesia, respetando sin embargo su situación concreta.
Del cardenal Angelo Scola

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