La dimensión escatológica que estos primeros días del adviento tienen, nos ayudan a vivir de la Eucaristía como espera de la vuelta del Señor. “Cada vez que coman este pan y beban esta copa, anuncian la muerte del Señor, hasta que venga” (1Cor. 11,26). Estas palabras del apóstol Pablo resuenan en cada celebración eucarística; después de cada consagración decimos “Anunciamos tu muerte; proclamamos tu resurrección; ¡Ven, Señor Jesús!”. Intentemos volver a sentir y vivir concretamente, la espera de la vuelta de Cristo como la primitiva Iglesia lo sentía y vivía, en “tensión escatológica”.
- La Presencia de Jesús en la Eucaristía es una Presencia velada. Igual que en la Encarnación, así también en la Eucaristía, Dios se revela velándose. Sólo quien ama es capaz de comprender esto. Lo comprendió perfectamente aquel que escribió las palabras del Adoro te devote: “Jesús que ahora contemplo velado, te suplico que se realice mi ardiente deseo de verte cara a cara y ser así bienaventurado por la visión de tu gloria”. A quien ama no le basta una presencia escondida y parcial.
- Para la predicación escatológica lo que cuenta es el hecho que sucederá, que habrá un final, que este mundo viejo ha pasado. ¿Pero acaso esto lo hace menos serio o urgente? Qué tontería consolarse con el pensamiento de que, total, nadie sabe cuándo será el fin. Como si el fin para mí no pudiera ser mañana, o esta misma noche. Será para mí la Parusía del Señor, ni más ni menos. Jesús dice en el Apocalipsis: “Sí, vengo pronto” (Ap.22,20) y Jesús sabe lo que dice.
- El anuncio de la vuelta del Señor es la fuerza de la predicación cristiana. Entonces, ¿por qué callar, por qué tener escondida esta llama capaz de incendiar el mundo? Yo creo que este mandato de Dios que leemos en el libro del profeta Isaías, se
dirige a toda la Iglesia: “Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo, di a las ciudades de Judá: Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor Dios con poder” (Is. 40,9)
- Corramos, corramos, porque iremos a la casa del Señor. Corramos y no nos cansemos, porque llegaremos adonde no nos fatigaremos. Corramos hacia la casa del Señor. En esta carrera no se participa con los pasos del cuerpo, sino con los pasos del alma que son los santos deseos, las obras de la luz. Jesús nos ha adelantado en el camino hacia el santuario celeste. Él ha inaugurado para nosotros “un camino nuevo y vivo, a través del velo, es decir, de su propia carne” (cfr. Heb. 10, 20). Nosotros corremos sobre huellas marcadas; corremos hacia la fragancia de su perfume, que es el Espíritu Santo.
- En cada Eucaristía, el Espíritu y la Esposa dicen a Jesús: “¡Ven!” (Ap. 22,17). Y también nosotros, que hemos escuchado, le decimos a Jesús: ¡Ven!
(Adaptado de La Eucaristía, nuestra santificación de Raniero Cantalamessa)
Ven pronto Señor Jesús
ResponderEliminar