25 de abril de 2013

La Palabra de Dios en la Misa



Una Catequesis mistagógica sobre la Misa

El modo más simple y directo para ilustrar el misterio eucarístico es comprender la Misa en la que es celebrado y vivido. Por tanto, seguiremos este camino. En la antigüedad cristiana existía un tipo de catequesis especial llamada catequesis mistagógica. A diferencia de la catequesis ordinaria, era impartida después, no antes del bautismo, por el obispo mismo y no por subalternos. Su objetivo, como dice el nombre, era “introducir a los fieles en las profundidades del misterio”.

Era el momento en que se revelaban a los neófitos los misterios más sagrados, que se habían tenido escondidos hasta ese momento, en razón de la “disciplina del arcano”, para evitar toda profanación posible. La Eucaristía era el centro y el corazón de la catequesis mistagógica. Basta leer las catequesis mistagógicas de san Cirilo de Jerusalén para darse cuenta de la solemnidad y del clima espiritual que se respiraban en dichos momentos.

Querría renovar, al menos en parte, esa experiencia. Para nosotros la Eucaristía no es algo nuevo a descubrir, es algo antiguo y familiar, pero, precisamente por esto, quizá necesitada de ser rescatada de la costumbre. Uno de los fines que Juan Pablo II, en su carta apostólica, asignaba al año eucarístico del 2004, era el de resucitar el “estupor eucarístico”, es decir, la capacidad de asombrarse nuevamente ante la “enormidad” (así la define Claudel) que es la Eucaristía.

La Misa está compuesta de tres momentos esenciales: la liturgia de la palabra, la liturgia eucarística y la comunión. Reflexionaremos sobre cada una de estas tres partes.

1. La Liturgia de la palabra

1.1. Una mirada a la historia

En los comienzos de la Iglesia la liturgia de la palabra estaba separada de la liturgia eucarística. Los discípulos participaban en el culto del templo. Allí escuchaban la lectura de la Biblia, recitaban los salmos y las oraciones junto con los demás hebreos; luego se reunían aparte en sus casas para “partir el pan”, es decir, celebrar la Eucaristía (Hech 2, 43). Muy pronto esta praxis se hizo imposible tanto por la hostilidad respecto de ellos por parte de la comunidad hebrea, como porque las Escrituras habían adquirido ya para ellos un sentido nuevo, orientado todo hacia Cristo.

Fue así como la escucha de la Escritura se trasladó del templo o de la sinagoga a los lugares de culto cristiano, convirtiéndose en la actual liturgia de la palabra que precede a la plegaria eucarística. San Justino, en el siglo II, da una descripción de la celebración eucarística en la que ya están presentes todos los elementos esenciales de la actual Misa. No sólo la liturgia de la palabra es parte integrante de ella, sino que a las lecturas del Antiguo Testamento se acercan en ese momento “las memorias de los apóstoles”, es decir, los evangelios y las cartas, prácticamente el Nuevo Testamento

1.2 Presencia del acontecimiento en la Palabra

Escuchadas en la liturgia, las lecturas bíblicas adquieren un sentido nuevo y más fuerte que cuando son leídas en otros contextos. No tiene tanto el objetivo de conocer mejor la Biblia, cuanto el de reconocer a quién se hace presente el la fracción del pan, el de iluminar cada vez un aspecto del misterio que se va a recibir. Esto es lo que se ve en el episodio de los dos discípulos de Emaús: escuchando la explicación de las Escrituras, el corazón de los discípulos comenzó a ablandarse de modo que luego fueron capaces de reconocerlo en la fracción del pan.

En la misa, las palabras y los episodios de la Biblia no son solamente narrados, sino revividos: la memoria se hace realidad y presencia. Lo que sucedió “en aquel tiempo”, tiene lugar “en este tiempo”, “hoy” (hodie), como le gusta expresarse a la liturgia. Nosotros no sólo somos oyentes de la palabra, sino interlocutores y actores en ella. A nosotros, allí presentes, se nos dirige la palabra; somos llamados a asumir el puesto de los personajes evocados.

Algunos ejemplos ayudarán a entender. En la primera lectura, se lee el episodio de Dios que habla a Moisés desde la zarza ardiente: en la Misa, nosotros estamos ante la verdadera zarza ardiente.... De Isaías se lee que recibe en los labios el carbón ardiente que le purifica para la misión: nosotros vamos a recibir en los labios el verdadero carbón ardiente, el que ha venido a traer fuego a tierra... Ezequiel es invitado a comer el rollo de los oráculos proféticos y nosotros nos disponemos a comer a quien es la palabra misma hecha carne y hecha pan...

La cosa se hace todavía más clara en el momento en el que del Antiguo Testamento pasamos al Nuevo, de la primera lectura al texto evangélico.. La mujer que sufría hemorragias está segura de que será curada si logra tocar el borde del manto de Jesús: ¿Qué decir de nosotros que vamos a tocar mucho más que el borde de su manto? Escuchaba yo una vez en el evangelio el episodio de Zaqueo y fui tocado por su “actualidad”. Yo era Zaqueo; a mí se dirígían las palabras: Hoy debo alojarme en tu casa; de mí, tras haber recibido la comunión, se podía decir con toda verdad: ¡Ha ido a alojarse a casa de un pecador! Y era a mí a quien Jesús decía: Hoy ha llegado la salvación a esta casa.

Lo mismo se puede decir de cualquier otro episodio evangélico. En el domingo II del Tiempo Ordinario de este año se leía en la misa el evangelio de las bodas de Caná. Con claridad extraordinaria se me pareció cómo en la Misa se renueva el milagro de Caná. El diácono que llena los tres cálices era uno de los servidores que llenaban las tinajas de agua. En el momento de la consagración sentí que estaba asistiendo al milagro del agua que se convertía en vino. En la comunión, como uno de los invitados, era consciente de que saboreaba el vino mejor. Y no se trataba de una aplicación arbitraria, porque se sabe que el simbolismo eucarístico está dentro del relato evangélico de Canà.

No sólo los hechos, sino también las palabras del evangelio escuchadas en la Misa, adquieren un sentido nuevo y más fuerte. Un día de verano, me encontraba celebrando la Misa en un pequeño monasterio de clausura. Como texto evangélico teníamos Mateo 12. No olvidaré nunca la impresión que me hicieron las palabras de Jesús: Aquí ahora hay uno que es más que Jonás..., Aquí ahora hay uno que es más que Salomón. Entendía que aquellos dos adverbios “ahora” y “aquí” significaban verdaderamente ahora y aquí, es decir, en ese momento y en ese lugar, no sólo en el tiempo en el que Jesús estuvo en la tierra hace tantos siglos.

Tuve un escalofrío que me sacudió de mi sopor: allí, delante de mí, había, por tanto, uno que era más que Jonás, más que Salomón, más que Abraham, más que Moisés: ¡Estaba el Hijo de Dios vivo y verdadero¡ Desde ese día de verano, esas palabras se me han hecho queridas y familiares de modo nuevo. A menudo, en la Misa, en el momento en que hago la genuflexión y me levanto tras la consagración, me viene repetir en mi interior: ¡Aquí hay uno que es más que Salomón! ¡Aquí hay uno que es más que Jonás!

Raniero Cantalamessa

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