Hace falta, en concreto, fomentar, tanto en la celebración de la Misa como en el culto eucarístico fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, los movimientos y todo el modo de comportarse. A este respecto, las normas recuerdan —y yo mismo lo he recordado recientemente— el relieve que se debe dar a los momentos de silencio, tanto en la celebración como en la adoración eucarística. En una palabra, es necesario que la manera de tratar la Eucaristía por parte de los ministros y de los fieles exprese el máximo respeto. La presencia de Jesús en el tabernáculo ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón. «¡Gustad y ved qué bueno es el Señor¡» (Sal 33 [34],9).
27 de abril de 2011
Juan Pablo II cantaba a la Eucaristía "enamorado de Cristo"
El Nuncio Apostólico Emérito de Checoslovaquia y República Checa, Cardenal Giovanni Coppa, recuerda un episodio que lo sorprendió del Papa Juan Pablo II en uno de sus viajes cuando lo vio de rodillas y cantando solo ante el Sagrario "que era como un coloquio de amor con Cristo".
En un artículo publicado por LOsservatore Romano este 2 de abril en el sexto aniversario de la muerte del Papa Wojtyla, el Cardenal recuerda su viaje a República Checa en 1995, cuando ya comenzaba a usar un bastón a causa de su alicaída salud, pese a lo cual "tenía todavía fuerzas para usar las escaleras en vez del ascensor"..
"La primera noche de aquel viaje, luego de volver de la cena con los obispos, bajó a la capilla ante el Santísimo. Las hermanas habían preparado para él un gran reclinatorio, pero prefirió rezar en uno de las bancas habituales. Yo lo acompañaba, esperándolo afuera de la capilla".
La segunda noche, recuerda el Cardenal Coppa, "tuve que responder a una llamada urgente y no pude acompañarlo a la capilla. Llegué luego, cuando ya estaba arrodillado. Antes de entrar escuché como una música distinta, y cuando abrí silenciosamente la puerta, escuché como, arrodillado en la banca, cantaba sumisamente ante el tabernáculo".
"El Papa cantaba en voz baja ante Jesús Eucaristía: el Papa y Cristo en la Hostia, Pedro y Cristo. Fue para mí una cosa emocionante, un fortísimo reclamo de fe y amor para la Eucaristía, y a la realidad del ministerio petrino".
"Nunca –prosigue– he olvidado ese delicado canto, que era como un coloquio de amor con Cristo. He contado una sola vez este episodio, en República Cheza, pero es bueno que se sepa, sobre todo ahora que se acerca la beatificación, porque manifiesta dignamente que debemos tener una relación siempre viva, íntima y profunda con Jesús, que vive en la Eucaristía".
Ese canto, concluye el Cardenal, "nos demuestra, de modo superlativo, que Juan Pablo II ha sido verdaderamente un enamorado de Cristo"
(ROMA, 06 Abr. 11 / 12:31 am (ACI/EWTN Noticias)
"Quedate con nosotros"
El relato de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús nos ayuda a enfocar un primer aspecto del misterio eucarístico que nunca debe faltar en la devoción del Pueblo de Dios: ¡La Eucaristía misterio de luz! ¿En qué sentido puede decirse esto y qué implica para la espiritualidad y la vida cristiana?
Jesús se presentó a sí mismo como la «luz del mundo» (Jn 8,12), y esta característica resulta evidente en aquellos momentos de su vida, como la Transfiguración y la Resurrección, en los que resplandece claramente su gloria divina. En la Eucaristía, sin embargo, la gloria de Cristo está velada. El Sacramento eucarístico es un «mysterium fidei» por excelencia. Pero, precisamente a través del misterio de su ocultamiento total, Cristo se convierte en misterio de luz, gracias al cual se introduce al creyente en las profundidades de la vida divina. En una feliz intuición, el célebre icono de la Trinidad de Rublëv pone la Eucaristía de manera significativa en el centro de la vida trinitaria.
La Eucaristía es luz, ante todo, porque en cada Misa la liturgia de la Palabra de Dios precede a la liturgia eucarística, en la unidad de las dos «mesas», la de la Palabra y la del Pan. Esta continuidad aparece en el discurso eucarístico del Evangelio de Juan, donde el anuncio de Jesús pasa de la presentación fundamental de su misterio a la declaración de la dimensión propiamente eucarística: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6,55). Sabemos que esto fue lo que puso en crisis a gran parte de los oyentes, llevando a Pedro a hacerse portavoz de la fe de los otros Apóstoles y de la Iglesia de todos los tiempos: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). En la narración de los discípulos de Emaús Cristo mismo interviene para enseñar, «comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas», cómo «toda la Escritura» lleva al misterio de su persona (Lc 24,27). Sus palabras hacen «arder» los corazones de los discípulos, los sacan de la oscuridad de la tristeza y desesperación y suscitan en ellos el deseo de permanecer con Él: «Quédate con nosotros, Señor» (Lc 24,29).
25 de abril de 2011
Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva
"Jesús, sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos..., los amó hasta el extremo." Y he aquí que, durante la cena Pascual, la última antes de su partida al Padre, les revela un nuevo signo: el signo de la Nueva Alianza. "Hasta el extremo" significa: para darse a sí mismo por ellos. Por nosotros. Por todos."Hasta el extremo" significa: hasta el final de los tiempos. Hasta que Él mismo vuelva otra vez.
Desde la noche de la Última Cena, todos nosotros, hijos e hijas de la Nueva Alianza en la sangre de Cristo, recordamos su Pascua, su partida gracias a muerte en la cruz. Pero no la recordamos solamente. El sacramento del Cuerpo y la Sangre hace presente su sacrificio. Siempre nos hace participar de nuevo. En este sacramento, Cristo crucificado y resucitado, está constantemente con nosotros, siempre vuelve a nosotros bajo la especie de pan y vino, hasta que venga otra vez, con el fin de que el signo de paso a la realidad última y definitiva. ¿Cómo pagaré este amor hasta el extremo?
Homilía
20 de abril de 2011
¿COMO ES LA MISA DEL JUEVES SANTO?
Introducción al Triduo Pascual:
Jueves Santo
Misa Vespertina de la Cena del Señor
1. En este día en cada iglesia, la Misa es única. La Misa «en la Cena del Señor celébrese por la tarde, en la hora más oportuna, para que participe plenamente toda la comunidad local...Según una antiquísima tradición de la Iglesia, en este día están prohibidas todas las Misas sin pueblo» .
Sólo con permiso del Ordinario del lugar se puede celebrar otra Misa por la tarde o incluso por la mañana pero sólo en caso de verdadera necesidad y cuando el bien espiritual de los fieles así lo exija.
2. El Sagrario aparece abierto y vacío. La comunión de hoy se hace del pan consagrado en la misma Eucaristía. Se han de consagrar en esta Misa las hostias necesarias para la comunión de los fieles y para que el clero y los fieles puedan comulgar el día siguiente, Viernes Santo, en la celebración de los oficios de la Pasión del Señor.
3. El "Gloria" se canta con solemnidad. Por ello mientras se canta este himno, se hacen sonar las campanas que ya no se vuelven a tocar hasta el "Gloria" de la Vigilia Pascual.
4. Las lecturas de la Palabra de Dios de esta Misa, tienen una buena conexión entre ellas: Ex 12 nos habla de la cena pascual de Israel; 1 Cor 11 de la Institución de la Eucaristía, y Jn 13 del mandato y el ejemplo del amor servicial de Señor Jesús. En la homilía hay que recordar los misterios que recuerda esta Misa, es decir la Institución de la Eucaristía, la institución del Orden Sacerdotal y el mandamiento del Señor Jesús sobre la caridad fraterna.
5. El lavatorio de los pies, no debe omitirse. Según la tradición se hace en este día a doce hombres previamente designados y representativos de la comunidad. Significa el servicio y el amor del Señor Jesús que ha venido "no para ser servido, sino para servir" (Mt 20,28). Es un hermoso sacramental que complementa y explicita lo que es la Pascua y el sentido profundo de este día del Jueves Santo.
El gesto del lavatorio de los pies, que recoge el evangelista San Juan, lo ve el discípulo amado como la inauguración del camino pascual de Cristo. Donde en verdad mostró el Señor su actitud de servicio fue en la Cruz. Allí no se despojó del manto, sino de la vida misma, "se despojó de su rango" y demostró que era "el que sirve" y el que se entrega por los demás porque "no hay amor más grande que el dar la vida por los amigos". Con el gesto del lavatorio de los pies adelantaba en símbolo (luego lo haría de otro modo más entrañable y eficaz con el pan partido y el vino repartido, la donación de su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía) lo que iba a hacer en la Cruz.
El lavatorio de los pies hay que hacerlo con autenticidad. No sólo con unas gotas, sino lavando, secando y luego besando los pies, de modo que exprese bien la lección que nos dio el Señor Jesús: el amor fraterno, el servicio para con todos, la reconciliación.
6. En la procesión de dones, se destacan hoy más que nunca, el pan y el vino que la comunidad aporta y que constituyen la materia para el sacramento de la eucaristía. Además es altamente recomendable que se puedan llevar «los donativos para los pobres, especialmente aquéllos que se han podido reunir durante la Cuaresma como fruto de la penitencia, mientras se canta "Ubi cháritas et amor"» .
7. La Plegaria Eucarística más indicada para hoy es la primera, el Canon Romano, por la rica expresividad de sus textos. Asimismo el prefacio que se recomienda usar es el I de la Eucaristía.
8. Hoy es un día muy adecuado para enviar la comunión a los enfermos, expresivamente tomándola del altar, delante de todos, en el momento de la comunión de Eucaristía comunitaria: «así pueden unirse los enfermos de un modo más intenso a la Iglesia que celebra» .
9. Una vez concluida la Misa del Jueves Santo se procede a reservar el Santísimo Sacramento. Si en la iglesia hay capilla del Santísimo, es lógico hacer allí la reserva, o sea, donde se hace siempre. Esto ayuda a recordar a la comunidad que siempre existe la reserva del Santísimo, que la Eucaristía es también el sacramento de la presencia real del Señor Jesús, y que por amor a nosotros se queda para ser el Dios con nosotros cumpliendo así con su promesa: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (mt 28,20). La capilla deberá estar adornada con flores y cirios. Si en la iglesia no hubiese una capilla del Santísimo entonces se deberá preparar en un lugar adecuado, el lugar de la reserva, el que estará convenientemente adornado para que invite a la adoración, a la meditación y a la oración de los fieles
Al respecto las normas litúrgicas dicen lo siguiente:
«Terminada la oración después de la comunión, comienza la procesión, presidida por la cruz en medio de cirios e incienso, en la que se lleva el Santísimo Sacramento por la iglesia hacia el lugar de la reserva. Mientras tanto se canta el himno "Pange lingua" u otro canto eucarístico ... El Sacramento ha de ser reservado en un sagrario o en una urna. No ha de hacerse nunca una exposición con la custodia u ostensorio. El sagrario o la urna no han de tener la forma de un sepulcro. Evítese la misma expresión "sepulcro": la capilla de la reserva no se prepara para representar "la sepultura del Señor" sino para conservar el pan eucarístico destinado a la comunión del viernes de la Pasión del Señor. Invítese a los fieles a una adoración prolongada durante la noche del Santísimo Sacramento en la reserva solemne, después de la Misa en la Cena del Señor. En esta ocasión es oportuno leer una parte del Evangelio de San Juan (capítulos 13-17). Pasada la media noche, la adoración debe hacerse sin solemnidad, dado que ha comenzado ya el día de la Pasión del Señor» .
10. Terminada la Santa Misa se despoja el altar en el cual se ha celebrado. Conviene que las cruces que haya en la iglesia se cubran con un velo de color oscuro o morado. No se deben encender velas o lámparas ante las imágenes de los santos
17 de abril de 2011
LA EUCARISTIA NOS PREPARA PARA IR AL CIELO
El Cielo es nuestra patria.
En el día de la Ascensión, Cristo subió al Cielo para tomar posesión de su gloria y prepararnos un lugar. Con Él, la humanidad redimida podrá penetrar en el Cielo.
Por P. Antonio Rivero LC
Consciente de que el Cielo no nos está jamás cerrado, vivimos en la expectativa del día en que sus puertas se abrirán de para en par para que en él entremos. Esperanza esta que nos anima y por sí bastaría para obligarnos a llevar una vida cristiana digna y sobrellevar con paciencia todas las contrariedades con tal de alcanzar ese Cielo prometido.
Sin embargo, Cristo, como muestra de amor, para sostener esa esperanza del Cielo creó el lindo Cielo eucarístico, pues la Eucaristía es un Cielo anticipado. ¿Acaso en la Eucaristía no viene Jesús, bajando a la tierra y trayéndonos ese Cielo consigo? ¿Acaso donde está Jesús no está el Cielo? Si Jesús está sacramentalmente en la Eucaristía, trae consigo también el Cielo.
Su estado, aunque velado a nuestros sentidos exteriores, es un estado de gloria, de triunfo, de felicidad, exento de las miserias de la vida.
Al comulgar a Jesús en la Eucaristía, júbilo y gloria del Paraíso, recibimos igualmente el Cielo. Se nos da para mantener viva en nosotros el recuerdo de la verdadera patria y no desfallecer al pensar en ella. Se da y permanece corporalmente en nuestros corazones en cuanto subsisten las especies sacramentales. Una vez destruidas éstas, vuelve nuevamente al Cielo, pero permanece en nosotros por su gracia y por su presencia amorosa. Nos deja los efectos de su presencia: amor, pureza, fuerza, alegría y gozo.
¿Por qué es tan rápida su visita? Porque la condición indispensable a su presencia corporal resucitada está en la integridad de las Santas Especies.
Jesús, viniendo a nosotros en la Eucaristía, trae consigo los frutos y las flores del Paraíso. ¿Cuáles son éstas? Lo ignoro. No los podemos ver, pero sentimos su suave perfume.
¿Cuáles son los bienes celestes que nos vienen con Jesús, cuando lo recibimos en la Eucaristía? ?
En primer lugar, la gloria. Es verdad que la gloria de los Santos es una flor que sólo se abre ante el sol del Paraíso, gloria ésta que no nos es dada en la tierra. Pero recibimos el germen oculto, que la contiene toda entera, como la semilla que contiene la espiga. La Eucaristía deposita en nosotros el fermento de la resurrección, a causa de una gloria especial y más brillante que, sembrada en la carne corruptible, brotará sobre nuestro cuerpo resucitado e inmortal.
En segundo lugar, la felicidad. Nuestra alma, al entrar en el Cielo, se verá en plena posesión de la felicidad del propio Dios, sin miedo a perderla o de verla disminuir. ¿Y en la comunión no recibimos alguna parcelita de esa real felicidad? No nos es dada en su totalidad, pues entonces nos olvidaríamos del Cielo. Pero, ¡cuánta paz, cuánta dulce alegría no acompaña en la comunión! Cuanto más el alma se desapega de las afecciones terrenas, tanto más ha de disfrutar de esa felicidad al punto de que el mismo cuerpo se resiente y desea ya el Cielo. Es aquello de santa Teresa: “Muero porque no muero”.
En tercer lugar, el poder. Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y situaciones difíciles de aquí abajo. El águila para enseñar a sus crías a volar hasta las alturas les presenta la comida y se coloca arriba de ellos, elevándose siempre más y más a medida que sus crías se acercan, hasta hacerlos subir insensiblemente a los astros.
Así también hace Jesús, Águila divina. Viene a nuestro encuentro, trayéndonos el alimento que necesitamos. Y luego en seguida se eleva, invitándonos a seguir el vuelo. Nos llena de dulzura para hacernos desear la felicidad celestial y nos conquista con la idea del Cielo.
En la Comunión, por tanto, tenemos la preparación para el Cielo. ¡Qué grande será la gracia de morir después de haber recibido el Santo Viático! Poder partir bien reconfortados para este último viaje.
Pidamos muchas veces esta gracia para nosotros. El Santo Viático, recibido al morir, será la prenda de nuestra felicidad eterna. Llegaremos a los pies del Trono de Dios. Y allí disfrutaremos eternamente de la presencia y del amor de Dios. Que eso es el Cielo.
12 de abril de 2011
El valor de la Sangre de Cristo
8 de abril de 2011
"Sin dejarse ver"
Del Evangelio según san Juan: "Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.
Se acercaba la fiesta judía de las Chozas,
Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver."
Jesús dijo: « Mi tiempo no ha llegado todavía, el vuestro está siempre dispuesto...Subid vosotros a la fiesta. Yo no subo a esta fiesta porque mi tiempo no se ha cumplido todavía » (Jn 7, 6-8). ¿Qué es exactamente esta fiesta a la que nuestro Señor nos dice de subir y cuyo tiempo es en cualquier momento?
La fiesta la más excelente y la más verdadera, la fiesta suprema, es la celebración de la vida eterna, es decir, la felicidad eterna donde estaremos realmente cara a cara con Dios. Esto es, no podemos verlo aquí abajo, pero la que podemos ver, es un anticipo de aquella, una experiencia de la presencia de Dios en el espíritu por la alegría interna que nos da un sentimiento tan íntimo.
El tiempo que sigue siendo nuestro, es para buscar a Dios y continuar el sentimiento de su presencia en todos nuestros trabajos, nuestra vida, nuestro querer y nuestro amor. Por lo tanto, nosotros debemos elevarnos por encima de nosotros mismos y todo lo que no es Dios, no queriendo y no amando más que a solo Dios, con toda pureza y ninguna otra cosa más. Este tiempo es todos los instantes.
Este verdadero tiempo de la fiesta de la vida eterna, todos lo desean, es un deseo natural, puesto que todos los hombres, naturalmente, quieren ser felices. Pero el deseo no es suficiente. Debemos seguir y buscar a Dios por sí mismo. El anticipo del verdadero y gran día de la fiesta, a mucha gente le encantaría tenerlo y se quejan de que no se les da. Cuando en la oración, no experimentan, en las profundidades de sí mismos, un día de fiesta y no sienten la presencia de Dios, les duele. Rezan menos y lo hacen con mal humor, diciendo que no sienten a Dios y que esta es la razón por la que la acción y la oración les contraría. Eso es lo que el hombre nunca debe hacer. Nunca debemos hacer cualquier trabajo con tibieza, porque Dios está siempre presente, incluso si no lo sentimos, porque Él ha entrado secretamente en la fiesta.
Juan Tauler (v. 1300-1361), Dominico en Strasbourg
2 de abril de 2011
Jamás dejéis la misa dominical
Adorar a Cristo en el Sagrario
Cristo se queda en medio de nosotros. No sólo durante la Misa, sino también después, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuado se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a Él, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!
Juan Pablo II. Lima, 15-VI-1988
Jesús está presente en la Eucaristía.
El momento de la despedida
Y en la hora de la partida, un gesto, una fotografía, un objeto que pasa de una mano a otra para prolongar de algún modo la presencia en la ausencia. Y nada más. El amor humano sólo es capaz de estos símbolos.
En testimonio y como lección de amor, en el momento de la despedida, "viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13, l). Así, al despedirse, Nuestro Señor Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, no deja a sus amigos un símbolo, sino la realidad de Sí mismo. Va junto al Padre, pero permanece entre nosotros los hombres. No deja un simple objeto para evocar su memoria.
Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad.
Juan Pablo II Fortaleza (Brasil), 9-VII-1980